La última vez que hablamos con Orlando, aún continuaba con el legado de su madre, Ramona Orellano de Bustamante: pelear por su tierra, contra el expansionismo del monocultivo, las fumigaciones diarias, el poder empresarial y la concentración de tierras en pocas manos, con el Poder Judicial local en contra. Así lo hizo, hasta el último momento, falleció en su lugar, adentro de las 150 hectáreas que defendieron entre él y “la Ramona” en el Paraje Las Maravillas, Sebastián Elcano.
A sus 67 años, Orlando Bustamante falleció en su tierra. No estuvo solo en sus últimos momentos, pero sí le despertaba tristeza saber que no podría retomar la vida con sus animales: vacas, caballos, gallinas, gallinetas, cabras, pavos, ganzos. Con la tristeza también asomando, al pensar que estaban los especuladores acechando.
“Yo quiero una audiencia con los Scaramuzza, no tengo miedo. Quiero hablar y enfrentar el problema de la tierra. Yo tengo más años que las escrituras que tienen ellos, cuando él compró el campo yo ya estaba acá viviendo”, decía Orlando en una conversación, al referirse al juicio que mantenía contra esa familia de empresarios.
Hasta el último momento, la familia Scaramuzza los hostigó para conseguir sus tierras con papelerío y escrituras inventadas, una práctica bastante común que se aplica contra campesinos desprotegidos. Con estas artimañas burocráticas, más de una vez intentaron desalojarlos.
En una ocasión por vía de la represión, la Policía de Córdoba ingresó con una topadora y destruyó por completo su casa. Durmieron a la interperie, pasaron frío y los cubrió la tierra, pero ni Orlando ni Ramona se fueron. Armaron un rancho más adentro del campo, levantaron las paredes con lo que consiguieron y siguieron en su tierra.
La historia de Ramona y de Orlando se trata del arraigo que los apoderados del dinero no pueden comprender, que es tan fuerte, que se establece como ley de la vida: así como se nace en un lugar, se muere en ese lugar. Hay cosas que no tienen valor en los términos que el capitalismo subjetivo hace creer. Además de esa máxima, sobrevivían en Orlando las prácticas del estilo de vida campesino, el cuidado de los animales, el cariño por el monte y lo que provee; a diferencia de los páramos que hoy rodean al campo, con un sólo tipo de cultivo, en lo mismo que desean convertir por los intereses lucrativos.
Resta por ver qué sucederá con ese pedazo de monte y los animales que aún quedaron. Orlando tenía dos hermanos, “Lolo” y “Cholo”, quienes también comparten el legado de la tierra donde nacieron. Aunque, más allá de las posesiones, esas 150 hectáreas simbolizan, al igual que Ramona y Orlando, parte importante de la historia de la lucha campesina en Córdoba.
Foto de portada: Sala de Prensa Ambiental y Qué Portal