Bochorno, o el deseo de bailar

«BOCHORNO terrible peso de un exceso de sentido» es una obra de teatro autobiográfica en la cual la actriz Helena Cerrada explora las heridas del deseo. En un dinámico y atrapante relato plagado de recursos escenográficos y actorales, esta pieza teatral nos regala valiosas reflexiones sobre el dolor, el ser y el conocimiento de uno mismo.

Fotos: Nany Palazzini

Un refugio luminoso

Al ingresar a la sala notamos que la caja negra de Espacio Cirulaxia se encuentra interrumpida por un cuadrado blanco y brillante, trazado por cuatro cortinas que nacen en el techo y se despliegan hasta el suelo. Ese corte escenográfico agiganta la sala provocando que el espacio negro que rodea el maná iluminado parezca interminable. Enseguida percibimos que el área de movimiento de la actriz es más escasa de la que esperábamos, ya que su cuerpo no deambula más allá de una pequeña camilla inserta en el ya acotado cuadrado que separa la luz de la penumbra. Es un lugar ambivalente que se muestra asfixiante y a la vez acogedor, que imposibilita el despliegue corporal, pero concentra la acción dramática con intensidad, que expande la emotividad a pesar de reducir la materialidad.

Los cambiantes tonos cromáticos que ofrece la cuidada iluminación, concentrada en el cubículo central, orbitan en torno a los cambios emocionales que la narración nos revela, manifestando una paleta de colores sensible a los hechos. Ese particular espacio, bellamente iluminado, es el centro vital que refugia la figura de Helena, de la fría oscuridad que la rodea. Es allí en donde seremos testigos de su relato autobiográfico.

Ante cualquier sospecha de monotonía que pueda despertar la estrechez espacial, la obra consolida un desarrollo dinámico y atrapante. Justamente las dificultades autoimpuestas permiten a «Bochorno» explotar excelsos recursos actorales, que perderían su efecto si sucedieran en un espacio convencional. Hay un gran mérito en encontrar aliados en donde otros encontrarían obstáculos o dificultades, se trata de aceptar lo que existe para exprimir su costado virtuoso.

El ring o la camilla

La disposición escenográfica no es un mero decorado. En su discurrir dramatúrgico «Bochorno» exhibe una continua sensación de encierro, la actriz relata diversos episodios de su vida que la muestran acorralada sin demasiado lugar para la acción o el desplazamiento. La camilla es el síntoma de la quietud que debe soportar un cuerpo que ha sido constantemente intervenido por la burocrática estructura de los hospitales. Las reiteradas operaciones, rehabilitaciones y demoras que el cuerpo de Helena ha sufrido a lo largo de su vida, entorpecieron su apasionada actividad teatral, reconduciendo su trayectoria de actriz en una agotadora pelea por la estabilidad corporal. Helena combate contra sí misma, se alterna entre el entusiasmo y la desesperanza, la felicidad y la depresión, la quietud y el movimiento. No es casual que la camilla que observamos en escena se transforme sutilmente en un ring de boxeo, ya que es en el territorio de la quieta inestabilidad en la que se dirime el combate, es recibiendo e impartiendo golpes el modo en que la resignación y el deseo buscan su Knock-out.

Pero el elemento que mejor exhibe la contienda interna de Helena es el vestuario que porta, ya que aunque podamos observar un vestido de diseño clásico, capaz de adecuarse a diversos personajes del teatro clásico, advertimos una serie de perforaciones y segmentos deshilados que desarreglan su prolijidad. La vestimenta expone la pasión rasgada de una actriz, sintetiza el amor por el teatro y los embates contra su realización; materializa la desesperada potencialidad de un arte que no puede terminar de desplegarse. Debajo del vestido observamos dos rodilleras grises y neutras, sabia elección para alguien que conoce el dolor de una caída seca, directa y sin coberturas capaces de morigerar el inevitable ardor.

El origen del deseo

En «Bochorno» la figura de la caída no representa solo la experiencia del dolor, ya que también se refiere a la imagen literaria más emblemática del deseo humano: la expulsión del paraíso. Hay infinitas interpretaciones sobre el libro del Génesis y la caída del jardín del Edén, pero lo que queda claro es que el origen del pecado es inseparable del origen del deseo. Adán y Eva son castigados por desear, la toma del fruto prohibido es la acción que provoca el desprendimiento de la unidad primigenia, es el motor de la escisión irrecuperable del humano, frente al cobijo divino. En la Biblia la culpable principal de la desgracia recae sobre Eva, ella presenta la mujer pecadora que perturba la amena existencia del hombre. Es por Eva que el humano conoce el dolor, es su tentación femenina la que los conduce a la experiencia de la herida irreparable.

Helena cerrada es la Eva de esta historia, es una artista determinada a desplegar su apasionada labor escénica, a pesar de las consecuencias que de ello se desprenden. Desde pequeña se ve a sí misma como culpable por su irrefrenable deseo artístico, interpreta sus tormentos como castigo natural a su pecado originario de soñar con ser actriz. La niña que fue no quiso mirar pasivamente un espiral de manzanas que giraban sobre su cuna, ella quiso tomarlas y hacerlas suyas. A pesar de los posibles castigos, Helena muerde la manzana provocando un derrame de sangre sobre su manto virginal, se desprende un arte doliente que penetra el escenario sepulcral y toda la inocente unidad primigenia se contamina de las propias vísceras que expulsa un cuerpo incapaz de contener su exceso de pasión.

El cubículo inicial se reconvierte, ya no parece un cuadrado blanco e impoluto digno de fantasmas, ahora es el momento de la carne, y el espíritu toma un cuerpo que derrama su apasionado dolor sobre la infame inocencia. La camilla central se impregna de un vivo rojo que exhala la misma desolación de la cama del Hospital de Detroit que Frida Kahlo inmortaliza.

Kahlo, Frida. (1932) “Henry Ford Hospital”. Museo Dolores Olmedo (Ciudad de México)

Ahora el hermético mundo inicial se ha desgarrado, la bella quietud del cuadrado brilloso quiebra sus partes, eyectando el ser hacia la oscura desnudez de su existencia. Por naturaleza deseante, la mujer ha salido de su tranquila inocencia, y ese dolor se dota de sentido a través del castigo y la represión que anhela la mirada masculina, ¿ganó la resignación entonces? ¿Nuestra Helena está condenada a sufrir el trágico desenlace que cayó sobre la otra Helena, la de Troya, por seguir su implacable deseo?

El autoconocimiento

Cuando parece que el mundo de los seres sin deseo es un refugio seguro y sin fisuras, en el momento en que el miedo a la pasión inunda el genuino despliegue del cuerpo, esta obra nos recuerda que el arte no es solo catarsis y sensibilidad. Es, sobre todas las cosas, conocimiento. Por algo Arthur Danto nos recuerda que la expulsión del paraíso no simboliza solo el origen del deseo, es también la escenificación del conocimiento humano descubierto en la carencia del mundo terrenal, un tipo de saber plagado de imperfecciones, pasiones y dolores, muy diferente a la llana y anodina verdad absoluta de Dios.

Bajo la clave del turbulento conocimiento humano «Bochorno» es un proceso centrado en el pensamiento de lo que fue y lo que es la corporalidad de la artista, por lo que Helena observa lo sucedido más allá de la urgencia sensitiva, interpreta lúcidamente el ardor del deseo en su dimensión real, despojada de culpas, miradas inquisidoras o varones prejuiciosos. Aquel desprendimiento angustiante de la infancia inocente se reconcilia en el autoconocimiento, es en la claridad de sí misma en donde nuestra actriz entiende la naturaleza genuina de sus pasiones. Aquellas culpas bíblicas del razonamiento patriarcal se desestiman y aparece la verdad que exuda el cuerpo en su dimensión concreta. El saber desarticula la falaz idea de que el dolor solo adquiere sentido a través de la culpa y el pecado, ahora las dolencias se comprenden como trazos intrínsecos a la consolidación del ser verdadero.

El amor como reconciliación

Hegel decía que el amor es la capacidad de encontrar armonía en la lucha interna de lo que existe. Amar es comprender las cicatrices del deseo como genuinas huellas del ser, descartando las presiones del “parecer”, los modelos abstractos y el cobarde imperio del “deber”. Helena es muy hegeliana, ella sabe amar profundamente: ama su deseo, ama actuar, ama sus fisuras, ella conoce con goce la historia de su cuerpo en su dimensión íntegra, incluyendo las penurias, la quietud y las recaídas. Pero ese autoconocimiento de lo sucedido no implica una clausura hacia el futuro, no estamos en presencia del Búho de Minerva que contempla el pasado desde la tranquilidad de un presente estático.

Helena quiere seguir saboreando el gusto dulce de la manzana, quiere abrazar sus pasiones, quiere amar y amarse, quiere gozar y llenarse de color. Su cuerpo le dice que baile, y ella lo hace. Helena baila sin miedo, baila en la escena de su vida, baila adentro y afuera del cubículo brilloso, baila solo como los seres que desean pueden bailar.

“La danza es lo que procede de la noche y se vierte súbitamente en la luz. La danza es lo que tienta la luz. No está en la luz. Está junto a la luz” (Pascal Quignard).

Becario doctoral en CONICET donde investiga sobre estética y filosofía del arte. Ensayos y críticas sobre la escena under cordobesa.

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