¿Por qué la derecha argentina desprecia el arte y la cultura?

Al comienzo resultaba extraña la rápida y agresiva cruzada dado que el presupuesto estatal destinado al fomento, la difusión y la producción del arte es ostensiblemente reducido.

Desde su asunción, el gobierno de Javier Milei ha atacado sistemáticamente al arte y la cultura. La afronta se despliega en múltiples mecanismos, ya sea en recortes presupuestarios, amenazas sobre cierres de importantes organismos dedicados al arte, o en la constante difamación de los artistas en tanto blancos predilectos de su aparato comunicacional.

Al comienzo resultaba extraña la rápida y agresiva cruzada dado que el presupuesto estatal destinado al fomento, la difusión y la producción del arte es ostensiblemente reducido: en 2023 la suma presupuestaria de los organismos culturales más importantes tales como INCAA, INT, INAMU, FNA, representaron solo el 0,055% del gasto público total (1; 2*).

Por lo tanto, si el ataque no se debe a un problema fiscal, ¿por qué tanto el mega DNU 70/23 como la llamada Ley Ómnibus presentada por el gobierno nacional contenía artículos destinados a la eliminación, reducción o suspensión de entes como el Instituto Nacional de Teatro, el Fondo nacional de las artes, o el Instituto Nacional de Cines y Artes Audiovisuales? ¿Cuál es la urgencia de desfinanciar al arte? ¿Qué conveniencia tiene dañar un área que no afecta en lo más mínimo a la recaudación?  

Si bien sorprende el apuro y la virulencia de la campaña oficialista en contra de la producción de conocimiento cultural, no representa ninguna novedad el daño y el desprestigio del poder del Estado sobre las áreas artísticas. Por lo general los gobiernos afines a ideas reaccionarias y autoritarias suelen identificar a los sectores del arte como enemigos nítidos. Por empezar, puede revisarse el ensañamiento de los militares contra los espacios de producción artística en tiempos de dictadura. 

El caso de Teatro Abierto en el año 1981 fue emblemático, ya que el gobierno militar mandó a quemar el teatro Picadero de la Ciudad de Buenos Aires con el fin de impedir la realización un festival teatral que congregaba 250 artistas y más de veinte obras, y que en su impronta enfrentaba la censura y la imposición cultural conservadora. A pesar de la intimidación y el terrorismo de Estado, el grupo de artistas insistió tenazmente en su propuesta y continuó con el programa en el teatro Tabarís, por lo que Teatro Abierto representa un hito de resistencia en la cultura argentina (3).

Algo similar ocurrió en Córdoba relacionado al “Grupo Teatro Uno”, un colectivo teatral que producía obras y eventos artísticos en un espacio propio en el corazón de Villa El Libertador.  Allí el gobierno de facto prohibió todo tipo de actividades, destruyó el techo del lugar como señal intimidatoria y forzó la desaparición de Jorge Romero, Mirta C. Britos y Oscar Ruarte, quienes hasta el día de hoy siguen siendo buscados (4*).

También podemos encontrar ataques contra el arte en plena democracia, como ocurrió en el gobierno de  Mauricio Macri en el cual se despidieron a 1600 trabajadores del sector cultural, se degradó el Ministerio de Cultura al status de Secretaría y, al final del mandato presidencial en 2019, las partidas presupuestarias para la implementación de políticas culturales públicas tuvieron una caída acumulada del 32% si se cuenta desde el presupuesto 2015 (5; 6*).

Esto nos lleva a preguntarnos no sólo por qué Milei ataca al arte del modo indiscriminado en que lo hace, sino también por qué la derecha autoritaria tiene como uno de sus motivaciones principales destruir y difamar los espacios dedicados a la creación de hechos artísticos y culturales, ¿qué encuentran allí tan peligroso? ¿Por qué parecen creer que la dedicación al arte representa una tarea inútil? ¿Por qué desean tanto su destrucción?

En primer lugar, puede entenderse el ataque a la cultura como una cuestión estratégica: tradicionalmente los sectores del arte suelen estar más emparentados a lógicas democráticas de compañerismo, y representan un bastión ideológico que se contraponen a los gobiernos neoliberales y autoritarios. La estrategia es simple: tratar de disminuir la fuerza de lo que ellos consideran enemigos. Si existe un aparato intelectual con capacidades para enfrentar al poder y promover una ideología contrapuesta a los intereses dominantes, es lo más lógico que se los ataque para intentar disminuir su influencia.

Mientras menos arte y cultura haya, habrá menos personas dispuestas a combatir el poder desde el saber y el conocimiento que se transmite a través del arte. Sin artistas, el camino de imposiciones conservadoras se encuentra muchos más allanado. 

En segundo lugar, hay algo de la derecha y del neoliberalismo que tiende a simplificar la realidad y esto colisiona con la naturaleza misma del arte. La ideología conservadora suele ordenar el mundo bajo una interpretación única que expurga cualquier gris, diferencia o matiz; se pretende ignorar lo distinto para quitar la complejidad de lo real y que así todo parezca más fácil y sencillo. Esto puede expresarse en la idea del “mercado” como ordenador absoluto de  cualquier variable social, o en la pretensión de que la voz del que manda pueda guiar los destinos del pueblo de manera eficiente sin que las voces disonantes se entrometan en su tarea.

Por el contrario, el arte complejiza la realidad, permite la formulación de  preguntas donde no parecían hallar lugar, cuestiona cosas que no debían de ser cuestionadas, le da visibilidad a lo que parecía invisible.  El arte no representa o reproduce lo real, sino que crea realidad, avizora escenarios y circunstancias que no se encuentran en la agenda pública ni parecen pensables en la cotidianidad. De todos los elementos que tenemos en el menú diario, el arte ofrece un plato que está por fuera de ese menú, o sea que es algo que no se puede prefigurar, anticipar ni domesticar.

Mauricio Kartun dice que el arte permite respirar un aire distinto, y por ello nos conduce a movernos en coordenadas que están por fuera de las habituales, y eso concreta a la larga un impacto sobre lo real, ya que, corriendo el horizonte de lo posible, motoriza una realidad que parece estancada. Frente a ello, la derecha tiende a reproducir lo existente, es un defensor incólume de lo que existe. De hecho, para esa ideología el camino no se sustenta en transformar la realidad sino en quitar los escollos o los “palos en la rueda” que no permiten que el desarrollo natural de lo que ya existe se despliegue.

Por algo Milei interpreta que el orden espontáneo del mercado haría por sí solo un mundo mejor, por lo que la solución no está en crear ni proponer nada nuevo, sino sólo en destruir las barreras o los obstáculos que impedirían la reproducción máxima de lo que ya existe. El sentido común conservador entiende que el mundo funcionaría perfecto si nos refugiamos en lo conocido y destruimos lo raro, por lo que la diferencia se presenta como un defecto que debe ser purificado y abolido. Por ello jamás la derecha despliega alternativas de creación o transformación, sino solo de evasión, desregulación y demolición. 

Lo libre en el arte es diametralmente opuesto, ya que toma lo ajeno como elemento transformador, entendiendo que lo extraño no es un escollo sino una plataforma de riqueza y pensamiento. El arte profundiza en aquella presencia de lo real que escapa a los esquemáticos modelos que guían el actuar cotidiano, los artistas comprenden la diferencia singular como un rasgo capaz de motorizar y trastocar lo real, permitiendo descubrir una verdad sobre el mundo, oculta bajo el imperio de la generalidad.

Puede construirse una sociedad muy distinta si contamos con la presencia de lo vivo, si logramos prestar atención y atender la otredad, si nos permitimos observar a las personas que nos rodean. 

En ese sentido, no solo que a la derecha no le conviene la proliferación del arte y la cultura, sino que tampoco terminan de entenderlas ni de comprender su valor. Justamente, los gobiernos neoliberales plantean que el arte solo tiene valor si cotiza en el mercado, resulta útil o se manifiesta productivo, es decir, que no pueden salirse de esa encerrona ideológica que simplifica la realidad, no alcanzan a entenderlo, no logran salirse del "corset" de su pensamiento. Esto tiene que ver con su propia insistencia, de ordenar la realidad bajo ciertos parámetros de reglas muy básicos y elementales, pero, lamentablemente, muy  efectivos para amplios sectores de la sociedad.

Según ellos, en la realidad todo debe ser útil o rentable, y allí encuentran un parámetro que homogeniza lo real invadiendo todo rubro en una lógica similar. Pero el arte molesta, y cuando creíamos que la teníamos clara nos afronta con una buena sacudida. El arte encuentra en los elementos que quebrantan lo homogéneo su fuente más preciada de creación.

Al fin y al cabo, el rechazo de la derecha hacia el arte esconde algo más profundo: el arte les resulta muy ajeno, solo lo aprecian como expresión de lujo, ostentación o mercancía. Desde su lógica, lo artístico no debería tener defensores ni activistas. Por lo tanto se preguntan “¿Qué ven tan valioso allí? ¿Por qué hacer teatro, cine o sostener un centro cultural? ¿Por qué tanta gente se empeña en sostener el arte?”. Sus preguntas pueden ser interesantes, pero sus respuestas son la triste repetición de su encerrona ideológica: “debe ser porque allí hay un curro. Usan la plata de los contribuyentes para hacer cosas que no sirven. Seguro usan el arte para llenarle la cabeza a la gente con ideología”.

Ante lo desconocido, su respuesta es repetir lo conocido, y creen que la única motivación para emplear una actividad reside en la ganancia económica o en la utilidad pragmática más inmediata. Lo artístico sale de la reproducción de lo existente e intenta responder a las preguntas que nos asolan, más allá de lo que se presenta en nuestro mundo inmediato. El arte crea más allá de lo esperable, y es allí donde la derecha se encuentra con un artefacto extraño al que sólo responde con miedo y odio. 

1*: Cultura y economía: saber sumar. Sobre el proyecto de ley ómnibus y su impacto en las industrias creativas. – RGC Ediciones
2*: Participación presupuestaria de los organismos culturales: INCAA, INAMU, INT, FNA Y CONABIP. ¿Qué porcentaje representan del total del sector público nacional? – RGC Ediciones
3*:  Espectadores al frente: experiencias para cuestionar el rol pasivo del público • Enfant Terrible
4*:  Memorias que agitan Vientos del Sur • Enfant Terrible
5*:  El arte de ajustar (tiempoar.com.ar)
6*: Hacia una cultura de elite – Un rato (unc.edu.ar)

Licenciado y profesor en Filosofía. Especializado en estética y filosofía del arte. Escribo ensayos y críticas sobre el teatro cordobés, también hablo de eso en “TeatroRadio” (Radio Gen 107.5).

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