Meme Wars: las jóvenes derechas y la cibermilitancia
A un mes de las elecciones que van a definir el futuro presidente de la Argentina, qué tenemos para decir respecto de las nuevas formas de militancia virtual. Hagoveros nacional-populares, ultraliberales de inspiración milenarista, nuevos mesías y viejos discursos reinventados en clave virtual. Un análisis de Roberto Chuit Roganovich para Enfant Terrible
A principios de 2010, gran parte de las militancias fascistas, misóginas, supremacistas y xenófobas de los Estados Unidos desaparecieron de la escena pública.
Las calles las había, inexplicablemnete, tragado: dejaron de circular de forma súbita los rallys, las marchas con hombres vestidos de negro, las banderas de la Confederación del Sur (aquella región norteameriecana que fue a la guerra civil para defender sus derechos esclavistas), los estandartes con esvásticas y las capuchas blancas puntiagudas.
Quienes vieron en este mutismo repentino un síntoma extraño no tardaron en preguntarse lo obvio: ¿dónde están? ¿a dónde se fueron?
La respuesta a esta incógnita no tardó sino unos años en esclarecerse.
No se habían ido, no habían sido desarticuladas. No habían sido barridas por el debate público impulsado por gobiernos progresistas. No habían perdido terreno frente a una aparente "democratización" de la opinión civil generalizada. Seguían vivas, pero bajo otra forma, en una forma de existencia tanto más etérea, pero igual de consistente. Sólo habían cambiado el área de su influencia.
El caso Tay
El año 2016 fue determinante para entender qué había pasado.
El 23 de marzo, Microsoft lanzó para Twitter un bot de conversación e inteligencia artificial llamado Tay. La empresa lo había creado con el objetivo de que fuera una forma de divertimento lúdico y de ensayos de programación sobre inteligencia artificial, pero no cumplió con su fin. En muy poco tiempo, Tay se encontraba respondiendo y publicando tweets que negaban el Holocausto, que defendían el supremacismo blanco, que enaltecían la figura de Hitler y Trump, a menos de un año de convertirse en presidente.
Tay aprendió lo que parte de la comunidad de Twitter le enseñó: ser una inteligencia artificial fascista, mediante un flujo masivo de ataques como el "repeat after me".
En menos de 16 horas, y 96000 tweets después, Tay fue dado de baja.
En esta nota de Enfant Terrible profundizamos sobre el impacto de Elon Musk sobre Twitter.
Esta experiencia fue sintomática de lo que vendría después. Y lo fue por dos razones esenciales. La primera, porque se inauguraba en la arena mainstream, a la vista de todos y por fuera de los nichos de internet, una nueva forma de intervención política. La segunda, porque a diferencia de los tiroteos del templo sij de Wisconsin, la Masacare de la Escuela Primaria Sandy Hook en 2012, la Masacre de la Iglesia de Charleston en 2015, la Masacre de la discoteca Pulse de Orlando, el tiroteo de Las vegas en 2017, entre otros, en este caso podía observarse una acción política organizada y colectiva, y no una acción de un sujeto individual radicalizado.
Reaparición
La militancia neo-fascista volvió a emerger en las calles, renovada y con fuerza, de forma tan abrupta como había desaparecido.
Su aparición de mayor alcance público fue después de que Donald Trump perdiera las elecciones presidenciales. En la toma del Capitolio de fines del 2021 volvieron a verse todas aquellas organizaciones políticas fascistas, etnocentristas, racistas y de supremacismo blanco que habían abandonado la esfera pública, pero renovadas: tenían nuevos estandartes, nuevas banderas y nuevas estéticas fruto de su reconversión y evolución en el mundo digital y a las sombras de todos.
Este fenómeno, sin embargo, no es propio de Estados Unidos. Entender esto lo antes posible es crucial. Esas mismas organizaciones y sus respectivas versiones vernáculas surgieron también en España detrás de Vox, en Italia detrás de Giorgia Meloni, en Brasil detrás de Yair Bolsonaro, y en muchos otros países europeos y latinoamericanos.
El registro de acción siguió en todos los casos el mismo recorrido: la militancia neofascista virtual entendió —a partir de Tay, de la elección de Trump, y de otros episodios fundamentales— que era posible influir en la opinión pública a base de un sofisticado complejo armamentístico memético.
La pormenorización de este derrotero, de las herramientas fundamentales de los grupos radicalizados de las nuevas derechas, de sus estrategias de interpelación y sus mecanismos de ataque, del meme como artefacto cultural determinante de nuestra época, puede encontrarse en el último libro de Juan Ruocco, editado por Paidós, ¿La democracia en peligro? Cómo los memes y otros discursos marginales de internet se apropiaron del debate público?
Argentina
La cibermilitancia de derechas también existe en Argentina.
Su desarrollo se mantuvo siempre amparado en las figuras nacionales de Nicolás Márquez, Agustín Laje, Javier Milei y ciertos influencers jóvenes, como El Presto y Tipito Enojado, cuyas intervenciones públicas servían como materia prima para la producción de memes, recortes tendenciosos, e imaginería digital.
Hasta hace un tiempo, sin embargo, esta militancia no había cruzado a la real life (IRL, in real life) o no se había mostrado en episodios de acción directa lejos del teclado (AFK, away from keyboard).
El atentado a Cristina Kirchner fue un momento de inflexión: en un salto de escalas sin precedentes, la militancia de derechas se corrió del cobijo anónimo de las redes sociales al intento de homicidio de la Vicepresidenta de la Nación.
El resultado de las últimas elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) fue también otro momento clave. Entendidos de la posibilidad real de que su candidato, Javier Milei, pudiera hacerse con la presidencia, la militancia virtual de las nuevas derechas redobló las apuestas: así, la voluntad de los libertarios de ser una fuerza pujante y de influencia en la opinión pública de las redes sociales se volvió tan decidida y abrumadora como la cantidad de contenido virtual que se encargan de producir.
Qué hay de nuevo
Hay ciertas novedades en la militancia virtual nucleada alrededor de la figura de Javier Milei respecto de las formas tradicionales de hacer política en la Argentina.
En términos muy generales, podríamos nombrar dos. La primera es que su núcleo duro es abiertamente fascista. Mediante risas solapadas, comentarios irónicos y memes aparentemente inofensivos, frente a lo que lidiamos hoy es a la popularización, democratización y circulación de principios antidemocráticos, de extremismo religioso, precientíficos y explícitamente nazis.
Los memes e intervenciones digitales de estas nuevas militancias cubren un espectro ya conocido: desde la frenología lombrosiana a las formas más burdas de la misoginia; del etnocentrimos racista a principismos evangelistas radicalizados; del ecofascismo al anticomunismo más visceral.
Se vuelve necesario, entonces, barajar esta primera tesis fuerza: lo nuevo no son las derechas en cuanto que tales, sino las formas a través de las cuales intervienen en el campo de lo público.
La segunda novedad es igual de dolorosa que la primera, puesto que socava lo que hasta un tiempo parecía patrimonio indiscutible de los movimientos populares y de izquierda.
Las militancias virtuales de derecha ofrecen algo que ni los gobiernos de centro izquierda de la región ni la propia militancia de base ha podido ofrecer de manera consistente y creíble: la idea de un futuro idílico.
Las militancias de derechas virtuales tienen, por el contrario, una narrativa peculiar: representan a Milei como un Restaurador, un Ungido, como el Hombre Gris elegido por las fuerzas de la Historia para darle fin de una vez y para siempre a la clase política sobre la que recaería la responsabilidad del malestar nacional, como único sujeto capaz de abrir un período extenso de felicidad y crecimiento virtuoso; a su vez, la militancia se representa a sí misma como "fuerza del cielo", en clave milenarista y profética, como el caldo humano que propicia la Segunda Venida y la liberación final del hombre argentino.
Con qué respuestas contamos
Desde la dirigencia del peronismo, que parece haberle cuidado las boletas a La Libertad Avanza y cuyos gobernadores e intendentes no parecen mostrar hasta ahora una convicción real de encolumnarse detrás de Sergio Massa, hasta las diferentes expresiones del trotskismo argentino que no parece capaz de romper con el techo máximo del 5%, el panorama es poco alentador.
Sin embargo, en este último tiempo ha empezado a suceder algo curioso alrededor de una figura popular entre el público joven interesado por la política. La figura es Tomás Rebord, que desde su programa MAGA (Make Argentina Great Again, mismo acrónimo impulsado por Trump), y en un tono siempre lúdico, pretende recomponer un discurso utópico sobre la grandeza nacional.
Parte de sus seguidores han invadido Twitter con cuentas anónimas identificadas con el eslógan Hacer a la Argentina Grande Otra Vez (HAGOV). Con un lenguaje distendido, juglaresco pero aún así consistente y sistemático, parecen ser las únicas encargadas al día de hoy de poner entre las cuerdas a la militancia virtual de quienes ven en Milei la salvación del país.
Lo que ha entendido este ejército anónimo de oyentes de Rebord es que, en algún punto, y por fuera de todo purismo, también es necesario hacer uso de los mismos mecanismos de las derechas virtuales —fundamentalmente, los memes—, pero con un propósito inverso.
Y aquí, de vuelta, dos novedades.
La primera es que estas cuentas, como ningún otro extracto joven interesado en la política argentina, actúan (o efectivamente sienten) un amor desmedido por el país. Nada les interesa menos que las representaciones "deflacionarias" de la Argentina, que se apuntalan en ideas propias del ya clásico manual reaccionario nacional: las de las República bananera, las del país arruinado por los "setenta años del peronismo”, las de los "choriplaneros" y las de la ausente cultura del trabajo. Por el contrario, entre los HAGOVs, todo es maravilla, todo es "bullish", todo es posible.
La segunda novedad es que, a diferencia de la gran mayoría de los representantes de los partidos tradicionales argentinos, estas cuentas presentan una idea idílica del futuro argentino. La modelan, la trabajan, la producen. Con memes, con videos, con audios: la construyen, anticipadamente; la esperan y, en una versión del siglo XXI de la Parusía, creen en ella.
Las cuentas HAGOVs parecen romper con ese embrujo que Angela Nagle destacó muy bien en Kill All Normies y al que estuvieron sometidos durante mucho tiempo los movimientos populares y de izquierda: que la rebeldía, que la posibilidad de enojarse respecto del mundo contemporáneo y del estado de excepción constante en el que vivimos se ha vuelto monopolio del discurso de las derechas. Contra eso, aparecen estas intervenciones, que no sólo son efectivas, sino que además, y por sobre todo lo otro, son contagiosas, puesto que comparten y expanden, a la forma de un virus, un estado de ánimo carnavalesco y festivo que siempre caracterizó a gran parte de los movimientos populares y que hoy se encuentra a la baja.
Las formas de interpelación de la militancia varían a lo largo de las épocas, y es posible hoy que el humor y el carnaval sean las estrategias más efectivas de llamado de atención e interpelación política.
Nos guste o no, nos parezca ridículo o "menor", al día de hoy, entre estos dos espacios —la militancia virtual de la derecha dura mileísta y la militancia no organizada y no orgánica detrás de las cuentas HAGOVs y sus derivados—, y a través de mecanismos similares, se está dirimiendo parte del sentido común político de las juventudes en las redes sociales de Instagram, Twitter y Tik Tok.
La utopía argentina tiene, hoy, y a los dos lados de la vereda, la forma de un meme.
Queda en nuestros espacios reconocer qué de esta novedad es útil, qué de estas formas de la esperanza en bruto son capitalizables, qué de estas formas otras de hacer política deberían ser estudiadas e incorporadas a nuestros propios programas de acción y activismo político.
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