Elon Musk y la compra de Twitter: reorganización de las derechas internacionales

La compra de Twitter por parte de Elon Musk profundiza el debate sobre las redes como terreno en disputa para la política internacional. Un ágora virtual donde las Alt Right o nuevas derechas crecen exponencialmente y sus discursos pasan de las pantallas a las calles y las urnas. ¿Cómo es posible intervenir activamente sobre los descontentos genuinos de las clases medias? ¿Cómo pueden crearse contenidos serios, sistemáticos y con rigurosidad científica que le ponga coto al crecimiento micelar y rizomático de las expresiones de las derechas alternativas? preguntas de Roberto Chuit Roganovich para Enfant Terrible

Por Roberto Chuit Roganovich para Enfant Terrible

El 26 de marzo del 2022 Elon Musk hizo en Twitter una encuesta por sí o por no. Allí dijo: “La libertad de expresión es esencial para una democracia funcional. ¿Ustedes creen que Twitter adhiere rigurosamente a este principio?”. La encuesta, en la que participaron más de 2 millones de personas, arrojó resultados interesantes: el 70.4 % de los participantes optó por el “NO”.

Días después, el 26 de marzo, Musk twitteó “Dado que Twitter funciona como una plaza pública de facto, fallar en adherir a los principios fundamentales de la libre expresión socava la democracia”.  

Compra y recepción cruzada

Elon Musk pasará en estas semanas a ser el accionista mayoritario de Twitter. El 9% de participación que logrará a partir de un desembolso de 40 mil millones de dólares es más que suficiente para sentarlo en la punta de la board de la red social y darle la capacidad de reestructurar la plataforma por completo. 

La compra suscitó lecturas variadas y contrapuestas que, en términos generales, parecen organizarse según dos ejes: el ideológico-moral y el económico-financiero. Intentaremos revisar rápidamente las lecturas circulantes para luego reponer sus puntos ciegos. 

De un lado tenemos las lecturas cercanas al conservadurismo liberal internacional y a los movimientos de las alt-rights o nuevas derechas. Estas lecturas ven en el gesto de Musk una lucha comprometida y abierta contra toda forma de censura de expresión política y, especialmente, una lucha contra los moderadores de Twitter que, en los últimos años, habrían violado sistemáticamente derechos de expresión fundamentales de los ciudadanos de las democracias contemporáneas. 

Estas lecturas se fundan en un concepto de libertad al que ya nos tienen acostumbrados: una idea laxa y teóricamente escueta que nunca termina por definirse; un principismo iusnaturalista e ideológico-moral que, sin ser argumentativamente demostrado, es el punto de partida de un conjunto de propuestas políticas concretas (“libre competencia”, desregulación estatal, privatización de la educación, la salud y otras empresas nacionales, entre otras). 

El debate en Estados Unidos al respecto de la compra se encuentra altamente polarizado. Desde el campo conservador, Alex Bruesewitz, joven divulgador del pensamiento de la alt-right estadounidense y autor del libro Winning the Social Media War: How Conservatives Can Fight Back, Reclaim the Narrative, and Turn the Tides Against the Left, se mostró más que entusiasmado con la compra; Lauren Boebert, política estadounidense republicana y activista por los derechos a la posesión de las armas de fuego, dijo que Musk merecía una “medalla de la Libertad”; Troy Nehls, por su parte, nacido en Wisconsin y miembro de la Cámara de Representantes, dijo: “Make Twitter Great Again”.

Si bien en el campo político nacional este debate no se encuentra todavía en ejercicio, al menos en Europa y Estados Unidos la lista de adherentes a la inversión de Musk es pasmosa

Del otro lado encontramos lecturas periodísticas (ya más alineadas al centro, ya más a un progresismo respetuoso) que, por cierta pretensión de objetividad y decoro, no avanzan demasiado sobre sus propias hipótesis. Aquí el eje suele ser económico-financiero: se insiste en la composición accionaria de la plataforma, en su valor respecto de otros medios tradicionales (40 veces más que el Washington Post), en su cantidad de usuarios; también en el modo en cómo las redes sociales han reinventado el modelo empresarial y de interpelación política, sin dejar de hacer énfasis en los sesgos algorítmicos que terminan por allanarle camino al campo de los negocios y al marcado de los debates de la agenda pública.

Si bien las caracterizaciones de la plataforma muchas veces -como también lo son los análisis de las propuestas que Musk tiene para Twitter (a saber: control de acceso de la información personal por parte de las empresas, verificación de las cuentas que terminaría por barrer con el trolleo bot)-, distan mucho de ocuparse de lo que realmente deberíamos hablar. 

A pesar de las diferencias evidentes en las lecturas que hemos podido reunir (tanto las de las alt-right como la de los medios tradicionales progresistas y de centro), todas tienen un punto en común: parecen olvidar los problemas centrales de 1) las coordenadas histórico-políticas que movilizaron a Musk a invertir en Twitter, y 2) las implicancias políticas de un conjunto de reformas como las que se esperan. 

Las coordenadas histórico-políticas de la preocupación de Musk

De un tiempo a esta parte, las intervenciones de Musk en Twitter, siempre pretendiéndose de un centrismo salomónico, han tomado un giro netamente conservador.

Sin embargo, la preocupación de Elon Musk por el “ejercicio de la libertad de expresión” en Twitter tiene una fecha concreta: el baneo permanente de la cuenta de Donald J. Trump. El contexto político del baneo es de suma relevancia. 

Fue el siguiente: en el marco de una sesión del poder legislativo que contabilizaría el voto del Colegio Electoral para certificar la victoria de Joe Biden como presidente electo de los Estados Unidos, grupos militantes de extrema derecha, derecha alternativa, conservadores e independientes invadieron el Capitolio. Los grupos de invasores, muchos de los cuales terminaron arrestados y sumariados, no dejaron de verse motivados por mensajes en los que el mismo Trump denunciaba fraude electoral y alentaba movilizaciones. 

Después de la suspensión irrevocable de la cuenta (que no sólo se extendió al usuario específico -al conjunto de datos que configuran esa personería virtual- sino a la persona física de Trump) Elon Musk empezó a mostrarse molesto con los mismos hombres de paja y enemigos imaginarios que tienen los militantes cibernéticos de las derechas alternativas: el avance del comunismo, el totalitarismo de izquierdas, la corrección política como forma de dominación ideológica, las propuestas políticas que atentarían contra la Primera Enmienda, etcétera. 

El punto ciego de los medios de comunicación tradicionales: los caldos del odio

El 6 de enero de 2021, después de que Trump denunciara fraude electoral y llamara a movilizaciones, las calles de Washington se llenaron de militantes de múltiples agrupaciones de las llamadas derechas alternativas y nuevas derechas (como Proud Boys, Neoconfederates​, QAnon, Boogaloo, Tea Party​, Three Percenters, Oath Keepers, Blue Lives Matter, National Socialist Movement, entre otros). Los parches, las vestimentas y las consignas que estos militantes llevaban en sus remeras y banderas resultaron, en mayor o menor medida y al menos durante los primeros días, incomprensibles para los medios de comunicación tradicionales norteamericanos. 

El asalto al Capitolio -antecedente directo del interés de Musk por Twitter- fue el síntoma público de un malestar que venía gestándose hacía tiempo en ciertos espacios de la Internet. La pretendida “lejanía” o “irreconciabilidad” entre lo que entendemos por real y lo que entendemos por virtual fue aquello que hizo que los comunicadores tradicionales no pudieran caracterizar el fenómeno

Para entender este malestar hay que volver en el tiempo, e ingresar a un plano de lo real que suele pasar desapercibido en la agenda de debate púbico: los foros virtuales, como 8Chan y 4Chan. Este último es un foro y tablón de imágenes creado en 2003. Si bien al principio estaba mayoritariamente dirigido a la discusión sobre productos culturales orientales (como el manga y el animé), con el tiempo fue virando a diferentes campos de debate. El viraje contuvo tanto a expresiones de las llamadas subculturas (expresiones identitarias alternas a la cultura dominante formadas a partir de la edad, el género y la etnicidad de sus miembros, entre otras cosas), como a diferentes expresiones del activismo cibernético. 

4Chan, pues, que había tomado la decisión de no intervenir sobre los debates que se desarrollaban en sus tableros, empezó a llenarse no sólo de militancias de izquierdas (como las del comunismo, el anarco-comunismo y el ciber-comunismo) sino también, y de forma mayoritaria, de expresiones de supremacismo blanco, negacionismo, antisemitismo, xenofobia y misoginia. 

Frente a la escalada de contenido políticamente border, 4Chan decidió intervenir sobre ciertos tableros, lo que provocó una migración masiva hacia otro espacio de la Internet llamado 8Chan, donde se prometía, nuevamente, que ningún contenido sería eliminado por sus moderadores. 

El documental de HBO dirigido por Cullen Hoback llamado Q: Into the storm cuenta cómo 8Chan, con el tiempo, se convirtió en un gran semillero de las derechas de la Internet: libres de toda censura y amparados en el anonimato, muchos usuarios lograron utilizar la plataforma para la difusión de ideas de extrema derecha, para la cooptación de nuevos usuarios -por lo general hombres heterosexuales blancos y jóvenes de clase media, como sugiere el documental How to Radicalize a Normie, de Innuendo Studios y disponible en YouTube: -, y para la organización de marchas de protesta, razzias y otras intervenciones públicas armadas. 

En este marco, 8Chan no sólo fue el espacio virtual en el que se organizó y diagramó el ataque al Capitolio, sino también el espacio donde algunos tiradores masivos -como los responsables de los tiroteos en la mezquita de Christchurch, en la sinagoga de Poway y en El Paso- subieron manifiestos políticos minutos antes de pasar al ataque armado.

Entre los contenidos de 8Chan (donde abunda la pornografía infantil y se organizan campañas de doxxing, acoso virtual y trolleo masivo), destacó la figura de Q. 

QAnon es un usuario anónimo que subía posteos enigmáticos y crípticos afirmando la existencia de un “Estado profundo” en EEUU, y que llegaba a ramificarse a casi todos los Estados y gobiernos del mundo. Así, en un juego de pistas, mantuvo en vilo a toda la comunidad durante años. Su participación derivó en el desarrollo y complementación de teorías conspirativas de la más amplia gama (desde la militancia antivacunas al Pizza Gate -que afirmaba que mandatarios políticos, entre ellos Hillary Clinton, eran responsables de red de tráfico de personas y abuso infantil-; del terraplanismo a la difusión de listas de la policía estadounidense de militantes Antifa).

¿Qué hacer?

¿Qué hacer con todo esto? Vincular tan livianamente a Elon Musk con los movimientos de derechas extremistas internacionales es soltarse a conclusiones apresuradas. En todo caso, lo cierto es que la futura reforma de Twitter -a manos del hombre más adinerado del mundo- viene a subsanar descontentos latentes en usuarios asiduos de la Internet, usuarios por lo general organizados en grupos identitarios y políticos adversos al desarrollo de la vida democrática. 

¿Todo esto quiere decir que la nueva gerencia de Twitter puede llegar a oxigenar la circulación masiva de expresiones de odio sin censura? Sí. 

¿Quiere decir también que Twitter va a convertirse lentamente en una plataforma en donde los discursos de odio sean la expresión mayoritaria de nuestros timelinesEn absoluto. 

En principio, porque las pruebas-ensayo de la nueva board de Twitter no se han hecho efectivas. Elucubrar respecto del rumbo de la plataforma con tanta antelación sería irresponsable. En segunda instancia, porque Twitter no deja de ser un espacio de acceso público que, como tal, se construye “identitariamente” a la par de los deseos y motivaciones de sus usuarios. 

En todo caso, hay ciertas cosas que quedan claras:

Lo primero, que el debate sobre la distancia entre la libertad de expresión y la capacidad de emitir, difundir y promover discursos de odio todavía no se encuentra resuelta. Lo que en algún momento fue considerado un “terreno ganado” por el progresismo internacional -ora apoyado en avances de discusión democrática, ora en reglamentaciones que multan expresiones, por ejemplo, negacionistas- es ahora un terreno en disputa. 

Lo segundo, que la revitalización de las expresiones públicas de la extrema derecha es un síntoma epocal que nace y se reproduce, en un primer nivel, sobre las grietas y fugas de las dinámicas tradicionales o clásicas del debate político, la transmisión de ideas y la divulgación. Así, personajes como Agustín Laje, El Presto, Nicolás Márquez, Gloria Álvarez, Javier Milei y otros -todos nacidos en portales y plataformas virtuales y luego catapultados a la televisión y las planas periodísticas- pueden ser leídos como una mera coda de un proceso de derechización subterráneo que viene aconteciendo a nivel global. Ahora bien, el carácter subsidiario de nuestros representantes de derecha nacional  (a veces auto-amparados en la tradición libertaria) no es bajo ningún término un demérito. En todo caso, la pregunta es cómo hacerles frente en los mismos terrenos (nuevamente, virtuales) en los cuales han generado adherencias y altos niveles de pregnancia discursiva. 

Lo tercero, que la virtualización de la militancia nos pone frente a problemas que al día de hoy no han sido trabajados con la seriedad que ameritan. Si bien “las calles” le han pertenecido históricamente a los movimientos populares y de izquierda, ¿qué sucede con estos nuevos espacios cibernéticos? Desde las izquierdas, ¿cómo es posible intervenir activamente sobre los descontentos genuinos de las clases medias escolarizadas y conectivizadas? ¿cómo y a través de qué mecanismos pueden crearse contenidos serios, sistemáticos y con rigurosidad científica que le ponga coto al crecimiento micelar y rizomático de las expresiones de las derechas alternativas? Desde los movimientos populares, ¿cómo pueden pensarse las condiciones materiales de acceso al Internet y al debate público no oficializado ni oficializante? ¿cómo pensar la política por fuera de la familia, del barrio, de la organización política y de la Escuela? 

En definitiva: ¿cómo reinventar nuestras herramientas históricas de debate, de interpelación e intercambio de ideas en los tiempos de, como dice Musk, “plazas públicas -pero virtuales- de facto”?

Somos el equipo de redacción de Enfant Terrible: el resultado de millones de años de evolución aglutinados en este irreverente existir.

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