Volver a contar al Che. Ese es el desafío que hoy toca en un escenario de verdades acentuadas, de historias que parecen ya gastadas, contadas una y otra vez. Este es el trabajo que se toma Leda Berlusconi en su libro “Bolivia, el Che y una historia no contada”. Una interpretación personal, sin permiso de la autora, podría también llamarlo “Bolivia, el Che y una historia que hay que contar”. En esta nota sin pretensión de spoiler, nos aproximamos al proceso de gestación de un libro necesario y que renueva una historia tantas veces contada.
Con Bolivia tenemos en común mucho más de lo que el imaginario de la Argentina blanca y alguno que otro libro de historia nos permiten vislumbrar. Suelos, paisajes, economías, procesos migratorios, revoluciones. Un sentido de pertenencia histórico en la lucha por la soberanía regional, y también, eso que Galeano llamó “las venas abiertas”: colonialismo, dictaduras y genocidios, extractivismo.
Hay, además, algo puntual que sintetiza esas geografías diversas, de caminares, de historias de vida y muerte que nos unen con el país vecino: el Che Guevara. Esa figura -desde un parecer personal y compartido- hoy muy pocas veces reivindicada, a quien -por cierto-, resulta curioso recordar en la fecha de su nacimiento, 95 años después, por la tierra donde su vida le fue arrebatada.
El propósito aquí es de invocarlo, revivirlo, pero no por azar ni por cercanía geógrafica sino por una pista. El trabajo de la periodista Leda Berlusconi y su libro “Bolivia, el Che y una historia no contada” despiertan una serie de preguntas para discutir a Guevara y su proyecto revolucionario que no terminó en el cañadón de Ñancahuazú, ni en la llamada “Ruta del Che”, al suroeste de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. ¿Fue casualidad que Guevara continuara con su hoja de ruta insurgente en Bolivia? ¿Qué fue a hacer realmente allí? ¿Otra vez aplicaría el método de guerra de guerrillas luego del paso por el Congo?
¿El Che era sólo un guerrillero? Ciertamente, esa última etiqueta le queda chica y Berlusconi nos abre aún más el panorama del médico, del escritor, del político, del viajero, hacia “otro Che”.
¿Educador, pedagogo, agricultor? La esencia de lo revolucionario puesta en la vuelta a la tierra y una forma más cercana a los reclamos de hoy, como la soberanía alimentaria
Leda tiene una atractiva forma de narrar. Como si pudiéramos caminar por las rutas de la historia que ella misma transitó en su investigación: las guerrillas de los 60s, las contradicciones, la historia, la geopolítica, los momentos íntimos, los viajes, la comida, los aprendizajes propios y ajenos. Encuentros entre viejos compañeros, Luis, un obrero metalúrgico que formó parte de una organización guerrillera hermana a la de Sánchez, un Mayor del Ejército de Bolivia que fue a buscar al Che con la orden de matarlo.
No pude asistir a la presentación del libro, fue una amiga y colega, Fernanda, quien se tomó el tiempo y me trajo un ejemplar firmado por la autora. Un año después pude hablar con Leda para indagar sobre el proceso de escritura, sobre las preguntas y emociones que acompañaron el proceso de gestación.
“Me quedé muy impactada con mis 60 años, porque estuve 45 años pensando que el Che había muerto en combate. Y de repente, a lo largo de la investigación pienso: no murió en combate, no estaba combatiendo, estaba huyendo, lo fueron a matar. No es lo mismo” se cuestiona Berlusconi.
“Yo me enteré de la existencia del Mayor Sánchez que terminaría fundado el PRT-B (Partido Revolucionario de los Trabajadores de Bolivia) durante el 2012, acompañando a Luis Mattini en los juicios de lesa humanidad, en la Causa Saint Amant II, donde comienzo a tratar de saber quién era Sánchez”.
La búsqueda de un personaje como el Mayor Sánchez la lleva a los rincones de Bolivia, entre consultas a libros y fuentes diversas: “Allí me doy cuenta que no tengo idea de Bolivia, de Paraguay, toda una zona que descuidamos como argentinos. Me encontré con un país con muchos parecidos con nosotros, pero era muy conflictivo buscar información, entonces convencí a Luis para ir directamente a la fuente”.
Perderse en las búsquedas puede ser bueno o malo, depende, pero es siempre una posibilidad. A Leda le pasó y es que, para encontrar a “otro Che” es necesario leer entre líneas. “Logramos viajar a fin del 2013 a Bolivia y allí grabé durante tres días. En el marasmo de una persona como Sánchez que te habla del General Giap (líder revolucionario y militar vietnamita), que te habla de Vietnam, de Chernóbil, no comprendí la información que me traía. Me vine a mi casa y lo único que hice fue salvar esa documentación, después me olvidé por completo, hasta que al año siguiente una amiga me preguntó “¿Y? ¿Qué escuchaste?”. Como le dije que no lo había escuchado porque total ya había estado ahí, me insistió en la importancia de escuchar para puntear”.
“Me encontré con todo un relato sobre ese período del Che, datos específicos que me empezaron a dar vuelta. Que compraron una finca, ¿para hacer una revolución compras una escritura? Si, dos años antes, ¿cuánto hacía que venían planeando? ¿Cómo? ¿Por qué Bolivia, por qué eligieron esa zona? Una vez que compraron sembraron maíz, ¡Epa! ¿Por qué había un horno de barrio, por qué había pollos? Todo eso que empecé a descubrir en el relato de Sánchez” refrescó Leda.
Cuando la escritora intentó de nuevo el Mayor Sánchez ya no estaba para recibirla. Cursaba una avanzada enfermedad y falleció pasados los 80 años. “Aquí empezó una nueva etapa de investigación, que me llevó como cinco años”, relata Berlusconi. Surgieron más preguntas. Los pasos anteriores comienzan a vislumbrar a ese “otro Che”, a tratar de meterse en la subjetividad de este personaje: “El Che estuvo un año en Praga, donde sabemos que se fue a cambiar la cara, pero estuvo un año viviendo allí con un montón de compañeros, estudiando, ¿qué hizo allá? De Tanzania sólo sabemos que se fue a esconder porque hay una foto en una piecita. Hay una etapa del Che que no está contada”.
“Los últimos años del Che son años donde cuestiona a Cuba, porque de alguna manera no completó ese proyecto de industrialización, de tener su soberanía alimentaria, de tener su propio desarrollo. Pero no pude descubrir ese proceso de cambio del Che, el decir, 'bueno, este modelo está acabado, ahora hay que empezar uno nuevo'. ¿En qué momento el Che hace ese clic?”, se pregunta Leda
Aunque seguramente los libros de historia no cuenten con tanto lujo de detalle como los sentidos que alberga la memoria, Leda pudo reconstruir algunos elementos. El Che no estaba solo en Bolivia, ni eran unos pocos bolivianos campesinos sus compañeros. El proyecto de Bolivia se hizo junto con personas de Argentina, Chile, Uruguay, pero también con gente de Alemania, Cuba, México, España, Suecia y Finlandia.
Lo interesante de desafiar la historia, de animarse y adentrarse en la búsqueda que Berlusconi plantea, es que mantiene vigente las posibilidades a la vez que expone cómo los relatos de los fusiles se comieron un proyecto humano. De allí una pregunta para repensar en este presente ¿Cuál sería la diferencia entre un proyecto revolucionario que sólo se centra en las armas, con un proyecto del imperialismo que sólo se centra en las armas? Para hablar de “otro Che” hay que hacerse estas preguntas, tal como lo hace Leda previo a plasmar la investigación:
“¿Cómo transmitís esa idea a alguien que, quizás, no tiene ese previo amor por el Che, a alguien que quiere leer algo distinto? Porque puede partir de la idea de '¡Uy, otra vez con la revolución, las armas!'...
Fui sintiendo, intuitivamente, que tenía que darle al lector la posibilidad de buscar ese recorrido conmigo, para comprender que hay más historias del Che que recuperar, que hay que mirarlo desde otro lugar, no sólo como el guerrillero que tenía un chumbo y una camisa militar. Hay una última etapa que nos tira un nuevo eje”.
Tal vez... no necesariamente haya “otro Che” que recuperar. Un Che sin armas pero no desarmado, que buscó en Bolivia algo más que un proyecto de guerra, al menos no como nuestro imaginario hollywoodense nos permite pensar.
“Se habla del Che entrando en la Habana, armas, armas, armas, milico, milico, milico, y se pierde. Toda la historia rica de su etapa en el Ministerio de Industria y en su discusión política con Fidel sobre el tema de la soberanía alimentaria, no está. Es muy actual todo ese período del Che y creo que por eso está cercenado de la historia, porque volvería a ser un líder que ya nadie quiere, que los políticos de hoy, "la casta", no quieren jóvenes relacionados con ese tipo de militancia”.
Se me viene a la cabeza la imagen de Agustín Tosco, sus fotos protagónicas del Cordobazo y su impronta combativa, pero pocas veces está el trabajo de recuperar al Tosco orador, pensador, que discutía, que escribía, que miraba más allá, a otros paisajes alejados como África: “Y que laburaba, que iba a la fábrica...” complementa Berlusconi. “El Che iba a cortar la caña, Tosco laburaba y después en los ratos libres iba a militar. Hoy se prefiere este escenario de yuppie, de militantes que después se van a su casa, que toman vinito los jueves. Me parece que sí, que con Tosco pasa exactamente lo mismo. Y me parece que eso tiene que interpelar a recuperar esos espacios, de esos dirigentes que fueron importantes. Volver a contarlos desde otro lugar” .
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