"Las Tres Hermanas", una deslumbrante ingeniería escénica

«Las tres hermanas» es una versión local de la reconocida obra del autor ruso Antón Chéjov. Esta historia se sitúa en un pequeño pueblo de Rusia a comienzos del siglo XX. Allí se relata la vida de las hermanas Olga, Masha e Irina, las cuales viven penas, angustias, deseos e ilusiones. Esta obra de teatro dirigida por David Picotto e interpretada por seis actores del under cordobés sorprende por su osada capacidad de entrelazar el cine y el teatro en una puesta fascinante.
Foto: Diego Lucero

Una impactante impronta cinematográfica


«Las tres hermanas» es un “film teatral” que hace un uso ingenioso de proyecciones fílmicas de diversa índole. Entre los extractos audiovisuales utilizados pueden encontrarse imágenes típicas del cine mudo, subtítulos que acompañan la acción teatral de los personajes en escena, textos referenciales que comunican situaciones particulares, segmentos de películas clásicas de la historia del cine, etcétera. Si bien en muchas obras de teatro cordobés es posible observar recursos tales como el videomaping, «Las tres hermanas» destaca por su peculiar apuesta escénica, la cual despliega ingeniosamente su material fílmico: una extensa tela transparente que cubre toda la frontalidad del escenario permite la recepción de proyecciones audiovisuales. Tenemos en primer plano una pantalla traslúcida y detrás de ella, en segundo plano, los actores y su microcosmos escenográfico.

Aquí se acentúa la habitual distancia de la escena con el público, ya que la cuarta pared teatral se ve interrumpida por una pantalla artesanal. Este velo divisorio que dispone un cuadrado escénico bien definido delimita el campo de acción teatral, configurando un “adentro” y un “afuera” claramente determinados. Este espacio cerrado no solo expone un material dispuesto a recibir impresiones de un proyector cinematográfico, sino que, a la vez, traza el sitio vital de los personajes, intensificando allí las sensaciones que estos manifiestan ya sea de dolor, risa, tensión o calma.


La impronta cinematográfica no descansa solo en la presencia de materia fílmica, sino en la especial manera en que se desenvuelven todos los materiales de la escena: la coordinación entre los actores y la sincronicidad de estos con los demás elementos de la obra emulan movimientos más propios del montaje fílmico que de la teatralidad viva. Las calculadas rutinas relacionales que los cuerpos ejecutan aquí son capaces de ocultar la torpeza de todo organismo vivo; la desprolijidad esencial que suele hacerse evidente en la presencia actoral
se estiliza en un calibrado desarrollo coreográfico, así también los múltiples cuadros que componen las siluetas neutralizan las imperfecciones del desplazamiento humano.

Por momentos, vemos a los cuerpos comportarse como animaciones o caricaturas, de esas que un dibujante controla gracias al poder artificial de su pluma. Pero lo increíble es que no hay artificio, sino realidad: se mueven frente a nosotros actores presentes en un aquí y ahora, son cuerpos vitales que, a pesar de traer consigo los espasmos imperfectos de toda naturaleza humana, logran presentar una imagen modélica, casi digital. Este minucioso timing de armonía escénica encanta no solo en su atrapante dinamismo, sino también en lo que hace al atractivo estrictamente visual. «Las tres hermanas» ostenta una exquisita
belleza estética, la cual se construye con una cuidada gama de colores que destaca tanto por su armonía compositiva como por la sobriedad de su brillo. Esta tónica cromática que expresan los vestuarios y los objetos de época ayudan a sumergirnos en la Rusia de principios de siglo XX que Chéjov retrata en su historia.

Foto: Diego Lucero

Una genuina sorpresa en la expectación

La impactante ingeniería escénica me hizo preguntarme durante todo el transcurso de la obra. ¿Esto que veo es realmente una construcción del teatro independiente?, ¿las artes escénicas de Córdoba son capaces de elaborar un despliegue escénico tan deslumbrante? Observaba una vez con detenimiento, la sorpresa no cedía; me detenía en todos los detalles y mi admiración era más grande; mientras relajaba mi atención para apagar el sentimiento avasallante al que me veía sometido, la obra me ofrecía un nuevo recurso escénico que
sacudía mi sensibilidad.

¿Seré solo yo el que magnifica esta puesta?, ¿estaré exagerando en mi mirada desprevenida? Provocar sorpresa en el arte es moneda común, lo que sí resulta extraño es que el deleite escénico sea un activo prolongado sin que se diluya en el transcurrir del momento. Busqué grietas y desperfectos, creía posible hallar alguna fisura que desarme el posible engaño que edulcoraba mi expectación, pero mis esfuerzos
maliciosos fueron en vano y mientras más refinaba mi mirada, más porciones de virtuosismo descubría. El estruendo inicial no se convertía en humo efímero, no se trataba de ningún fulgor violento destinado a perecer instantes después de su aparición.

La falsa monumentalidad de lo estético es un pesar que deambula en toda comunidad artística, pero aquí no había ninguna falaz grandilocuencia, lo que veía era verdadero y ocurría frente a mis ojos; estaba en presencia de una obra de teatro profesional, de movimientos precisamente calibrados, de construcciones quirúrgicas, de despliegues finamente sistematizados, de procesos trabajados con justa delicadeza.

Las sombras de un ideal

Además del alucinante efecto sensorial que el ensamblaje escenotécnico provoca, la propia propuesta artística también da lugar a la reflexión. El formato no es sólo una cuestión de estilo o de mera apariencia estética. La puesta en escena nos está diciendo algo sobre la significación más propia de «Las tres hermanas» de Chéjov: el hermetismo del hábitat teatral trazado por la pantalla fílmica enuncia la sensación desesperada de una vida sin salida.

La tela que abre la posibilidad al cine, obtura el ecosistema de los propios personajes. Las mujeres de esta historia exhiben una vida asfixiante, son víctimas de un contexto sin demasiadas perspectivas. Olga, Masha e Irina depositan sus deseos en un lugar lejano a su mundo más propio, el cual solo parece ofrecerles angustias y penas. De algún modo son las sombras de lo que querrían ser, el reflejo de un ideal externo. En este sentido,
se agudiza la significación de los cuerpos en segundo plano. Si el primer eslabón posicional de la maquinaria escénica corresponde a la pantalla -en este caso, la cuarta pared -, el micromundo ficcional resulta una derivación, un reflejo esmerilado que expresa la versión degradada del brillo fílmico.

Ya de por sí el registro audiovisual es una copia de lo real, por lo que los cuerpos en escena constituyen la copia de la copia. Es exactamente lo que Platón pensaba del arte: los objetos artísticos son una estéril mimesis de las cosas que componen el mundo físico, son una degradación de la realidad, y la misma realidad es una mala copia que aspira a participar fallidamente en el mundo de las ideas. Las tres hermanas son una
sombra que pretende alcanzar un ideal platónico obturado por el velo de la representación. Se proyectan detrás de la pantalla que por sí misma proyecta imágenes, siendo entonces la tercera imagen, siendo al fin y al cabo una sombra de las sombras.

La encrucijada del actor

La fascinación que despierta la sofisticada ingeniería de la obra esconde una trampa: pierde prestancia el actor en tanto sustancia escénica. Aquí puede observarse un juego exquisito en lo que hace a lo ficcional y lo metaficcional, ya que no sólo de manera simbólica el formato escénico impacta en los personajes, sino que también se deslizan consecuencias en los propios actores. Los cuerpos se posicionan como consecuencia refractaria de un organismo elaborado, se convierten en herramientas de un sistema complejo que los excede. Por tanto, el increíble despliegue estético no sólo indica una capacidad sobresaliente para construir
belleza escénica, sino que también expresa un contenido de verdad profundo: el sujeto está alienado. El deleite de una maquinaria fascinante trae consigo el atropello de la vitalidad.

En el cine se efectúa una pérdida de la centralidad presencial que el actor acentúa en lo teatral, hay una subordinación de lo corporal en tanto accesorio de la maquinaria. Por ello, Pirandello decía que “el actor de cine se siente como en exilio. Exiliado no sólo de la escena, sino de su propia persona”. Si bien la propuesta de David Picotto es teatral, hay una emulación tan fidedigna al mecanismo cinematográfico que la labor actoral desborda su territorio tradicional del teatro.


Contrario a lo que podría creerse, este desplazamiento artístico que realizan los seis actores en escena devela sus virtudes y no sus faltas. Los intérpretes renuncian a su hábitat natural para entregar todo su maná artístico a un conjunto que los desborda. Este gesto de renuncia al ego individual permite justamente el despliegue irresistible de la propuesta escénica, que depende de la extraordinaria presentación de cuerpos vivos camuflados en tanto imágenes proyectadas.

Los actores prestan su corporalidad para una representación modélica que neutraliza su singularidad. Por ello, la historia de «Las tres hermanas» es contada a través de constantes representaciones estereotípicas de diversas manifestaciones de la cultura: el cine mudo de los años 20, los musicales norteamericanos, los films clásicos de los 50, el estilo indie del cine europeo de finales del siglo XX. En todas estas manifestaciones, que
dinamizan la historia de Chéjov, los personajes parecen caricaturas, extienden rutinas esquemáticas que mecanizan el despliegue vital de su presencia. Sin embargo, en momentos claves de esta obra de teatro los cuerpos encontrarán espacio para la emancipación. Todo cerco impuesto vislumbra alguna posibilidad de salida y esta bella cárcel simbólica habilitará una liberación poética inesperada.

Lo artesanal o la reproducción técnica


La exhibición de una maquinaria estética puede causar tanto fascinación como aversión. ¿El avance técnico de la modernidad habrá enriquecido el arte o lo habrá estropeado? Despliegues escénicos tales como los de Picotto nos recuerda que nuestra experiencia artística no será jamás como las que disfrutaban las sociedades tradicionales. Hay una sensación mixta frente a la caída de lo artesanal como modo hegemónico de producción cultural. No está del todo claro qué tanto hemos ganado y qué tanto hemos perdido. Walter
Benjamin anuncia con cierta nostalgia que en esta era, la era de la reproductibilidad técnica, el arte ha perdido su aura: cierta sustancia vital vinculada a las vivencias artísticas de otro tiempo son meros recuerdos irrepetibles.

Gep Gambardella, personaje de Paolo Sorrentino, al contrario de esa melancolía romántica, afirma que “la nostalgia es la única distracción posible para quien no cree en el futuro”. Es indudable que el sofisticado desarrollo técnico representa un enriquecimiento incalculable para la labor artística, sería una torpeza negar
que en nuestros tiempos el artificio estético cuenta con posibilidades extraordinarias para su gestación. Tengamos la posición que tengamos, presentaciones cordobesas de la magnitud de «Las tres hermanas» constituyen una preciosa invitación para la reflexión de nuestra propia cultura. Con aura o sin aura, Córdoba sigue creando con pasión y entusiasmo piezas artísticas dignas de la más genuina contemplación.

“Más allá, está el más allá. Yo no me ocupo del más allá. Por tanto, que esta novela dé comienzo. En el fondo, es sólo un truco. Sí, es sólo un truco” (La Grande Belleza - 2014).

Licenciado y profesor en Filosofía. Especializado en estética y filosofía del arte. Escribo ensayos y críticas sobre el teatro cordobés, también hablo de eso en “TeatroRadio” (Radio Gen 107.5).

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