Desaparecí dos veces

«Desaparecí dos veces»es una obra de teatro que aborda la desaparición de personas desde una mirada novedosa e inteligente. Lejos de lugares comunes esta creación de «Apenas Teatro» logra profundizar en costados escondidos de la resistencia ciudadana. Una obra que se propone atra cesar el doloroso contexto de los 70’ desde el humor y la alegría, cuyos personajes regalan incontables momentos graciosos a partir de la extraña premisa que los convoca: Teresita, una empleada de una dependencia pública, atiende a Martín, un joven que exige el expediente que certifique su estado de desaparecido.

Una atmósfera cálida y acogedora


Los horrores cometidos en la última dictadura de nuestro país parecen exigir un tratamiento serio y adecuado. «Desaparecí dos veces» logra ese cometido, pero sin apelar a una solemnidad inmaculada. Esta obra ostenta la virtud de atravesar el doloroso contexto de los 70’ desde el humor y la alegría. Los dos personajes de la historia regalan incontables momentos graciosos a partir de la extraña premisa que los convoca: Teresita, una empleada de una dependencia pública, atiende a Martín, un joven que exige el expediente que certifique su estado de desaparecido.

Es un gran logro de Facundo García, director de la obra, haber desarrollado una cálida y amena historia a pesar del trasfondo triste y oscuro que la sostiene. «Desaparecí dos veces» consigue mantener una atmósfera acogedora de principio a fin, y esto no solo es consecuencia de la risueña química que consiguen los dos actores en escena, sino a la conjunción de los diversos elementos que componen la obra. La técnica lumínica
de German Falfán Gonzalez inunda de color la caja negra que desborda el escenario.

El contraste entre las luces cálidas y el fondo apagado permiten delimitar un espacio vital en medio de la profunda oscuridad que circunda. Por otra parte, la escenografía y los vestuarios de época contribuyen en su tono amarronado a exhibir luminosidad. El centro luminoso donde transcurre la obra expresa certeramente un sitio tradicional de archivo. Montones de cajas, papeles, y ficheros anuncian un contexto de burocracia densa y enroscada.

La burocracia como mecanismo ordenador


Como sucede en el archivo público de esta obra, todo espacio burocrático ejerce una obsesiva tarea de clasificación y registro. La tarea oculta de tal empresa consiste en reprimir la amplia diversidad y singularidad de los distintos rincones del mundo en arcas de categorías esquemáticas. Todo ser se ve reducido a datos y estadísticas previamente estructuradas. La vitalidad real de cada partícula circundante se omite en la preeminencia de un orden abstracto e insensible.

La burocracia funciona en tanto juez universal capaz de discriminar y seleccionar toda entidad a partir de limitaciones tajantes: varón o mujer, mayor o menor, casado o soltero, muerto o vivo. Pero ¿Qué sucede con aquellxs seres que sortean esas limitaciones? ¿Qué pasaría si se presentan casos inclasificables? En el corazón de esta problemática se inserta «Desaparecí dos veces», dando cuenta que la identidad de
cada sujeto se resignifica en su embestida contra la asfixiante normatividad. A lo largo de la obra se hace hincapié en aquellas disidencias que desandan cualquier previsión categorial.

Este abordaje nos permite conocer costumbres prohibidas de nuestra cultura, prácticas ocultas que se cocinaron en los márgenes de la historia oficial. Sin embargo, si bien algunas veces lo que excede el registro expresa resistencia, otras veces manifiesta un dolor indeseable. La figura del desaparecido no encaja en el espacio de lo reglado. La especificidad de los más de 30.000 compañerxs desaparecidos desarma todo
protocolo estructurado volviendo más dramática su situación ¿Qué significa entonces estar desaparecido? significa estar vivo y muerto a la vez, implica un desgaste de identidad sin cierre consolatorio. Se habita un “entre” eterno, un limbo incómodo y desesperante. Esta intermitencia permanente desborda toda delimitación tajante que omita cualquier tercero excluso.

Las categorías binarias se muestran estériles y no parece haber esfera que contenga la anomalía. Por ello, la desaparición forzada de personas es un crimen eterno, en tanto no permiten admitir duelo ni final. La incertidumbre obtura cualquier conclusión perpetuando un vacío abierto que desgarra.

Los pasos perdidos

El transitar de Florencia Ramonda y Ezequías Litwin, los actores en escena, esconde un detalle significativo. En pasajes determinados de la obra los intérpretes caminan con una finalidad concreta, pero en innumerables momentos los vemos deambular en el espacio, dirigiendo su andar hacia ningún lado preciso.
Un pie tras otro va dejando su huella sin trazar un camino recto ni anticipado. Los pasos dejan de subordinarse a un fin que los excede para fortalecerse en su propia entereza. La obra parece encuadrarse en una suerte de “salón de los pasos perdidos”, justamente porque estos salones, tradicionalmente situados
en Tribunales de justicia y Congresos parlamentarios, constituyen un “no lugar”, un espacio profano en el cual se descansa de la sacralidad del recinto oficial.

En cada salón de los pasos perdidos se está a la vez dentro y fuera de las reglas jurídicas o protocolares. En ese “no lugar”, políticos, jueces y abogados negocian, planean, traman. Allí se ensaya para ingresar en el mundo “sacro” de las leyes, se habita una antesala donde “el actor se prepara” - como diría Stanislavsky – dando pasos errantes.

«Desaparecí dos veces» no solo trata conceptualmente el tema de habitar ese “no lugar” liberado de las nominaciones, sino que se desarrolla de manera viva y sensible. De modo constante observamos un salir y entrar de la historia en la cual los intérpretes pasan de ser personajxs a ser narradorxs. Hay un afuera de campo que pausa el recorrido de Teresita y Martín para que la voz de Ezequías Litwin y Florencia Ramonda se dirija al público demanera reflexiva. Martín y Teresita están presentes y ausentes a la vez, Ezequías Litwin y
Florencia Ramonda al mismo tiempo son y no son sus personajes.

La construcción de este tipo de teatro cuestiona por sí mismo el atropello de lo normado. La lógica rígida de lo instituido se desarticula en el despliegue teatral de la vitalidad escénica. No es posible encuadrar a los cuerpos en un casillero u otro, son ambos o ninguno simultáneamente. Este gesto que alumbra la singularidad, logra desnudar la irracionalidad de toda fuerza de organización o reorganización de lo existente en coordenadas sin alma.

La libertad en el “entre” El on/off reiterado que dinamiza el decurso de la obra se hace palpable por el logrado diseño esceno-técnico. Luces de boliche y canciones de los 80’ configuran un salvoconducto eficaz para la transición entre los dos espacios ficcionales planteados. Es en ese “entre” bailable y atrayente en donde se expresa en su máxima intensidad el espíritu de «Desaparecí dos veces». Es en la transición donde se vislumbra la singularidad de “lo que excede”, ni antes ni después. Este momento intermedio no deja en claro que nombre o etiqueta otorgarles a los cuerpos en escena.

Nuestro impulso de oprimir lo particular con categorías prefabricadas descansa, y abrimos paso a la manifestación de lo existente en su bello aparecer. Conocer la belleza revolucionaria de la disidencia exige que dejemos ser tal cual es a lo que se expresa. El encanto irresistible de lo profano es capaz de evidenciar
amores y alegrías ocultas. El acto de ensayar pasos prohibidos es capaz de entregarnos con
sencillez un regalo inesperado: el aquí y ahora de los cuerpos libres.

Domingos de abril a las 21 hs. Espacio Blick (Pasaje Perez 11)
FICHA TÉCNCA
Actuación: Florencia Ramonda y Ezequías Litwin
Dirección: Pablo Facundo Garcia
Asistencia de Dirección: Juan Rojo
Dramaturgia: Pablo Facundo Garcia
Diseño lumínico: Germán Falfán Gonzalez
Diseño escenográfico: Germán Falfán Gonzalez
Vestuario: Ana Rojo
Operación técnica: Valentín Fonseca

Becario doctoral en CONICET donde investiga sobre estética y filosofía del arte. Ensayos y críticas sobre la escena under cordobesa.

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