Georgina Orellano y el trabajo sexual: “nuestra lucha no es sectorial”

Para conocer acerca de la organización sindical AMMAR, de las putas como sujetas políticas y la discusión en torno al trabajo (sexual, formal e informal) dialogamos con la sindicalista y puta feminista Georgina Orellano.

Los primeros registros que se tienen sobre las meretrices -grupo de mujeres a cargo de casas que ofrecen servicios sexuales a cambio de dinero- data de la antigua Roma. Al igual que cualquier tipo de trabajo, donde se expone el cuerpo a largas horas para cumplir una tarea a cambio de una remuneración, el trabajo sexual fue modificándose según el contexto histórico. Sin embargo, con la llegada del trabajo asalariado y el surgimiento de sindicatos para reclamar los derechos laborales, el trabajo sexual se ha visto relegado a la clandestinidad y a la informalidad.

En Argentina durante los años 90’s, se funda AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas) con la intención de organizar y formar sujetxs políticxs sobre las implicancias y cuidados que hay que tener al momento de ejercer el trabajo sexual. En la actualidad, el sindicato cuenta con más de 16 filiales y alrededor de diez mil trabajadoras organizadas. Más que un espacio de contención, un espacio de encuentro para desmitificar los tabúes que hay alrededor de la informalidad, siendo ésta una consecuencia -y no una causa- que atraviesa a quienes deciden vivir del trabajo sexual.

¿Qué implica ejercer el trabajo sexual con un Estado abolicionista, que se dedica a perseguir más a las trabajadoras que a la trata de personas? ¿Qué significa trabajar en las denominadas “zonas rojas”? Las discusiones alrededor de la informalidad de trabajar en la clandestinidad, ¿pretenden cuestionar las estructuras o más bien continuar reproduciendo discursos morales, que no reconocen al trabajo sexual como trabajo?

Para conocer acerca de la organización sindical AMMAR, de las putas como sujetxs políticxs y su lucha por el reconocimiento institucional de su oficio y profesión, Enfant Terrible estuvo en diálogo con la secretaria general, puta, sindicalista, feminista popular y mamá, Georgina Orellano.

Sobre todo, estoy convencida de que las trabajadoras sexuales merecemos derechos laborales”, expuso Orellano como máxima al momento de presentarse.

Foto: Emiliano Correia

Las putas, sujetas políticas

Agustina Chora (AC): ¿Es necesario reconocerse como puta si se es trabajadora sexual?

Georgina: creo que no es una obligación enunciarse o sentirse representada por esa categoría, pero sí para quienes tenemos una responsabilidad política y tratamos de llevar las voces de un colectivo invisibilizado. Además de la lucha con el Estado por los derechos laborales, vivimos con el estigma o la vergüenza de decir a lo que nos dedicamos. La sociedad siempre vio al puto o a la puta de manera peyorativa, alejada de la verdadera necesidad, de las trayectorias e historias de los sujetos. Nosotras estamos politizadas y disputamos el lenguaje, consideramos que todo lenguaje es político.

AC: Las "zonas de tolerancia" que disponen los municipios son, en su mayoría, lugares sitiados por la policía ¿Qué significa trabajar en la “zona roja”?

Georgina: para nosotras son lugares de resistencia, es nuestra trinchera. Yo me siento segura cuando estoy con otras compañeras porque conocemos las lógicas de la zona, señalamos qué vecinos son amigables y cuáles no, para generar estrategias comunitarias y colectivas. En algunas zonas rojas las putas también viven. Está esa particularidad de que además de tu zona de trabajo, es el barrio donde vas al verdulero o mandás a tu hijo a la escuela.

Hay un control policial que recae sobre nosotras y otros colectivos que están en las periferias, como lo pueden ser las migrantes, compañeras travesti-trans, senegaleses, etc. Sólo por ser considerados el “sujeto de la sospecha”. Yo encontré en esas zonas muchas cosas que ni siquiera las he encontrado en una universidad. Los acuerdos de gobernabilidad con la policía o las disputas con las juntas vecinales. Es entender que detrás de todo eso hay una política de higienización de limpiar los barrios, para sacarnos a nosotras del centro de la ciudad.

Nosotras luchamos contra esas "políticas de maquillaje", reclamando que no nos utilicen a los pobres para decir que están “luchando contra la inseguridad”, cuando en realidad limpian la zona para después desembarcar con una fachada de ideas progresistas de especulación inmobiliaria en ciertos barrios donde habitamos las putas, porque sale más barato.

AC: En una entrevista hablás de cómo las lógicas abolicionistas producen regulaciones punitivas y que ustedes, desde AMMAR, reclaman regulaciones de derechos, ¿podés profundizar sobre esta idea?

Georgina: cuando escuchamos: “quiero abolir la trata de personas" o "quiero abolir la prostitución”, la primera palabra que nos aparece a nosotras es la de desaparecer. En nuestro país, esa palabra tiene un sentido de memoria, verdad y justicia. Un Estado abolicionista genera oscurantismo y violencia. Fue lo que sucedió con la reforma de la ley de trata en el 2012, con los decretos provinciales que prohibieron el funcionamiento de cabarets y whiskerías, la prohibición de avisos clasificados de servicios sexuales, o que sigan rigiendo en 16 provincias los códigos contravencionales.

Lo que produce el espíritu abolicionista en la vida cotidiana de esas personas, no es desaparecerlas, es arrinconarlas a un mayor aislamiento social. Y lo hacen con el derecho penal, endureciendo las penas, lo que termina dando mayor poder a las fuerzas de seguridad. Desde el día uno que las trabajadoras sexuales, en los calabozos, señalamos como el principal opresor de nuestro colectivo a estas políticas. Todo aquello que se quiera abolir, en este caso la trata o la prostitución, termina dando un giro punitivo.

Las alianzas que ha hecho el abolicionismo para poder cerrar los cabarets y whiskerías, fue darles pasajes para que se vuelvan a sus países de origen. Estamos hablando de un país que tiene toda una perspectiva progresista de la migración, pero ¡ah, si migraste para venir a putear en un cabaret! Te mandan de vuelta a tu país en circunstancias de precariedad. ¿Por qué mejor no se preguntan, por qué la salida que mejor les queda a su alcance es la prostitución? ¿Por qué no ofrecer otras ofertas laborales? Lo que terminó generando esta lógica fue virar hacia un Estado más prohibicionista.

AC: ¿Qué avances en materia de derechos crees que han logrado las putas desde la dictadura hasta la actualidad?

Georgina: creo que la legitimidad de ser consideradas un sujeto político. Algunas compañeras nos contaron cómo podían pasar hasta sesenta días encarceladas y nadie iba a preguntar por su situación procesal. Ahora, cuando se llevan a una puta presa, se levantan muchos teléfonos. Nosotras levantamos teléfonos de legisladores, organizaciones feministas, abogados, sindicatos y eso genera una red donde el comisario termina haciendo el proceso judicial rápido, porque sabe que lo que tiene adentro es un problema para el afuera. Cuando vienen y nos dicen: “se van todas o las llevo presas” y nosotras contestamos: “sabes que si nos llevás a todas, flor de bardo vas a tener en la comisaría”, ellos tienen que comenzar a mediar y reconocer que somos sujetos políticos, cuando antes éramos su caja chica.

“Cuando se llevan a una puta presa, se levantan muchos teléfonos”.

El principal problema con el que llega el 80 por ciento de las compañeras, son por causas de violencia institucional. Nosotras tenemos distintas maneras de resolución y estrategias para que sepan que lo que están haciendo no es un delito y se lleven esas herramientas para colectivizar con las demás.

AC: ¿A esto haces referencia cuando hablas de la importancia de AMMAR como un espacio de encuentro al momento de formar sujetxs políticxs?

Georgina: AMMAR en sí es un sindicato muy particular. Funcionamos como un sindicato y formamos parte de la Central de los Trabajadores y las Trabajadoras (CTA), aunque el Estado argentino no nos reconozca como trabajadoras. Históricamente lo que hizo siempre el Estado fue darnos preservativos para repartir. Eso no representa en lo absoluto las demandas tan diversas y transversales a la organización. Lo último que se llevan son los preservativos. Para nosotras fue más un medio para llegar a las compañeras: el fin fue organizarlas.

No queremos ser un ghetto, nuestra lucha no es sectorial. Si nosotras estamos en un barrio donde hay putas en situación de calle y hay otros sujetos en situación de calle. No vamos a hacer solamente una asistencia para las nuestras, vamos a hacer asistencia para el conjunto de esas personas porque son los lugares que habitamos. Hay muchas que no pudieron terminar la escuela porque tenían que quedarse en sus casas realizando tareas de cuidados y para eso fundamos la escuelita en la Casa Roja.

Hay que incorporar migraciones también, pensar en una política social y construir puentes con otras áreas del Estado, traerlo al barrio y que se embarre de todas las dificultades que hay, al haber sostenido esa mirada burocrática de que la gente se tiene que acercar a una ventanilla y no a la inversa.

Muchas veces las compañeras vienen para hablar nomás, no quieren psicólogos, ni ir a migraciones, ni buscan abogados. Se sientan, toman mate, piden algo para comer y hablan. Te das cuenta que por ahí no tienen otra red o tejido familiar a quien contarle lo que les pasó en el trabajo y acá encuentran ese espacio. Igual no diría que es un “espacio de contención”, más bien es un espacio de encuentro, te encontrás con otras que les pasa lo mismo que a vos.

Trabajo sexual, trabajo informal, trabajo

AC: ¿Cuáles son las discusiones que se plantean al hablar del trabajo sexual como un trabajo informal?

Georgina: la principal discusión, incluso con algunas centrales sindicales o trabajadores registrados, es romper con el imaginario de no poder incorporar a aquellas personas que no tenemos patrón. Nosotras, que somos trabajadoras informales, vemos que apelar a esa sola lógica trae problemas porque tiene limites. El cincuenta por ciento (50%) de la población trabaja de manera informal, entonces, ¿a quién le hablamos cuando estamos exigiendo un paro nacional a las centrales sindicales? Cuando la mitad de la población no tiene derechos laborales.

Al trabajador registrado no le van a descontar ese día porque tiene un respaldo, ¿pero qué pasa con el otro resto que, si decide parar, no puede poner el plato en la mesa para sus hijos o pagar la habitación del hotel? No tenemos esa representación del trabajo. Cuando dicen: “el trabajo es un ordenador de la vida”, en nuestro caso ajustamos el trabajo a la maternidad, ese es nuestro ordenador.

Cuando lo planteamos de manera informal al trabajo sexual es para dejar de ser sectarias, porque queremos que los manteros y las cocineras de barrios populares también tengan derechos laborales. Buscamos construir una lucha representativa.

Así como hay políticas para trabajadores registrados, el peronismo y el progresismo tienen que armar una agenda en el que estemos el cincuenta por ciento de la población. No todos vamos a dejar de trabajar en la informalidad por pensar que tener un trabajo “digno” es poner el dedito en alguna computadora y cumplir horarios. Habría que reconocer las desventajas que es tener un trabajo registrado. Hoy por hoy significa que seguís siendo pobre, así que no sé qué tan “digno” es dejar de estar en una esquina si vamos a seguir precarizadas.

A nosotras nos parece más acertado lo que nos vienen a plantear algunos sindicatos, que es la discusión de la reducción de la jornada laboral. Es más acorde a la realidad cuando vemos a una compañera que trabaja doce horas, para ganar lo mismo que una puta gana en cuatro horas. En este contexto representa un gasto y una precariedad estar registrada, tenemos que hablar de que el sistema está deshumanizado y que existen otras alternativas, que a ciertos sectores nos permite seguir viviendo sin dejar nuestras vidas en trabajos tan de mierda.

AC: ¿Qué estrategias tiene el sindicalismo frente a un movimiento obrero organizado que no termina de reconocer a las trabajadoras sexuales dentro de la informalidad?

Georgina: las estrategias que tenemos en este caso es poder generar alianzas y articulaciones más allá de estar en el establecimiento de la CTA. Empezamos a hacer un caminito para pedir reuniones con la gente de la CGT (Confederación General del Trabajo). Lo primero que dijeron al llegar fue “perdonen compañeras, nosotros hablamos a lo bruto y al hueso”. Me sentí en casa, porque las putas hablamos igual, directo y al hueso, sin tanto marco teórico.

Participamos de espacios multisectoriales donde nos encontramos con clubes de barrio que tienen una cuestión social parecida a la de AMMAR. Lo que se va generando es una construcción que no nos deja tan aisladas. Las putas no podemos pensar en la lucha aislada de: “yo solamente estoy a favor de tener derechos laborales, obra social y jubilación”. Esa es nuestra principal reivindicación, pero también nos atraviesa la violencia institucional.

Este año cumplimos 29 años como organización. Cuando las que estamos ahora al frente pasamos por los procesos de politización, una cosa que nos hacía mucho ruido, era encontrar que algunos dirigentes sindicales que participaban de nuestras reuniones no se dirigían hacía nosotras como las “compañeras de AMMAR”, sino como las “chicas”. Nos bajaban el precio. La otra era que terminaban cada reunión con una frase que era “AMMAR nació para un día morir”, ¿tenemos qué morir? Nos preguntamos, ¿el sujeto trabajador sexual algún día morirá? ¿Por qué eso era una exigencia? ¿Para qué armar un sindicato si vamos a morir? Armamos un sindicato para que un día nuestros derechos sean conquistados y defendidos.

Un día preguntamos y nos respondieron que “en una sociedad justa, libre e igualitaria en la que los trabajadores y trabajadoras luchan, no existiría la necesidad de ejercer el trabajo sexual”. Empezamos a cuestionar que en esa “sociedad justa, libre e igualitaria”, nuestra visión es que no exista el trabajo asalariado. No es que no exista la puta, es que no exista la necesidad del trabajo. Porque si va a ser “libre e igualitario”, chau capitalismo y chau trabajo asalariado.

El fondo de la cuestión es moral. Me parece que ahí está la discusión, tanto en el espacio sindical, como en los espacios feministas. Ahora la pregunta que les hacemos es: ¿Por qué les molesta que explotemos la concha y no que explotemos nuestras manos? ¿Cuál es el valor social que tiene la genitalidad y la sexualidad que no la tiene otra parte del cuerpo? Es ahí donde está el nudo de todos los debates que hay en torno al trabajo sexual.

Agustina, me dicen Chora. Profe de psicologia, pronta licenciada. Escribo y soy mi propia empleada cocinando.

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