Regreso a Cromañón: que no se quede mi pueblo dormido

17 años después de la noche más oscura del rock argentino, el Estado sigue acumulando deudas pendientes. Las demandas por atención permanente en salud mental, neumonología, subsidios y por un espacio de Memoria impulsadas por sobrevivientes y familiares cobran fuerza. De fondo, el relato triste de la impunidad, la corrupción y la ausencia de "los pibes".
Foto: Dafne Gentinetta

Poco después de Cromañón, Mariana Paz decidió que cada 30 de diciembre se iría de Buenos Aires. En tren, en auto, en avión, en buquebús. Durante muchos años se fue de la ciudad para no estar presente en los aniversarios. Huyó de los obituarios de cada diciembre, del recuerdo de la peor tragedia del under argentino que marcó su vida y la de su generación para siempre. Confiesa que nunca pudo volver a escuchar Callejeros.

- Cuando suena en algún lado me pongo un poco lúgubre. Admite despacio con la lentitud de la pena.

Mariana comparte desde entonces con otros miles el miedo atávico a los boliches sin salidas de emergencia bien iluminadas, la presión ansiógena en el plexo cuando toma un subte, los recuerdos del horror entre monóxido de carbono y el humo. La tristeza sin fin de una generación. Diecisiete años después de aquella noche, accedió a contar su historia.

"Recuerdo que poco antes hubo un episodio similar en un recital de La 25. Chabán solía increpar a la gente que prendía bengalas en el lugar, decía que un día nos íbamos a quemar todos..."

-Esa noche fui con mi primo, yo tendría 16 o 17 años. Por entonces se hablaba mucho de la futbolización del rock, de la cultura del aguante, los trapos y las bengalas. Era importante en la mística del rock todo eso. Había mucha frustración y mucha bronca post 2001, era quizás una forma que teníamos de canalizar todo eso.

Unas converse rojas, un flequillo, una remera de San Lorenzo, una entrada para alguno de los miles de recitales que ofrecía la noche bonaerense. Mariana como otros miles, canalizaba a través del rock y el aguante las carencias de la Argentina de aquellos años. Un ritual para el desahogo, la pertenencia, a veces el descontrol.

¿Va a decir la verdad el que escribe los diarios?

El desarrollo de los acontecimientos es por demás conocido: la sobreventa de entradas muchas veces por encima de lo permitido. La bengala que prende el cielorraso. Luego el tumulto, la salida de emergencia cerrada por fuera, los muertos y los heridos. El trasiego desesperado de las familias por hospitales y morgues de la ciudad. El morbo despiadado de los medios hegemónicos.

- Cuando logré salir y me repuse, vi las cámaras. Entre los gritos y la confusión estaba el móvil de Crónica grabando todo. Me dio mucha bronca y los insulté, los empujé para que se fueran. Mientras tanto, un largo pasamano seguía sacando cuerpos desde el fondo del local. Las ambulancias venían sin oxígeno, la policía y los bomberos apenas hacían nada.

Después, la búsqueda de las responsabilidades. La criminalización de la juventud, los voceros oficiales tapando el negociado. Hubo ruido de medios: las coimas a Bomberos y Policía para habilitar aquella trampa mortal quedaron en sordina. En cambio la condena social a los músicos y la idea de que "los pibes están en cualquiera" caló bien hondo.

- Nos cagó la vida. Resume Mariana, como quien tiene un tajo que no cicatriza.

¿Y va a haber jueces cumpliendo la ley?

Luego el Estado. Las interpretaciones y alcances jurídicos sobre el estrago doloso fueron materia de debate en la Corte Suprema. Ibarra pasó por un juicio político, nunca por uno penal. Chabán estuvo dos años de prisión preventiva y salió libre. Gustavo Bruzzone, que compartía en 2004 la Cámara de Apelaciones con "Malala" Garrigós de Rébori, recuerda bien aquel fallo que le valió algún escrache y una crítica velada del mismo Néstor Kirchner.

"Yo fallé a favor de la libertad a Chabán. Siempre que no exista riesgo de fuga ni posibilidad de entorpecer la causa, todos tenemos derecho a transitar el procesamiento en libertad"

Tan lejos de aquel humo venenoso y negro, del horror de los cuerpos agarrotados en fila esperando sobre el asfalto el reconocimiento de algún familiar, la justicia se aferró a sus doctrinas procesales, interpretativas. Vía audio, Gustavo insiste:

- Hubo un direccionamiento mediático y una presión social que pretendía instalar que el excarcelamiento era igual a la absolución y no es así. Fallé conforme a la doctrina y a la presunción de inocencia.

Poco después Omar Chabán volvió a prisión y al cabo de unos años murió de un linfoma. Rafael Levy, dueño del inmueble -comprado a través de sociedades offshore radicadas en las Islas Vírgenes- fue condenado a cuatro años, una década después. La mayoría de los funcionarios del gobierno de Ibarra fueron sobreseídos en segundas instancias o nunca entraron en prisión. Las víctimas fueron 194 y 1432 los heridos.

Que no se quede mi pueblo dormido

Los sobrevivientes como Mariana, los familiares de las víctimas, los organismos de derechos humanos piden desde hace varios años que Cromañón sea convertido en un espacio de Memoria. La justicia por su parte, tan sorda y tan ciega, restituyó en 2018 el inmueble a la empresa que todavía pertenece a Rafael Levy. En Argentina la propiedad privada siempre está por encima del derecho a la vida.

Desde hace años, familiares y sobrevivientes reclaman que el Estado cumpla con la "Ley Cromañón". El gobierno porteño se comprometió a proveer servicios de salud mental y al pago de subsidios en concepto de reparación integral. Apenas unas pocas familias reciben el subsidio, del resto de compromisos no hay noticia. De nuevo, un puñado de monedas para tapar la porfiada ausencia de los pibes.

Periodista y fotógrafo. Edito, escribo y leo. No siempre en ese orden.

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