Martina Chapanay, la leyenda de la mestiza bandolera
Ayer, se cumplieron 225 años del natalicio de Martina Chapanay. La mestiza, la que tenía un trato con el diablo, la montonera devenida en bandolera. Un cuerpo cargado de historia, convertida en leyenda por el boca en boca.
En las lagunas de Guanacache (desembocadura de los ríos provenientes de Mendoza y San Juan) , nació del cruce mestizo entre madre cristiana y padre warpe, “la” Martina Chapanay. Nombrada así en numerosos registros de tradición oral, es una de las mujeres indígenas más recordadas de Cuyo.
Entre mito y realidad, el personaje histórico que, a través de su cuerpo, representó a aquellos “indios” adheridos a las montoneras federales que resistieron al proyecto de nación unitario.
El recuerdo de su historia se preservó más allá de la tradición oral. Ejemplo de ello fueron las obras literarias de marcada intencionalidad política por reconstruir, desde una perspectiva moralizante, un ideario “civilizatorio” y de “progreso” de quien fue Martina Chapanay: mujer, montonera, salteadora y originaria.
Entre estas obras se encuentran: “Martina Chapanay. Leyenda histórica americana” (1865) de Pedro Desiderio Quiroga; “La Chapanay” (1884) de Pedro Echagüe; “Martina Chapanay. Realidad y mito” (1962) de Marcos Estrada.
En la novela “La Chapanay” de Pedro Echagüe -defensor de la causa unitaria-, se puede matizar claramente el sesgo del escritor por separarla de las luchas políticas, al subestimar su participación dentro de las montoneras federales de Facundo Quiroga, debido a la relación que tuvo con su emisario, de quien fue pareja hasta que lo asesinaron en la batalla de Ciudadela, Tucumán (1834).
Su amor estaba en la causa federal que, a pura destreza con el cuchillo, la lanza y el jinete, consolidó su historia. Empero, el autor Echagüe fuerza la narrativa y desplaza a la cuchillera al mero papel de acompañante del hombre emisario de Quiroga.
En contrapartida, Julieta Tello Bustos en “Ficciones sobre el cuerpo indígena”, cuestiona a Echagüe, al problematizar sí la bandolera no personifica una frontera epistémica, sexual, racial y cultural, “ya que en ella se cristalizan tanto las disputas entre la nación y las provincias federadas en el siglo XIX, como también disputas contemporáneas por la patrimonialización (producción y apropiación) del cuerpo warpe, sus memorias y archivos”.
A su vez, cuestiona si la forma de reconstruir su historia, no es parte también del problema de quiénes narraron los “hitos” constitutivos del Estado-Nación de mediados del siglo XIX.
“El cuerpo de la montonera warpe incomodó y sigue incomodando porque pone en cuestionamiento una serie de presupuestos en torno al binomio moderno sexo-género y desestabiliza el orden heteronormativo ya que encarna lo abyecto, lo que está fuera de la norma, de lo permitido, de lo correcto”, describe la autora Tello Bustos.
Registro a quien corresponda / mural de Martina Chapanay
Mito y realidad, civilización y barbarie
Sobre su cuerpo no sólo reposa lo ya mencionado, sino, que además, es un caso oportuno para trasladarnos hacia los años de disputa entre “unitarios y federales” que finalizó luego de la batalla de Pavón (1861), donde la victoria de las fuerzas porteñas, logró romper con la Confederación Argentina y consolidó el proyecto de país unitario. Dando inició al proyecto de “civilización o barbarie”.
Para el proyecto unitario, Martina formaba parte de la barbarie, del caudillaje desprolijo. Parte de una población que no entendía del trabajo asalariado; de papeleta de conchabo, ni ley de vagos. Una indómita que no compartía las reglas impuestas. Es a través de su historia que se puede entrever la bisagra del pasaje de la tierra gaucha a la propiedad privada del terrateniente.
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La “civilización”, que trajo consigo el ingreso del país al mercado mundial -con supremacía porteña sobre el comercio-, necesitaba que la sociedad entienda las reglas de dominación: educar, disciplinar y evangelizar a la barbarie. Los mismos viejos métodos para los nuevos tiempos que marcaron el rumbo de la colonización de la historia, en donde Martina Chapanay continúa resistiendo en la oralidad de la memoria colectiva.
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