La triste fantasma del fusilado Manuel Dorrego

El fusilamiento de Manuel Dorrego es probablemente el primer crimen político contra un líder popular que amenazaba los intereses de la oligarquía porteña y marcó la tónica de la política en lo que todavía era apenas un proyecto de país. La historia de un fusilado que vive y que abrió las puertas a décadas de enfrentamientos civiles, cuyos ecos lejanos aún hablan del circular y violento drama argentino.

Argentina 1828. En los primeros días de noviembre, el coronel Juan Galo de Lavalle impulsa un levantamiento armado contra el gobierno legítimo de Manuel Dorrego. Tras la salida del poder de Rivadavia, el centralismo porteño decide poner fin, mediante la violencia, a un gobierno que había comenzado apenas un año antes, pero cuya vocación federal y popular amenazaba la hegemonía de la élite de Buenos Aires.

Al amanecer del día 13, tras una batalla sangrienta en la localidad bonaerense de Navarro, Dorrego es traicionado por uno de sus oficiales, Mariano Acha, quien lo entrega a Lavalle. Éste firma su sentencia de muerte sin juicio previo y sin siquiera dirigirle la palabra. Manuel Dorrego, gobernador de la provincia de Buenos Aires, se cuadra frente a los soldados que lo van a matar.

Paradójicamente es un caudillo unitario el que intenta interceder ante Lavalle para evitar la muerte del gobernador. Gregorio Aráoz de Lamadrid intenta convencer a Lavalle de que le perdone la vida al que fuera compañero de armas durante las guerras de independencia. Fracasa en su intento. Dorrego, consciente de la trascendencia política de su muerte, le entrega dos cartas: una dirigida a su hermano Luis y otra destinada a su inminente viuda, Ángela Baudrix, junto con su guerrera de teniente coronel de Cazadores.

Luis Dorrego leerá días después:

“No hay remedio, mis enemigos van a sacrificarme; estos ciegos ministros piden a gritos mi sangre, y ella correrá muy pronto; pero no siento tanto por mi muerte como el descrédito y los males que amenazan a nuestra amada Patria. ¡Ah! Si yo pudiera morir sin que se resienta el crédito de la República, y especialmente de este pueblo, al que debo mi existencia. ¡Si yo supiera que el borrón con que van mis asesinos a manchar la historia, había de caer solamente sobre su execrable conducta!, al menos este consuelo me haría descansar en el sepulcro; pero en ti confío, querido hermano; tú quedas y tu voz no espirará tan pronto como la mía; mientras existas, haz cuanto puedas para que no se fije este tizne sobre la reputación de nuestra amada Patria”.

"Encontraron el cadáver entero, a excepción de la cabeza que estaba separada del cuerpo en parte, y dividida en varios pedazos, con un golpe de fusil en el costado izquierdo del pecho". Así describió el abogado Miguel Villegas la escena de la muerte. El cuerpo de Dorrego es exhibido como un trofeo.

La noticia de la barbarie unitaria se extiende por toda Latinoamérica. El mismo Simón Bolívar dirá poco después que “en Buenos Aires se ha visto la atrocidad más digna de unos bandidos. Dorrego era jefe de aquel gobierno constitucionalmente y a pesar de esto el coronel Lavalle se bate contra el presidente, le derrota, le persigue, y al tomarle le hace fusilar sin más proceso ni leyes que su voluntad; y, en consecuencia, se apodera del mando y sigue mandando liberalmente a lo tártaro".

A su vez, el libertador José de San Martín escribió en una carta a O'Higgins: “los autores del movimiento son Rivadavia y sus satélites, y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no solamente a este país, sino al resto de América, con su conducta infernal. Si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es necesario enseñarles la diferencia que hay entre un hombre honrado y uno malvado”

Con su firma en aquella sentencia de muerte, Lavalle marca la tónica de la política argentina del resto del siglo. Dorrego será el primero de muchos muertos en las guerras que vendrán. Para la posteridad quedó la carta donde cuenta lo sucedido y será recuperada años después por Sarmiento.

Participo al Gobierno Delegado que el coronel don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La Historia, señor ministro, juzgará imparcialmente si el señor Dorrego ha debido o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público. Quiera el pueblo de Buenos Aires persuadirse que la muerte del coronel Dorrego es el mayor sacrificio que puedo hacer en su obsequio.

Saludo al señor ministro con toda consideración


Juan Lavalle.

Aquel asesinato fue planificado minuciosamente por una larga lista de apellidos patricios y porteños como Salvador María del Carril, Vicente López y, por supuesto, Bernardino Rivadavia. Aunque también los hubo no tan porteños ni tan patricios como José María Paz o Juan Cruz Varela, quien no tomó las armas pero sí alentó, como periodista, el asesinato del líder federal. El rol de la prensa incitando a la matanza de aquellos que se oponen al centralismo de Buenos Aires viene de largo. Por otro lado, a nadie sorprende verificar que algunos descendientes de aquellos ilustres unitarios todavía hoy juegan importantes papeles en la política nacional.

El primer fusilado que vive

El alzamiento unitario encabezado por Lavalle podría considerarse el primer golpe de Estado de la historia Argentina. Merece la pena recordar la enorme simpatía y cariño que el general Dorrego suscitaba entre las clases populares de la época. Apodado "el padre de los pobres", en apenas un año de gobierno impulsó la creación del Partido Popular, un espacio de organización política que bregaba por la igualdad de condiciones entre las provincias del Río de la Plata, la incorporación de negros a la oficialidad del ejército, la participación política de las masas más plebeyas y la igualdad jurídica de todos los seres humanos.

Así defendía el derecho al sufragio de jornaleros y peones en 1826:

"He aquí la aristocracia, la más terrible, porque es la aristocracia del dinero (...). Échese la vista sobre nuestro país pobre: véase qué proporción hay entre domésticos, asalariados y jornaleros y las demás clases, y se advertirá quiénes van a tomar parte en las elecciones. Excluyéndose las clases que se expresan en el artículo, es una pequeñísima parte del país, que tal vez no exceda de la vigésima parte (...) ¿Es posible esto en un país republicano?

Yo digo que el que es capitalista no tiene independencia, como tienen asuntos y negocios quedan más dependientes del Gobierno que nadie. A ésos es a quienes deberían ponerse trabas (...). Si se excluye a los jornaleros, domésticos, asalariados y empleados, ¿entonces quiénes quedarían? Un corto número de comerciantes y capitalistas”.

La suya es una muerte de trascendencia histórica, que no sólo abrió las puertas a más de una década de sangrientas guerras civiles, sino que se repetirá hasta nuestros días, en infinitos cuerpos, en distintas épocas, pero siempre con los mismos verdugos. "La violencia política en Argentina viene desde el fondo de la historia, creo que arrancó con Dorrego", dijo Cristina Fernández de Kirchner el pasado viernes entrevistada por el periodista Pablo Duggan.

Angelita Baudrix, la viuda de Manuel, recibió de manos de sus verdugos una carta que aún se conserva en el Archivo General de la Nación. Decía asi:

Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir. Ignoro por qué; mas la Providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida: educa a esas amables criaturas. Sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado Manuel Dorrego.

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