Red Puentes, entre la convivencia sanadora y el ardor del “pipazo”
La invitación es las 10, cuando comienza a organizarse el principio de lo que son las convivencias en la «casita» de San Ignacio. Allí, el equipo trabaja el consumo problemático de sustancias y adicciones con jóvenes de ese y otros barrios aledaños. La “convivencia” es un método de trabajo donde “buscamos que no haya distancia entre trabajadores y usuarios”. El drama del consumo en las juventudes más empobrecidas viene en crecimiento por el “pipazo”.
Como espacio de atención en distintos barrios populares de Córdoba, la Red Puentes trabaja con personas que atraviesan, o atravesaron experiencias de consumo problemático de sustancia y adicciones, basándose en la “reducciones de daños y riesgos” que se enfoca en la red de sucesos estructurales (sociales, económicos, políticos, etc.) que generan desigualdad y terminan afectando de manera diferencial a quienes atraviesan estas problemáticas.
La perspectiva comunitaria y localizada amplía la mirada, al entender que un consumidor es parte de una trama social, familiar, comunitaria y local que también se ve afectada si, por ejemplo, hay jóvenes tirados por ahí y fisurados por el consumo. En este sentido, destaca la articulación con actores como SEDRONAR y la Mesa Territorial de Adicciones de Córdoba. Es por ello que Red Puentes sostiene distintas Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC). Las «casitas» pueden ser cualquier domicilio en algún barrio, todo lo que, entre cuatro paredes, pueda convertirse en un espacio para contener.
En la ciudad de Córdoba, la Red Puentes tiene tres casitas: una en barrio Argüello, hacia el norte de la ciudad; otra al oeste en barrio San Vicente y la que fue abierta hace menos tiempo está en San Ignacio, hacia el noroeste de la ciudad. Desde Enfant Terrible nos acercamos a este último espacio para conocer más de cerca el trabajo de la Puentes, las problemáticas y cómo las abordan.
“Buscamos que no haya distancia entre trabajadores y usuarios”
La invitación es para las 10 de la mañana, hora en la que arranca la “convivencia”, donde literalmente conviven al menos seis horas del día, hasta las 16:00, quienes trabajan y quienes asisten. En esta ocasión también se sumarán dos reporteros.
La mayoría de quienes se acercan vienen de Villa Urquiza, pero también de La Favela y Alto Alberdi, zonas que curiosamente tienen una importante presencia de dispensarios de drogas -tranzas- lo que redunda en mayor presencia policial. Trama territorial que resulta hostil, en particular para las juventudes de estos barrios cordobeses.
La casita de San Ignacio, en José Figueroa 692 e Igualdad, está esquinada. Antes era utilizada como salón de fiestas, por lo que su tamaño es amplio. Por fuera tiene un patio para hacer distintos talleres: de música, de baile, de rap, carpintería, murga, de escritura. Adentro hay una gran mesa que, al principio y al final de la jornada, reúne a cada asistente del día para el desayuno y el almuerzo.
Sobre la mesa grande y rectangular hay criollitos y frutas. Sobre la pizarra se grafican las tareas del día y que puede tomar cualquiera, sin distinción de roles (profesional o no) y de manera rotativa. “Nos organiza el desayuno, mientras se hace la organización de quién va a comprar, quién va a cocinar. El límite que imponen los roles se desdibuja con la convivencia, es nuestra herramienta organizacional”, comenta Catalina, una de las psicólogas.
El equipo en San Ignacio está compuesto por psicólogas y psicólogos, una trabajadora social, talleristas y lo que denominan operador, que puede ser territorial, es decir, vivir en el lugar o no: “El equipo se organiza para llevar a cabo un acompañamiento más personalizado, hay un criterio personal dentro del equipo de acompañamiento. Implica un espacio de escucha, de contención, de cómo viene la semana”, especifica la psicóloga sobre el rol del equipo.
Justo ese día, en su bicicleta rutera llega de visita Daniel o simplemente “Dani”, usuario que hace seis años integra la Red y forma parte de la casita que está en Argüello. Se presenta: “mi nombre es Daniel Sepúlveda, tengo 24 años de edad, de los 16 años de edad que estoy en la calle y desde los 19 estoy en la Red”. Desde lo personal, lo que más destaca de integrar el espacio es el "cambio zarpado, porque antes no podía ni comer” por el deterioro propio del consumo excesivo. “No es fácil, pero la movida es estar, porque uno nunca está sano, estamos quemados por dentro, necesitamos sanar heridas que están abiertas. Se sanan estando”, reflexiona de brazos cruzados.
Dani hace especial énfasis en la importancia del trabajo que hace Red Puentes al acompañar a personas en situación de calle: “por más que no quieran venir, es caminar el barrio, hacer ollas populares, hacer bandejas y repartirlas por todo el barrio. Uno lo hace porque el corazón no es chiquito, es grande”.
La problemática por el consumo en las juventudes de los barrios populares más empobrecidos es muy dramático. La abstinencia que generan sustancias más fuertes como la cocaína, pero peor aún el consumo de nafta y pegamento, tienen consecuencias graves para la salud, que no se solucionan con facilidad ni de un día para otro. Cuando la sustancia “baja”, el cuerpo se vuelve una bomba de tiempo que mientras no obtiene su compensación química, lleva a las autolesiones e incluso a los intentos suicidio; en esos momentos son claves la contención y el acompañamiento.
Así como Dani, también está Dayana, tiene 28 años, vive en La Favela y coincide en el punto vital de la transformación que genera el estar. “Acá el espacio es distinto, porque es una convivencia y con el tiempo uno hace vínculo. Yo fui a otros espacios que había charlas y después me iba a mi casa. Acá somos siempre los mismos, ya nos conocemos, generas confianza”, destaca.
La vida de Day ha sido tumultuosa desde que es niña y ella, como tantas otras, tiene una historia larga. La escritura se volvió su modo predilecto de procesar algunas vivencias muy duras: “Comencé a escribir cuando estaba sola todas las cosas feas que me habían pasado. Escribía en servilletas, no tenía cuadernos. Un día, estando en el Polo de la Mujer no entendía cómo había llegado ahí, entonces empecé a escribir para acordarme sobre los días anteriores y después empecé a escribir sobre mi historia”. La escritura fue para Day como un especie de mapa cognitivo, que le permitió amar un esquema y reordenarse; esas coordenadas están transcriptas en su primer libro: Mi vida en mil pedazos. Ahora está pensando en el segundo, aunque “no tengo los recursos, pero cuando ahorre un poco lo voy a publicar”.
Day también vivió en situación de calle un tiempo, producto del deterioro no sólo físico, sino también social y económico que genera el consumo de las sustancias más nocivas en contexto de vulnerabilidad. Esta situación que se vuelve más compleja cuando se es mujer y madre, por la propia estigmatización social de quien siempre debería ser “responsable”. Además, muchas veces la búsqueda de dinero para seguir consumiendo lleva a la prostitución y con ello la exposición a situaciones riesgosas como la violencia física y sexual.
Respecto a las sustancias que nombra Dayana al pasar, una de las que llama la atención es el “pipazo”, muy pocas veces escuchada, aunque eso está cambiando. En la Provincia de Córdoba, los primeros registros de consumo de esta droga datan de entre el 2015 y el 2016, en la localidad de San Francisco, muy cercana a la Provincia de Santa Fe y un paso privilegiado en la ruta del narcotráfico. Se trata de una sustancia letal que compite por su nocividad con el “paco” y el “crack”. Su consumo se está disparando en los barrios de Córdoba y la Red Puentes muestra preocupación.
Esa mierda: el “pipazo”
“Es el consumo de cocaína pero fumándola, tenés que mezclarla con bicarbonato, agua, quemar eso, y cuando se quema sale una laja, esa laja la colocas en una pipa de metal que adentro tiene que tener virulana o cobre para sostenerla. Cuando vos cocinas la droga con una cuchara, con bicarbonato o con agua a fuego, eso se coloca en la pipa y la fumas”, explica Day con lujo de detalles y agrega con preocupación: “antes no estaba tan visto, ahora se ha instalado entre los pibes”.
Eva, psicóloga en la casita, cuenta junto a Day cómo va creciendo el consumo del pipazo, hace al menos dos años, aunque “recién ahora se está hablando”. En principio, ni siquiera el propio Centro de Salud de Villa Urquiza sabía qué era, profesionales que hacía 15 años antes estaban trabajando allí no sabían lo que era el pipazo, ni tampoco psiquiatras del Hospital Neuropsiquiátrico: “No hay información de qué es, qué genera y de cómo está arrasando con la vida de los pibes. Es una disputa tratar de ponerlo en palabras”, comenta Eva.
Todo lo que se va sabiendo acerca de este consumo es por escuchar a quienes lo consumen o han consumido, desde cómo se consume, hasta qué consecuencias trae, cómo impacta directamente, a corto y a largo plazo. En este sentido, se vuelven clave esos relatos. Aunque desde la Red Puentes ven que no existen políticas públicas, porque tampoco existe información oficial sobre qué genera en el cuerpo, ya que la experiencia de los consumos no circula por ningún lado.
“La pipa es como el celular”
Day presta su testimonio para explicar con lujo de detalles qué es el pipazo, empezando por resaltar lo atrapante del efecto, cómo al primer pipazo el corazón se acelera, trasladándose luego el efecto se a todo el cuerpo. Sin embargo, como el paco, es muy fugaz, pega mucho más rápido y también “te suelta” más rápido, habiendo necesidad de fumar un pipazo tras otro: “La pipa es como el celular”.
A su vez, su consumo deteriora constantemente la economía, cuenta Day: “de una bolsa (de cocaína) por ejemplo, donde antes sacabas cuatro líneas y aspirabas una cada quince minutos, porque esperas que te pegue, con el pipazo es distinto, porque te haces una laja y con el pipazo se te acabó, a los dos segundos estás charlando como si no hubieras fumado nada, pero ya en tu cuerpo la necesidad de ‘¡oh loco, quiero otro!’. Entonces hace que estés todo el tiempo buscando plata para conseguirlo y que estés más tiempo en la calle, exponiendo tu cuerpo”.
También genera la degradación rápida en todo el cuerpo, en todo sentido, en lo físico, en lo alimenticio, en lo psicológico en muy poco tiempo: “podes entrar en un estado de desnutrición muy rápido, fumando una o dos semanas seguidas perdiste 10 o 15 kilos. Te lastima el cuerpo, porque estás fumando con un pedazo de acero que te lo pones en la boca, se te quema la boca, adentro se generan ampollas y se corta. Te quema los dedos”.
-Acá los pibes se tratan de piperos. -¿Hay una identidad de pipero? -Sí, ya hay una identidad de pipero construida. -De hecho, una mala. Personas de 50 años que toda su vida aspiraron cocaína ven un pipero y dicen “mirá el piperito de mierda este, ¿qué estás haciendo con la droga, no sabes tomar?”.
Cómo enfrentarse al drama del pipazo es un desafío que desde la Red Puentes están buscando afrontar, sobre todo acompañando y armando estrategias en base a los relatos, tratando de reducir lo más posible el daño con mucha contención, todo el tiempo. “Principalmente abrir las puertas para conocer la realidad de primera mano, contamos con herramientas pero somos un Primer Nivel de Atención, entonces son acotadas. Tenemos que articular con otras instituciones que tienen el poder y el recurso para pensar. Nos preocupa que no se esté pensando, que no se sepa”, relata Eva.
“Sí, no puede ser una persona que nunca estuvo en contacto con el problema, no se puede hacer un estudio científico mandado desde arriba, ¿qué problema conoce, qué solución va a llevar? El acompañamiento en adicciones tiene que ser analizada en cada caso, no hay forma sino”, cierra Day de manera contundente.
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