Kumbia Queers: “Somos una banda de fiesta y de protesta”

En vísperas de su show de mañana en la "Veneno Cumbia Club", en Pez Volcán, Enfant entrevistó a la guitarrista Pilar Arrese, con quien conversamos sobre los 20 años de trayectoria de la banda, su compromiso político y las dificultades de ser independientes en tiempos de algoritmos y plataformas digitales.

En la historia de la música y del arte en general no existió, hasta el momento, estilo y género que no nazca de sujetos emparentados con la esclavitud, la clase trabajadora o los ghettos. Al ser un bien no fungible -no tiene valor más que el que le pone la industria-, la expresión del arte se encuentra atravesada por quien la financia. Las disputas entre la distribución y los derechos están presentes desde tiempos inmemoriales, incluso previo al capitalismo del asalariado.

Entre los históricos, ya se puede hallar rastros de rebeldía que caracteriza al sujeto artista ante su contratista. Desde Miguel Ángel con la Capilla Sixtina, donde pintó la “Creación de Adán” y los intentos por parte del Vaticano de borrar la pintura al poner al hijo de Dios al desnudo; Beethoven blasfemando al rey, quien lo demandó por no hacer caso a la realeza y éste, en una carta abierta, lo trata de inoperante; hasta los negros, esclavos e indígenas, comunicándose a través de la música, que con el tiempo se transformaría en candombe, rock y cumbia.

La comercialización del arte es necesario, un reconocimiento a la producción del artista que quiere vivir de la expresión de sus obras. Sin embargo, quién, cómo y de qué manera se distribuye el contenido es lo que se discute. Por un lado porque las bandas o artistas encuentran limitaciones en la distribución de lo que hacen si no se “aggionarnan” a las exigencias del mercado; y por el otro, porque la industria ya no vende música, más bien, capitaliza artistas para vender una experiencia a una comunidad que escucha música compacta en 30 segundos.

En el entre de los géneros, el comercio y banalización del sentido del arte y la explotación de la industria por sobre el artista, hay ciertas bandas independientes -del “under”-, que aprendieron a hacer de lo que les gustaba la fusión de algo que no imaginaban: poner a bailar al público al ritmo del punk cumbiero, del “tropipunk”.

Las Kumbia Queers adjuntaron lo que la población LGBTIQ+, a lo largo de su corta pero intensa historia, conoce de primera mano: que la resistencia y militancia política no es sin el disfrute colectivo. Fusión de punk-rock, cumbia y mariconería -en su amplio espectro-, la banda formada allá por el 2006-07, comenzó tocando lo que sabían, punk-rock, hasta transicionar en el tropi-punk que las caracteriza.

Si el “rock chabón” se estancó en un sin sentido, la cumbia villera le cantó a los desposeídos del 2001. Ellas, en parte, estaban ahí, en la búsqueda de cantarle a toda las disidencias expulsadas del sistema hetero-patriarcal y neoliberal.

Para conocer más de cerca a la banda, Enfant conversó con la guitarrista y corista de Kumbia Queers, Pilar Arrese, quien contó al medio sobre las maneras de reencontrarse con sus compañeras y amigas de trabajo después de 20 años de trayectoria; la relación entre la música y la política en este siglo de redes sociales; y las exigencias de un mercado de la música que demanda todo, menos que el artista haga lo que desea, que es hacer música.

Fotografía por: Laura Lobariñas y Natalia Bordesio / Pilar Arrese - guitarrista por Kumbia Queer

E.T: Casi 20 años de trayectoria como Kumbia Queers, sin contar los demás en la movida del punk ¿Considerás que después de tanto tiempo en la escena de la música cuentan como institución para la mariconada que goza de escuchar unos buenos cumbiones?

Pilar Arrese: El año pasado hicimos una muestra sobre estos 20 años. Para nosotras fue sorprendente. Todas teníamos guardadas cosas diferentes. Juntarnos a ver todo el material fue alucinante, intenso.

La primera vez que tocamos en público oficialmente como banda fue en una marcha del orgullo en México D.F, en 2007. Imaginate lo que fue estar en el zócalo mexicano, que es un lugar tan fuerte. Esa fue nuestra primera presentación y desde ahí no paramos de tocar en marchas del orgullo por diferentes países, Uruguay, Brasil, Bélgica, España, hasta en la marcha del orgullo de Cuba.

Vivimos un cambio muy grande de la movida, no sólo de la población LGBTIQ+, sino del rock y de la cumbia. Cuando arrancamos era imposible de juntar el rock y la cumbia, para nosotras fue un gran cambio. Al principio no teníamos un lugar de pertenencia y ahora sí, como el movimiento transfeminista o la visibilidad lésbica. Hay una pertenencia mostri que no existía cuando empezamos a tocar. Nos sentimos en parte generadoras de todo eso y en parte partícipes.

E.T:¿Por qué la cumbia villera y sonidera? ¿Qué hay ahí que no lo encuentran en otras movidas? Sabiendo que el punk-rock y la cumbia se parecen mucho más de lo que los puristas piensan.

P.A: Nosotras cuando empezamos a tocar queríamos hacer una banda de rock. Estaba Ali Gua Gua -artista mexicana- que tocaba en bandas de rock. Si bien nos gustaba la cumbia villera, odiábamos las letras sexistas. Pero nos gustaban las letras que relataban la vida. En ese sentido, nos parecía mucho más sincero que el rock. Hablaban de cosas de acá, de jalar pegamento, estar en la villa tomando un cartón de vino. El punk rock no lo trababa, o seguían hablando de la policía siempre de la misma manera, o cagarse a trompadas en la cancha de fútbol y era, 'dale loco ¿nadie va a decir otra cosa?'. Era un momento de bastante similitud a la de ahora, gente sin laburo, mucha gente en banda. Los Pibes Chorros nos gustaba por la letra y llegamos a la conclusión de que eran iguales a las letras de los Ramones, nos parecía re loca esa conexión.

El rock en este país es un poco clasista. Es como que siempre les pareció que la cumbia era algo inferior y vimos que olía feo. No parecía solo un prejuicio, sino que tenía unas connotaciones racistas, clasistas y nos pareció usarlo como una bandera política. No fue a propósito, fuimos descubriendo todo esto.

Fotografía por Romina Toledo / Pilar Arrese en Casa Babylon 2011

E.T: ¿Cómo fue ese pasaje de la movida del punk-rock al concepto propio del tropipunk?

P.A: Cuando nos juntamos a ensayar la primera vez, ninguna se sabía una cumbia y fue, bueno, ¿Qué sabemos? Sabíamos una de The cure, de Black Sabbath, Blondie, Madonna. No éramos una banda de cumbia, todas pata duras de madera, no sabíamos hacer un ritmo bailable. Nos parecía una falta de respeto decir que era cumbia lo que hacíamos. Por eso lo empezamos a escribir con K, todo bien punk. Pongámosle 'tropipunk' como que es una mezcla de estilos tropicales y punk-rock. Nos parecía que tenía que ver con lo queer. Que no esta dentro de ningún molde, que se nutre de todo, que es una respuesta transversal a todo y nos pareció que iba muy bien lo tropipunk con lo queer. Esa definición más amplia y divertida, iba mejor con lo que hacíamos.

E.T: ¿Qué fuiste notando durante todo el recorrido como parte de una banda que produce de manera independiente, dentro de la industria de la música y el arte?

P.A: Te digo que hoy en día es imposible tener una percepción completa de la industria porque está muy sectorizado y algoritmizado. Hay millones de bandas que vienen a tocar a estadios gigantes y que no conozco para nada, que jamás las vi en periódicos, ni en redes sociales y hacen tres o cuatro estadios. No comprendo mucho lo que esta pasando ahora, entiendo que el negocio pasa por cantidad de escuchas en Youtube y en Spotify, que a las bandas y solistas más pequeños nos afecta bastante porque te pagan 0,0001 centavo de dólar por escucha y cobras 34 dólares al año.

Cuando arrancamos copiábamos nuestros discos en caseteras, era piratería full full. Nos beneficiaba porque les hacíamos nuestro propio diseño y marca. Imaginate desde copiarte vos misma los discos, hacer las tapitas y las cajitas y venderlas en los recitales, a no tener ningún tipo de control. Te da bronca de que ya no hay un control de quién hace la música. Ni hablar ahora con la nueva resolución que quieren sacar a SADAIC del medio.

La vida del artista ahora involucra saber hacer un video, editarlo, ponerle subtítulos, hacer cosas cotidianas para tener una cercanía con la gente que te sigue en las redes, fiscalizar quién esta poniendo tu música, es imposible. Dejas de tener tiempo para hacer lo más lindo que es juntarte a tocar.

Fotografía cortesía de Pilar Arrese / Kumbia Queers con su público

E.T: Si bien ustedes deciden hacer de su representatividad una posición política, es cada vez menos el involucramiento de artistas en defensa de los derechos humanos ¿Qué tanto afecta ese impacto en una sociedad fragmentada y con necesidad de representatividad?

P.A: Para mí es fundamental expresarse. Va de la mano, no podes hacer algo artístico y no involucrarte. Por más que digas cosas tremendas como las que decía Ricardo Iorio, a mí me pareció buenísimo que se exprese, para saber que postura tiene quien hace arte. A veces afianzas el vínculo con los artistas y en otras te deja de gustar lo que hace. Hay cosas que se profundizan cuando te gusta lo qué hace y ves su compromiso, admiras mucho más la obra. Van de la mano y me encanta que así sea.

Nosotras decimos que somos una banda de fiesta y de protesta, es algo que vino en conjunto con la banda. Está buenísimo disfrutar la vida e involucrarse con lo que está mal y acompañar a quienes lo pasan peor. Para nosotras es importante el arte, el compromiso y la empatía, es algo necesario. Es imposible despegar el arte de la visión política.

Profesora y licenciada en psicología (UNC). Me dicen Chora. Editora de Género y de lo que se presente.

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