Todes tenemos un trip en el bocho: Psicología y otras yerbas

¿Cómo afecta a nuestra vida cotidiana un diagnóstico?¿Cuáles son las consideraciones que se tienen cuando diagnosticamos y/o nos diagnostican? Así como nadie se salva en soledad, la salud mental tampoco puede ser pensada por fuera de nuestra cotidianeidad. Sabemos en carne propia, tanto profesionales como no profesionales, que no hay nadie que sepa más de su padecimiento que quién convive con él.

Por Agustina Demelchori para Enfant Terrible

Marcha por el Derecho a la Salud Mental, Córdoba (11.11.2022). Foto: Enfant Terrible

Cuando se pretende introducir un hito dentro de la historia, la misma ya se transformó en otro capítulo por escribir. Es más o menos así como se siente tratar de explicar desde cuándo, quiénes o de qué manera comenzaron a desarrollar la Psicología en el campo de la salud, y más complejo aún, cuándo se empezó a hablar de salud mental.

Pero resulta que no hay antecedentes certeros sobre cuándo una práctica tan humana y cotidiana como la escucha, pasó a ser motivo de estudios por “técnicos de la conducta” -como los denominaba Foucault- quienes terminaron por describir a diestra y siniestra lo que significaba ser “normal”, organizando manuales donde, en la actualidad, casi nadie queda por fuera de algún espectro patológico, buscando corregir quienes están “desviados”.

Estos antecedentes, delimitan, definen y construyen momentos, forman escenarios y situaciones dentro un contexto particular y afectan a quienes viven en ese tiempo espacio, moldean subjetividades o transforman las realidades cotidianas.

Si bien existe un vasto repertorio de fundadores de diferentes escuelas -corrientes psicológicas-, pocos son los casos donde los pensadores se pusieron del otro lado de la lupa y se preguntaron a sí mismos: cómo se siente atravesar diferentes momentos del proceso de salud-enfermedad.

Resulta ineludible preguntarse entonces, ¿Cómo afecta a nuestra vida cotidiana un diagnóstico? ¿Cuáles son las consideraciones que se tienen cuando diagnosticamos y/o nos diagnostican?¿El contexto histórico-político, económico y social, o una estadística dentro del manual que resuelve, por ejemplo, cuándo el duelo por la pérdida de alguien querido puede considerarse patológico o no?

Es casi un secreto a voces que en el ámbito de la formación en psicología se hable sobre el momento de vulnerabilidad que podemos estar atravesando, o sobre la necesidad de llegar a necesitar atención en salud mental como cualquier persona en el mundo. Ni hablar de haber recibido un diagnóstico. Pareciera que se espera que, como profesionales, cumplamos con esa misma norma para lo cual nos preparan. Sin embargo, alguien tiene que escuchar/nos, y eso se aprende sin necesariamente haber realizado un magisterio.

Podría deberse a eso que llaman “semblante”. Algo así como la figura que decidimos representar, en este caso, el de un quehacer profesional por encima de nuestra subjetividad, la idea de que se puede separar el quehacer profesional de nuestra propia persona. La idea fantasiosa del control sobre la realidad cotidiana.

Un profesional también necesita de la salud mental. Alguien que le escuche, acompañe y que le permita correrse del “supuesto saber”, que habilite el reconocimiento de la vulnerabilidad, ante una realidad donde no se tienen todas las respuestas, pero sí herramientas para construir otras formas de convivir con lo que nos aqueja, incluso de manera colectiva.

Conversando con una colega que admiro y aprecio, le contaba que la psicología en su momento me salvó la vida, cuando me preguntó por qué, contesté que me permitió entender que eso que a veces parece que solo le pasa a una, también le pasa a otras personas. La curiosidad de querer saber por qué nos comportamos de las maneras que lo hacemos, fue tanto un salvavidas como un horizonte. A su vez, la contradicción de saber que eso no iba a ser suficiente, ya que la realidad cambia constantemente.

Así como nadie se salva en soledad, la salud mental tampoco puede ser pensada por fuera de nuestra cotidianeidad. No debería ser pensada para pocas personas, ni mucho menos ser comunicada sólo por quienes “saben”. Que haya que tener ciertos recaudos y conocimientos, tantos éticos como legales al momento de intervenir sobre los procesos de salud-enfermedad de las personas, no significa que los conocimientos sobre el padecimiento humano sean propiedad privada para quienes nos dedicamos a trabajar o investigar en psicología y el campo de la salud mental.

Sabemos en carne propia, tanto profesionales como no profesionales, que no hay nadie que sepa más de su padecimiento que quién convive con él.

Ahí está el primer punto en común: nadie escapa de la realidad cotidiana, nadie es la excepción ante la incertidumbre de lo que nos presenta. De ahí que la salud mental se hace de manera conjunta, y si bien no toda experiencia tiene por qué ser traumática (o dejar algún aprendizaje) sí es necesario prestar atención en donde no repetir/nos para poder historizar nuestras vivencias, nuestros relatos. Desmitificar, despatologizar, contar y compartir nuestras experiencias, notar que ciertas vivencias, emociones y sentires son más comunes de lo que pensamos.

Haciendo un pequeño experimiento en Instagram, o mejor dicho una invitación para compartir y encontrarse, pregunté qué representa o se les ocurríaque es la salud mental, y recibí una amplia gama de respuestas: “Un agenciamiento político de nuestras existencias”. “Alguna especie de libertad, andar sin miedos, amar tranquila, saber que alguién nos cuidaría”. “Aprender a autorregularse y no ser una bola de autodestrucción y caos dónde no podemos sentirnos bien con une”.

“También está relacionada con la salud física, el ámbito social, el lugar donde nos encontramos con las personas o quizás tenga que ver más bien con nuestra integridad, subjetividad y la convivencia con une misme y les otres, construyendo -al mismo tiempo y en un mismo movimiento- nuestra historia personal”.

Por último, y no menos importante, una respuesta que saca a la salud mental del molde y los manuales: “Implica la posibilidad de conocer y aceptar la variabilidad, diversidad y disidencias; pensar reflexivamente sobre lo que nos sucede y encontrar respuestas tanto personales como colectivas a lo ultraprocesado del sufrimiento, y entonces unas ganas furiosas y vitalistas de otros sabores, de hacer alguna otra cosa, de ser capaces de algún otro afecto sin nombre”.

Agustina, me dicen Chora. Profe de psicologia, pronta licenciada. Escribo y soy mi propia empleada cocinando.

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