Cortar el dolor, mover siglos

Con las marcas de los balazos de goma cicatrizando, las doñas cocinan para 400 personas y comandan lo que definen como “una batalla de las más importantes en las últimas décadas”.
Purmamarca, corte de la ruta nacional 9. Foto: Juan Cristian Castro/Enfant Terrible

Se corta la ruta. El libre saqueo de litio y otros minerales es detenido, herido de muerte por unas horas, sin ningún disparo. La orden viene de abajo, arriba ahora tiembla. En el medio de la quebrada humahuaqueña, cientas de comuneras originarias, nietas de aquellos indios que hicieron el “Primer Malón de la Paz”, cantan al unísono: “libres o muertas, nunca esclavas”.

En la capital “federal”, donde atiende Dios, el gobernador Morales sonríe flojo de emociones, sueña con ser vice pero hace días no duerme por temor a que se cumpla su peor pesadilla: levantarse en Purmamarca, donde todas y todos ya están despiertos y tienen hambre de siglos.

Con las marcas de los balazos de goma cicatrizando, las doñas cocinan para 400 personas y comandan lo que definen como “una batalla de las más importantes en las últimas décadas”. Al pajarito de Twitter se lo tragó un cóndor, las mesas chicas no existen, enormes ollas abren el apetito del debate colectivo. La decisión está tomada en asamblea y consensuada. Se anuncia a viva voz en el medio del todo, de ahora en más, el corte será total porque la lucha de hoy es el agua de mañana.

El cemento ya no marca la ruta. Los autos sobran y los turistas agotan sus sonrisas, hasta que se bajan a intentar entender qué es lo que pasa. Conversan con las comuneras, ligan una comida casera y vuelven a sus vehículos con otro chip en el bocho, ven sus botellas de agua con otro pensar. Luego pasan, tocan bocina en apoyo y siguen. El viaje ya no es el mismo, el paisaje desbordó la imagen. El turismo y el piquete estrecharon lazos difíciles de olvidar.

La solidaridad llega desde todos lados, en forma de abrigos, alimento y abrazos. Mineros, camioneros, obreros saludan el corte, siembran sur en pleno norte. Abuelas, jóvenes, niñas, sicuris, cerro, sol, baile, viento y fuego. Recuerdos de un ayer que no termina, heridas de un futuro que llegó hace rato y el inevitable parir de un presente que renace desde el dolor y la certidumbre: acá no hay guerra que valga la pena si entre hermanos la paz es frontera, mientras solo comen los de afuera.

La “timidez” y el “silencio” del norteño saben esperar. Hoy, la valentía y el grito toman el destino por asalto. “Nadie es dueño de la tierra, todos somos parte de ella”. Ni jefe ni patrón, ni tiempo ni constitución, la defensa de la vida es la única ley a cumplir. La única reforma válida es la del mundo al revés: que pierdan los que ganan atando cadenas a los pies.

Aquí y ahora, las nadie vuelven a cantar cuentos con los que Katari soñó más de una vez: “De acá no nos mueven. Si nos matan, seguiremos naciendo”.

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Técnico y profesor en Comunicación Social (UNC). Periodista. Guevarista y peronista.

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