Bombas en la Plaza de Mayo

Catorce toneladas de bombas cayeron sobre la Plaza de Mayo dejando un saldo de trescientos cincuenta muertos y cerca de un millar de heridos hace hoy 66 años. La masacre de la Plaza de 1955 mostró la peor cara del odio antipopular que las clases oligárquicas sentían por los "cabecitas negras" que abarrotaban los actos del recién elegido gobierno peronista

A las 08.00 am partió de la Base Aeronaval Punta del Indio un escuadrón de treinta aviones de combate pertenecientes a la Armada y la Fuerza Aérea con el objetivo de brindar un homenaje por el Día de la Bandera. La conjura de los marinos estaba en marcha. El contralmirante Samuel Toranzo Calderón coordinaba la comunicación con las otras ramas militares que aún no se habían plegado a la insurrección. Iban a matar a Perón.

Recientemente legitimado por una elección democrática en que fue respaldado por el 62,49% de los votos, el caudillo de los "cabecitas negras" se ufanaba del respaldo popular. La oligarquía terrateniente fue conspirando filas adentro de las Fuerzas Armadas y no tardó en encontrar patriotas dispuestos a ganar su cuota de negro protagonismo escrito con sangre.



Así fue que en los meses previos al bombardeo de la Plaza de Mayo, la Sociedad Rural otorgó créditos suculentos a altos oficiales, especialmente vinculados al almirantazgo de la Marina y la Armada -pues el ejército era menos permeable al maginicidio-, con el objetivo de matar a Perón.

Uno de los intentos fallidos sucedió meses antes del bombardeo de la Plaza de MAyo, durante una visita oficial del general a la VII° Base Aeronaval de Morón. Un comando cívico militar se disponía a detener al caudillo y fusilarlo en algún hangar. Perón anunció que no acudiría a la cita por tener que atender al embajador francés apenas unas horas antes.

Los aviones que surcaban aquella mañana el cielo gris la Plaza de Mayo eran modelos ingleses. Un tributo sátiro que los conjurados rendían a los patrones que más se beneficiarían de la muerte del general Perón: los capitales británicos y estadounidenses. En el fuselaje metálico de los Gloster Meteor recién traídos de las fábricas de Manchester pintarrajearon que "Cristo Vence", como buscando justificar en los desifnios divinos, la vergüenza de su infamia.

Pero había mucho más que uniformes con charreteras de la Marina y sotanas cardenalicias en la conjura de los gorilas. El dirigente de la Unión Cívica Radical Miguel Ángel Zavala Ortiz también estaba al tanto de los planes golpistas y ofreció a los militares insurrectos un nutrido número de correligionarios de su partido. Patotas radichetas para contribuir a consumar la masacre.

A mediodía las aeronaves surcaban el cielo. Perón se trasladó de la Casa Rosada al Ministerio de Guerra salvando la vida mientras los aviones ametrallaban a la población y bombardeaban edificios gubernamentales. Una bomba cayó sobre un trolebús matando a todos sus integrantes, más de quince niños en edad escolar.

Un avión Gloster ametralló concienzudamente la sede de la CGT matando a numerosos dirigentes obreros. Columnas de trabajadores descamisados acudieron a repeler el ataque y las calles de Buenos Aires se sumían en el caos y la violencia. Por todos lados patrullas de civiles antiperonistas pintaban cruces católicas que eran repintadas por obreros leales a Perón venidos del conurbano industrial.

El número de fallecidos de aquel día aún es motivo de disputa entre historiadores, como lo es la historia propia del llamado "primer peronismo" o del peronismo todo. Trescientos cincuenta muertos, mil heridos, catorce toneladas de explosivos. A pesar de las bombas, los fusilamientos, los muertos y los desaparecidos. El peronismo sigue siendo el hecho maldito de la oligarquía que sufre de amnesia selectiva cuando se llena la boca de República y Democracia, pero olvida las palabras Bombardeo y Plaza de Mayo.

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