Bajo el pañuelo blanco: la historia de Mirta Baravalle

Mirta Baravalle, fundadora de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, falleció el pasado sábado 2 de noviembre a los 99 años, sin haber encontrado a su nieto o nieta, nacido en cautiverio. Hoy, su historia es un testimonio de valentía y resistencia que invita a ser conocida y recordada.

Mirta Baravalle fue una de esas mujeres que parecen haber nacido para desafiar al olvido. A sus 99 años, su figura seguía siendo un símbolo de resistencia y amor en estado puro, una llama encendida en la oscuridad que trajo la dictadura.

Siendo fundadora de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, Mirta no solo fue una madre que buscó incansablemente a su hija y su yerno, secuestrados en 1976, sino que también fue una abuela que jamás renunció a encontrar al nieto o nieta que nunca llegó a conocer. Su historia es la de una vida que, a pesar del dolor, supo volcarse a los demás, construyendo comunidad y esperanza donde antes solo había silencio.

Desde aquella noche fatídica del 27 de agosto de 1976, cuando hombres armados irrumpieron en su hogar y se llevaron a su hija Ana María Baravalle y a su yerno Fernando Julio César Galizzi, Mirta se convirtió en una figura que desafió los límites de lo humano. Buscó en cárceles, cuarteles, iglesias, y en cualquier lugar que pudiera devolverle un rastro de los suyos. Se enfrentó a lo imposible: fue de las primeras en cruzar las puertas de Campo de Mayo, un lugar vedado para quienes hacían preguntas, y regresó intacta, pero sin respuestas.

Foto: AFP.

Ana María, en el momento de su secuestro, estaba embarazada de cinco meses. Con 28 años, había finalizado la carrera de Sociología y trabajaba en la Secretaría de Pequeñas y Medianas Empresas, dependiente del Ministerio de Hacienda. Era una persona comprometida, cuya militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores - Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) la llevó a abrazar causas sociales en plena dictadura. Amaba la vida con un ímpetu contagioso, el mismo que hizo que su madre dijera alguna vez que ella no solo militaba por convicción, sino por esencia. Ana soñaba con llamar a su hijo Ernesto si era varón o Camila si era niña.

Su pareja, Fernando Julio César Galizzi, también trabajador estatal y militante del PRT-ERP, fue detenido y desaparecido el mismo día que ella. Juntos compartían la ilusión un país más justo, una lucha por la que jamás imaginaron que pagarían un precio tan alto. Según indican Abuelas de Plaza de Mayo, el bebé que debió nacer en cautiverio entre diciembre de 1976 y enero de 1977, permanece desaparecido.

En 1977, Mirta se unió a un grupo de mujeres con la misma herida abierta, con el mismo dolor y la misma valentía. Aquella primera vez en la Plaza de Mayo, sentada junto a Azucena Villaflor, Mirta dio el paso de transformar el duelo en lucha. No fueron solo pañuelos blancos, fueron madres y abuelas que tomaron una plaza vacía y la llenaron de vida. "Cuando vea que somos muchas, Videla tendrá que recibirnos", decía Azucena. Y Mirta, con una convicción inquebrantable, perseveró, cada jueves, en esa ronda de protesta y memoria.

Su vida no fue solo búsqueda, sino también una memoria activa que abarcó a todos aquellos que compartían la misma causa.

Fundadora de Madres de Plaza de Mayo - Línea Fundadora, fue una mujer, madre y abuela que alzó su voz sin descanso, uniendo fuerzas con otras mujeres que también luchaban por la restitución de la identidad de sus nietos. A lo largo de su camino, compartió marchas y luchas con otras abuelas entrañables como Chicha Mariani y Norita Cortiñas. Con ésta última desarrolló una gran amistad, sin saber, que ambas se convertirían en un símbolo inapelable de dignidad y coraje colectivo.

Mirta no dejó de ser, también, una mujer de pasiones simples y profundas. Le gustaba la fotografía; registraba con su cámara cada paso de las marchas, cada rostro, cada historia. Su cuerpo, desgastado por décadas de batallas, decía que estaba cansado, pero su espíritu no se rendía. En cada foto, en cada archivo, ella encontró un testimonio de vida, una trinchera contra el olvido.

El sábado 2 de noviembre de 2024, Mirta dejó este mundo, pero su ejemplo permanece. Hoy es más que una figura histórica; es una invitación a recordar, a resistir, a conocer quién fue y lo que su vida significa. Su legado es un eco que nos desafía a no olvidar, a no ceder ante la injusticia, a mantener viva la memoria por aquellos que, como Mirta, han luchado hasta el último respiro.

Foto: Julio Pereyra.

¿Cómo continúan las búsquedas?

La búsqueda de identidad y justicia, esa que abrazó Mirta Baravalle con valentía y determinación, queda ahora en manos de abuelas como ella, que continúan la lucha en un contexto donde el Estado, bajo el mando de Javier Milei, ha soltado la mano a políticas que fueron fundamentales en este derrotero. Pero también, su partida y la de sus compañeras, abre el camino para las nuevas generaciones de jóvenes comprometidos con los Derechos Humanos, que tienen como doble desafío, enfrentarse por primera vez a un gobierno abiertamente pro-dictadura y continuar el legado de las históricas abuelas.

La reciente disolución de la Unidad Especial de Investigación de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI), a través del decreto 727 lanzado a mediados de agosto de 2024, representa un golpe en la labor de Abuelas de Plaza de Mayo. Esta unidad, creada en 2004, se había convertido en un bastión de apoyo judicial para quienes buscan recuperar la identidad de los niños apropiados durante la dictadura, y su cierre deja un vacío en la lucha por la verdad.

El gobierno justifica su decisión argumentando que las funciones de investigación deben recaer exclusivamente en el Ministerio Público Fiscal, desestimando el trabajo histórico y crucial que esta unidad desempeñaba. Pero detrás de este razonamiento legalista se oculta un retroceso alarmante en el reconocimiento de los derechos humanos, una cuestión que preocupa profundamente a las Abuelas, que ven en esta medida una nueva traba para sus esfuerzos.

Abuelas cuenta con cerca de 7,000 denuncias de apropiación aún sin resolver, el cierre de la unidad obligará a canalizar las denuncias directamente a los Tribunales Federales, lo que no solo incrementará los costos y tiempos del proceso, sino que también complica aún más el camino hacia la restitución de identidades robadas. Para las Abuelas, esta decisión del gobierno no solo parece ser una falta de respeto hacia quienes sufrieron las consecuencias de la dictadura, sino que también evoca un retroceso en el compromiso del Estado con la Memoria y la Justicia.

La lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo se encuentra en un punto crítico. Mirta Baravalle, que dedicó su vida a buscar a su nieta, es ahora un símbolo de un movimiento que se niega a ser silenciado. Mientras la administración nacional decide desmantelar herramientas que sostienen la memoria colectiva, el eco de sus voces resuenan más fuerte que nunca, recordando a la sociedad que el reclamo por la identidad y la verdad es un deber que trasciende gobiernos y discursos.

*Foto de portada: a quién corresponda.

Comunicador popular. Vecino de Barrio Yapeyú. Me dedico a la fotografía, la redacción y a hacer muchas preguntas.

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