La Justicia no estuvo a la altura en el juicio por Isaías Luna
Ayer se conoció la sentencia contra los policías que dieron falso testimonio y encubrieron el asesinato de Isaías Luna: apenas superaron las penas de 3 años. Pero lo más llamativo es que Ariel Esteban Adavid (el policía que disparó y dio muerte a Isaías) recibió una pena menor que todos ellos. Un juicio y una sentencia que marcan un antecedente importante en los casos de gatillo fácil. Una sentencia que se parece mucho a la impunidad.
Ayer se dictaminó la condena contra los siete policías imputados por por el asesinato de Isaías Luna, quien se encontraba junto a otros jóvenes, Cristián Agustín Araya y Martín Alberto Muñoz, escapando de la policía en 2020 en barrio Urca, por haber intentado robar una vivienda en el barrio Colinas del Cerro.
Los responsables fueron juzgados en la Cámara 5º del Crimen de la ciudad con jurados populares. Seis de ellos estaban acusados por falso testimonio y encubrimiento agravado, ya que plantaron un arma en la mano derecha del joven, siendo que él era zurdo, y el señalado por disparar y dar muerte a Luna estaba imputado por uso excesivo de la fuerza.
A continuación las condenas:
Sargento Pedro Manuel Benka: dos años y seis meses (condicional)
Oficial principal Sebastián Raúl del Valle Colella: tres años (condicional)
Sargento Daniel Aníbal Carranza: tres años, y tres años de inhabilitación (condicional)
Cabo primero Jorge Raúl Aguirre: Imputado por falso testimonio y encubrimiento: absuelto.
Oficial inspector Jonathan David Tabares: tres años y cinco de inhabilitación (condicional)
Comisario Fernando José Navarro: tres años y seis de inhabilitación.
Sargento ayudante Ariel Esteban Adavid (el policía que disparó y dio muerte a Isaías): un año y seis meses (condicional). No tiene inhabilitación.
Ante estos datos cabe destacar que el responsable del asesinato obtuvo una condena inferior a todo el resto de los imputados, incluso que los otros jóvenes imputados por robo, donde Cristián Agustín Araya fue condenado fue condenado a 3 años y 8 meses de prisión, mientras que Martín Alberto Muñoz recibió una pena de 3 años, por unanimidad.
Algunas precisiones del caso
La intención de plantar el arma era instalar la versión del enfrentamiento de las fuerzas con los jóvenes, pero éstos no sólo no estaban armados -dato que aclararon en las declaraciones-, sino que Adavid -con nota 9 en polígono y práctica en terreno- disparó por la espalda y dió en la nuca de Isaías. Con respecto a este punto, testimonios constataron que el cuerpo de Isaías fue cambiado de posición y se ubicó un arma en un lugar donde antes no estaba.
Durante la declaración, el comisario Sergio Nievas aclaró sobre los movimientos con el patrullero (vehículo 4232) que realizaron Tabares y Carranza, quienes hicieron 20 kilómetros de ida y de vuelta luego de haberse encontrado con los jóvenes, lo que coincide con los movimientos de buscar el arma y plantarla. Esto fue anterior a la llegada de la ambulancia (5:48), antes también de que a las 5:32 se viera a la oficial Juárez conversar con Navarro y luego mover el vehículo donde iba Collella, el único con cámara, para no tomar lo que estaba ocurriendo.
Un testimonio interesante es el de la mujer dueña de la casa donde fue asesinado Isaías, quien declaró que no resultó traumático para ella el hecho de que los jóvenes ingresaran a su vivienda, sino que asesinaran a una persona dentro de la misma. Además contó que no pudo ingresar a la cocina durante un par de semanas, ya que fue ahí donde resulto muerto Luna.
Un gatillo, muchos uniformes, una política de Estado
Es importante recordar que el presente caso sucedió sólo cuatro meses después del asesinato contra Blas Correa, hecho que también se encuentra en proceso de juicio, y que guarda una serie de similitudes en cuanto a la trama de encubrimientos, sobre todo la intención instalar la idea del enfrentamiento y fuego cruzado, plantando un arma con la complicidad de más de un policía (hay 13 imputados en el caso Blas).
En ambos casos hablamos de gatillo fácil, sin embargo, queda asentado que no se trata sólo de jalar de un gatillo, sino que es un práctica sistemática con un procedimiento y complicidad entre los uniformados, desde los de menor a mayor rango, donde la mayoría de las víctimas son de un determinado grupo etario (jóvenes) y se intenta instalar la versión del enfrentamiento.
Pueden hacerse puntos de conexión con otros casos como el de José Ávila, quien también estaba desarmado, Lucas Rudzicz, de espaldas, y a 60 metros del policía que le disparó, Rodrigo Sánchez, también de espaldas y luego en el suelo cuando el uniformado le pisó la cabeza y le dió el tiro final. No son casos aislados, sino más bien se asemeja a una política de Estado. El gatillo que dispara es uno sólo, pero la trama es mucho más amplia.
Ahora, en el caso de Isaías, vemos penas que dejan mucho que desear, sobre todo para las familias que no cuentan con el aval y la protección del Estado por llevar uniforme. Las condenas podrían haber significado un antecedente trascendental, un anticipo a las condenas en el caso de Blas y otros casos similares que aún continúan impunes, pero tal vez no fue así porque no hubo una cobertura mediática opulenta, o porque, tal como dijeron los abogados de Adavid, “¡Blas era un chico de bien!”. El Poder Judicial, con su mirada diferencial sobre la propiedad privada y la vida humana, termina volviéndose cómplice de la impunidad.
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