Resistiré, erguida frente a todo: La historia de Ivanna Aguilera

Ivanna Aguilera es una mujer trans de 61 años, nació en Rosario y reside en Córdoba desde los 80’. Transitó su pubertad y adolescencia en plena dictadura cívico eclesiástica militar, y para ella “la vuelta a la democracia no fue tan así para nosotras”. Su militancia consiste en construir herramientas para el reconocimiento de los derechos de la población travesti-trans-no binarie.

Por Agustina Demelchori para Enfant Terrible

Foto: Agencia Presentes

“Teníamos lo más importante, la memoria de los sobrevivientes”
Abuelas y Madres de Plaza de Mayo

Ivanna Aguilera es una mujer trans de 61 años. Actualmente dirige el área Trans-Travesti y No Binarie de la Facultad de Filosofía y Humanidades. Vivió en Rosario hasta sus 19 años. “En mi familia somos seis hermanos, huerfanes desde muy niñes, nos criamos entre nosotres. En mi crianza con mis hermanos mi identidad nunca fue cuestionada. A los 9 años fui expulsada del ámbito educativo del colegio Manuel Belgrano, justamente por mi expresión y visualización como una niña”, compartió a Enfant Terrible.

A la edad de trece años, Ivana sufrió su primera detención, fue durante la última dictadura militar: “Me llevan secuestrada los militares al Batallón 121° de Rosario, donde sufrí diferentes tipos de torturas y mi debut sexual fue una violación en grupo. Estuve 72 horas detenida en ese espacio con otras dos compañeras. Fuimos tiradas en un descampado. A la noche fuimos rescatadas por nuestras respectivas familias”. Las detenciones fueron una marca personal en la adolescencia de Ivanna, había ensañamiento sobre su persona: “Era una persecución bastante llamativa. A la edad de 17 años me vengo a enterar que esa persecución era producida porque tenía dos medios hermanos de un matrimonio anterior de mi padre, uno era subjefe de la brigada de la Policía de Rosario y el otro pertenecía a la Oficina de Información”.

-¿O sea qué ellos sabían quién eras?

-Sí, ellos sabían quién era por mis entradas policiales y la persecución que a mí se me realizaba, era porque se me visualizaba. Me golpeaban, me violaban y me dejaban tirada en algún descampado. Una de sus compañeras me dijo cuál era el motivo: “Mirá tus hermanos son los que nos dan la orden de golpearte pero no llevarte detenida”. A lo que yo pregunté, ¿Por qué no llevarme detenida? Porque cuando a mí me llevaban detenida, quedaba fichada y al ficharme saltaba que yo era hermana de ellos y supuestamente sufrían burla, vergüenza. Producto de esa violencia institucional vine a Córdoba, que no era diferente a Rosario, pero tenía el paliativo de que no había esa persecución familiar. Estábamos en plena dictadura, no podíamos transitar por la calle como algo básico.

“El tema fue cuando vino la democracia, que para nosotres no cambió absolutamente en nada. Más allá de que no teníamos muchas expectativas, nos encontramos que la violencia se recrudeció para con nuestros cuerpos y sufrimos una persecución más virulenta que durante la dictadura. Se habían conformado 'los cazamariposas'. Estaban en todas las provincias y con sus autos Falcon, nos buscaban en los lugares donde trabajamos, nos correteaban y nos llevaban por delante”.

-¿Cómo era ejercer el trabajo sexual durante la dictadura y postdictadura? Teniendo en cuenta los edictos policiales y Código de Faltas.

-Yo viajaba para evadir un poco la violencia de Rosario. En esos viajes trabajaba en cabarets, me contrataban como artista, el encargado te acompañaba hasta la seccional -dependencia policial-, avisaba que ibas a trabajar para el lugar y te habilitaban un carnet de “variedades”, que también se utilizaban durante la época de carnavales, para que el día del carnaval vos puedas andar para ellos “disfrazados”, para nosotras vestidas y relativamente tranquilas, porque teníamos un carnet que nos permitía andar como queríamos, con un determinado acompañamiento judicial.

Nos costaba muchísimo porque había resistencia por parte de las mujeres a que nosotras habitemos esos espacios. Entonces era difícil encontrar otras compañeras trans y travestis. Igualmente cuando habitaba ese espacio, sufría mucha violencia por parte de las compañeras. Después con el tiempo entendí que nosotras éramos como una competencia para ellas. Pasaba en la calle también, el tema de las esquinas, el cuidado de las esquinas. Más allá de que en la calle nunca íbamos de a dos, porque si una travesti llama la atención, imaginate dos.

-La etapa de acercamiento y formación en la defensa por los derechos humanos de las personas trans, travesti, no binarie ¿Cuándo fue?

-Mi militancia comenzó a los 9 años inconscientemente, cuando fue mi visibilización y me expulsaron del ámbito educativo. Mi visualización era la militancia de no abandonar. Hubo muchas compañeras que abandonaron matándose, vistiéndose de una manera que no eran ellas, escondiéndose. A los trece años, con esa primera detención, escuché palabras que jamás había escuchado. “Puto, degenerado, invertido”. Mucha violencia verbal, que cuando salí, le pregunté a mi hermana y ella me dijo: “las mujeres siempre somos violentadas y vos sos un tipo de mujer que vas a tener mucha más violencia”.

Conscientemente fue en el año 89’, cuando acá en Córdoba tuvimos un allanamiento en el único lugar donde residían personas trans-travestis, teníamos un espacio en pleno centro, en calle Jujuy entre Santa Rosa y La Rioja, se llamaba “Somos”. Lo regentaban dos compañeros gays, Eugenio Cesano y David.

-¿Era una casa de estar?

-No, era un boliche. Ellos eran empresarios de la noche y tenían un boliche ambiente. Era uno de los pocos lugares donde podíamos ir. En esa época también éramos violentadas por gente del colectivo. Había carteles que decían: “se prohíbe la entrada a hombres vestidos de mujer”. Estos compañeros empezaron a recibirnos. En ese espacio sufrimos una detención masiva, incluyendo a los dueños. Nos trasladaron a la Seccional Segunda que estaba en el Bv. Mitre y las únicas detenidas fuimos las trans y travestis. En la caratula de detención pusieron “prostitución y vestimenta indebida”, que eran los artículos de la época por la que te podían detener y a los dueños los acusaron por “facilitación a la prostitución”. 

“Ahí se nos acercaron dos abogados defensores de los derechos humanos, Vasco Orzaocoa y Amalio Rey, que ya falleció. Nos acompañaron en la creación y conformación de la primera organización de la diversidad sexual en los años 90’, la Asociación Contra la Discriminación Homosexual (A.C.O.D.H.O), que nos permitió encontrarnos. Sobre todo poner la palabra y el cuerpo, que no era fácil porque nos mataban”.

E: ¿Cómo fue tu primer acercamiento a lo que es “Memoria, Verdad y Justicia”?

-En parte fue para entender que eso que viví de niña era producto de la persecución sistemática que el terrorismo de Estado había instaurado en toda la población, y que al colectivo LGBTIQ+ y la población trans-travestis habíamos quedado afuera. También fue conocer que desde los organismos de derechos humanos y los organismos de “Memoria, Verdad y Justicia” no se nos nombraba, no había una visualización sobre nuestras muertes, desapariciones o violaciones.

-Entiendo que en los primeros registros que se elevan desde CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) se pide que no se hable de nosotres les travestis-trans.

-La CONADEP en su momento estaba conformada por organismos políticos, sociales y las iglesias. En eso se llegó al acuerdo de no hablar de delitos sexuales, y en esos delitos sexuales solo se hablaba de mujeres hetero-cis. Imaginate que si no se hablaba de esas violaciones, menos que menos lo que sucedía con las travestis, las tortas y los putos, entonces quedamos invisibilizades, de ahí es de donde retomamos Memoria, Verdad, Justicia. Sé que estamos dentro de los 30.000 pero, ¿Por qué no se nos nombra? Si hay 400 compañeros que son reclamados, estábamos hablando de una población que somos expulsadas, no sólo las travesti y las trans sino también las tortas y los putos. Expulsados del ámbito familiar, no tenemos quien nos reclame. Es una decisión política desde el colectivo empezar a plantear esto.

“La persecución no empezó con la dictadura, comenzó en los años 30’ con los edictos policiales y con la persecución sistemática de cuerpos gays, lesbianas dentro de los movimientos políticos”. 

Un caso muy claro que tenemos es el Frente de Liberación Homosexual, primer movimiento donde un grupo de intelectuales se visualizaban. Así les fue también, porque sufrieron una gran persecución y un gran apartheid desde las organizaciones políticas. Es poder separar esas dos cosas y trabajar con las herramientas que nos da la democracia para construir esa memoria que está ahí, pero no hay quienes reconstruyan desde el Estado la memoria LGBTIQ+ y desde la Justicia tampoco hay acompañamiento.

-Si hablamos de un proyecto de salud integral trans, ¿Cómo lo pensas?

-Creo que no tienen que haber proyectos. El Estado tiene que crear los medios necesarios para que la salud abarque a todes y que en esos proyectos de salud estemos pensados todes. Todavía reniego que tengamos la perversión del sistema para con nosotres, y digo perversión porque siempre nos están obligando a que tengamos que crear proyectos, para tener derecho a la identidad, trabajo, salud, vivienda o justicia.

“Estoy convencida que hay un sistema del cansancio y yo le doy batalla. O sea, más allá de que me molesta tener que andar reclamando por algo que básicamente lo tengo como por ejemplo el tema de la “inclusión”, ¿Por qué tengo que trabajar por la inclusión? En un mundo donde yo ya vengo incluida”. 

-Actualmente formas parte del Área Trans-Travesti y No binarie de la Facultad de Filosofía, ¿Cómo se crea y cuál es el objetivo que vos tenes para con el espacio?

-Lo que pretende es justamente visibilizar y llevar adelante las problemáticas que tenemos los cuerpos trans y travesti dentro del ámbito universitario y poder empezar a hacer un trabajo de inserción e inclusión. El área trans y travesti es un espacio de poder. Donde podemos hacer cosas desde nuestros cuerpos, nuestras escrituras y desde nuestros pensamientos con los demás, pero desde nosotres. Por eso, para construir hay que incluir.

Yo empecé a transitar el ámbito universitario en el año 96’ y a recorrer la Ciudad Universitaria para ver donde podía poner el cuerpo y la voz. Trabajando territorialmente empecé a tener feeling con la Facultad de Filosofía y el Centro de Estudiantes, con quienes bajamos becas para trans y travestis. Después se pensó en un proyecto de inclusión laboral, la campaña era informativa de porqué y para qué necesitábamos trabajar las trans y travestis; sino vienen y te dicen “bueno pero tienen trabajo, se prostituyen”, siempre digo que para nosotras no es trabajo, la prostitución es una imposición, es algo que nosotres no elegimos.

“Siempre digo que primero quiero una carta de ciudadanía plena, porque esa carta me va a dar el derecho a que pueda elegir qué quiero ser. Quiero elegir ser puta, no que me lo impongan. En la medida en que nosotres no podamos elegir, y que la única opción sea la prostitución para poder sobrevivir, para la población travesti-trans eso no es trabajo”.
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“Si primero está el reconocimiento al trabajo sexual, estamos condenando a que la población trans y travesti de acá, hasta que se acabe el mundo, solo podamos ser prostitutas. No soy abolicionista, soy garantista. Trabajo para garantizar el derecho”.
Agustina, me dicen Chora. Profe de psicologia, pronta licenciada. Escribo y soy mi propia empleada cocinando.

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