La renovación de curacas del Pueblo de la Toma es un suceso histórico. Su tarea como autoridades es fortalecer la comunidad, nutrir el camino que otros curacas han emprendido llegando hasta el presente, nexo entre lo acontecido y que acontecerá, entre lo vivo y lo muerto, lo que murió pero sigue vivo. Si el Suquía hablara exclamaría que nunca dejó de haber comechingones en la Ciudad de Córdoba, que siempre estuvieron en su corazón, en la Isla de los Patos de Alberdi, escucha a gritar a sus hijxs: ¡Camichingón!
La renovación de curacas del Pueblo de la Toma es un suceso histórico, más aún, con la importancia que algunas comunidades de los Pueblos-Nación indígenas le conceden al contexto regional a nivel latinoamericano, y también global, una lectura que es a la vez local (lo glocal en palabras de Mario Sosa Velásquez*). Ha sido un camino de 30 años que comenzó a recorrerse a través del Instituto de Culturas Aborígenes (ICA) y cuyo final de trayecto no está a la vista.
En especial la comunidad comechingona del Pueblo de la Toma hace pocos años comenzó a recuperar su identidad, según repiten sus curacas. La importante tarea para las autoridades es fortalecerla, es nutrir el camino que más curacas han emprendido para llegar hasta el presente, un nexo entre lo acontecido y que acontecerá, entre lo vivo y entre lo muerto, lo que murió pero sigue vivo: "No creemos ni en el cielo, ni en el infierno, no nos vamos a ningún lado, seguimos acá".
Nuestros abuelos, a través de nosotros, nos transmiten esas memorias, la única forma de recuperar esas memorias, es hacer ceremonia desde el lugar que lo pueda sentir cada uno.
Para ser partícipes hay que estar en el círculo, no hay que quedarse por fuera. Al centro están los cuatro elementos, agua, tierra, fuego y viento, que custodian la huaca para luego ofrendar. Con llamamientos hacia los cuatro puntos cardinales, levantando las manos para recoger las energías del tata inti y transmitirlas a las nuevas autoridades, nos volvemos testigos, pero también partícipes y responsables de estar, sobre todo, en los momentos difíciles. Nada de lo que pasa es ajeno a nuestra presencia y en realidad, los verdaderos testigos son los ancestros, las tacus.
Hay una palabra que surge, "converger" y de inmediato se transforma en pregunta ¿Dónde converge esta ceremonia? Ahí al lado, silencioso, está el Suquía, que arrastra convergencias desde río arriba y las continuará arrastrando hasta abajo. El agua, como los pueblos, tiene memoria. Si hablara sería testigo y exclamaría que nunca dejó de haber comechingones en la Ciudad de Córdoba, que siempre estuvieron en su corazón, en Alberdi. Ahí, en la Isla de los Patos, el Río Suquía escucha a gritar a sus hijxs: ¡Camichingón!
Ahora una frase "la gente es en los territorios" se desprende en medio de la ceremonia, mientras son donde desde hace siglos beben y memorizan los pueblos. Convergen y son, en el mismo territorio donde hace siglos hubo negación, donde ahora hay celebridad, fiesta, abrazos y gritos de distintos Pueblos-Nación:¡Jallalla!¡Jaruma!¡Jonkonukuy!¡Marichiweu!¡Mbarete!¡Ayibobo!¡Camichingón!
Comechingón, mapuche, guaraní, créole, diaguita. Se escuchan pronunciados por bocas, dientes y lenguas, voces que son en territorios diversos, distintos, pero a la vez parte de algo común más amplio. Eso común, esa convergencia es un despertar después de cinco siglos de resistir.
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