Martín Caparrós, media hora con el maestro

De visita en Argentina para presentar la Biblioteca Martín Caparrós –una reedición de 14 libros de la mano de Penguin Random House– en la 47.ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, el periodista y escritor –¿o escritor y periodista?– conversó con Enfant Terrible.

Por Andrés Masotto y Agustina Byrne para Enfant Terrible

Foto: Agus Byrne

A Micaela

Viernes 28 de abril, 19:00 hs.

La sala Ernesto Sábato del Pabellón Azul está colmada: se cuentan alrededor de 100 personas, entre aquellas sentadas y unas cuantas de pie. Martín solicita, risueño, que guarden algunas sillas. “Es que vienen unos amigos”, dice. En primera fila, como si el evento fuera un acto escolar y no la presentación de una reedición de 14 de sus más de 30 libros escritos a lo largo de 65 años, ocupa su lugar Martha Rosenberg, su mamá.

Cristian Alarcón, también periodista y escritor, y amigo de Martín, es el host, y comienza leyendo la lista de los 14 títulos reeditados, y señalando las medallas –los reconocimientos, los premios, los galardones– de los que Caparrós podría presumir. Pero, desinteresado, el periodista y escritor –¿o escritor y periodista? – se ocupa de rechazar tanta felicitación:

Medallas del tiempo

a las batallas de las edades

que blasón latino

¡Oh Roma! En tu grandeza

en tu hermosura

huyó lo que era firme

y solamente lo fugitivo

permanece y dura.

Recita, al micrófono, y contrasta: “Eso. El mejor soneto que se escribió. Como dijiste, las medallas y las batallas, ahí está todo.”

En el imaginario popular, Martín Antonio Caparrós es un montón de cosas que pueden atemorizar –la máquina de escribir, columnista estrella de diarios internacionales, analista punzante, licenciado en Historia por la Universidad de la Sorbona, compañero y colega de maestros como Tomás Eloy Martínez o Rodolfo Walsh–, pero también es un hombre que se burla y se ríe de sí mismo y sus medallas.

Foto: Agus Byrne

Domingo 30 de abril, 11:04 hs

El desayunador del hotel se hace escuchar con sus sonidos de tazas y platos, máquinas de café, bostezos y conversaciones aquí y allá. Martín Caparrós está sentado en la esquina última, un rincón más o menos recóndito; sobre la mesa su computadora, un vaso con jugo de naranja y la mitad de una tostada. Viste de negro, por supuesto, y luce el bigote imperial, su marca de autenticidad.

Tus libros de no ficción abordan ejes muy diversos ¿qué tiene que tener una historia para llamar tu atención y decidas escribirla?

Hace mucho que no decido trabajar una historia. Hace más de 20 años que mis libros de no ficción son sobre temas mucho más que sobre historias. Después, lo que hago es buscar historias que formen una escena de esos temas o esos conceptos. Entonces ya no es una cuestión de historias, es una cuestión de que haya algo que me interese pensar y por lo cual trato de mezclar historias que lo encarnen.

¿Y los de ficción de dónde salen?

Los de ficción salen del –hace un gesto con la mano sobre su cabeza y un chasquido con la boca, un ¡Eureka!– vaya a saber, qué sé yo, aparecen. De todas maneras, lo que siempre trato de hacer es no ponerme a trabajar de inmediato con una idea: la rechazo un par de veces –tres o cuatro– como para estar seguro de que me importa. Si la idea vuelve, se lo merece. No le voy a dedicar meses o años sin estar seguro de que me importa lo suficiente.

En 2014, en El Hambre, escribiste "¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?" ¿Cómo carajo conseguís vivir sabiendo que pasan estas cosas que relatás en tus libros?

Yo tengo una coartada mala, que es que trato de hacer lo muy poco que puedo hacer al respecto. Es decir: pasé varios años trabajando en el libro, sigo hablando de eso cada vez que puedo y en cada lugar donde puedo, sigo escribiendo sobre eso. Sé que es una coartada, seguramente podría hacer más. Hago lo que puedo sobre el tema, así consigo vivir sabiendo que pasan estas cosas: sabiendo que podría hacer más, pero por lo menos haciendo lo que puedo.

A partir de tu participación en la Mesa del Hambre, que conformó Alberto Fernández recién asumida su presidencia, junto a otros intelectuales, sindicalistas y referentes sociales, recibiste insultos y señalamientos de personas que, es probable, no sepan que investigaste y escribiste un libro titulado, de hecho, El Hambre ¿Qué te produce recibir esos agravios?

Sí... bueno, la mayor parte de la gente que dice algo en Twitter no sabe, punto. No es que no sabe sobre tal cosa o no sabe sobre tal otra: no sabe. Lo siento por ellos, es mucho más entretenido e interesante saber. A mí me impresiona que gente que jamás ha hecho nada para mejorar ninguna situación me ataque por haberme equivocado tratando de hacerlo. Lo dije el otro día: si me convocan veinte veces, vuelvo veinte veces. Después salió mal, sí, salió mal, salió para la mierda, pero es algo en lo que uno no puede no participar si tiene la posibilidad de hacerlo. Por lo mismo que decíamos antes: cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas si después te convocan a hacer algo que supuestamente va a ser para mejor y lo rechazás porque no te gusta la gente que participa. Fue raro todo eso, yo me comí el amague, pero tuve la intención. El epígrafe de El Hambre es una frase de Beckett que dice "Try again. Fail again. Fail better".

¿Cuál es la función del periodismo, hoy?

Já... qué pregunta. Yo creo que es obvio que el periodismo perdió la hegemonía sobre algo que lo sostuvo en los últimos 150 años, que era la comunicación de la actualidad. Empeñarse en seguir haciendo eso tonto, porque no funciona. ¿Para qué voy a leer el diario si dice todas cosas de las que ya me enteré? Ahora uno se entera de las cosas por las redes sociales, por las plataformas de difusión. Entonces, me parece que lo que queda es contar mejor, averiguar más datos, más detalles, más relaciones. Y, por otro lado, podemos poner todo eso en contexto y analizarlo. Creo que esas son las funciones que le quedan al periodismo una vez perdida la actualidad. Pero para eso hay que tener más ganas, más medios, más posibilidades... pero se puede trabajar ¿viste? trabajar de verdad.

¿Considerás que es posible hacer periodismo libre?

Creo que sí, posible es, lo que pasa es que requiere esfuerzos y peleas. Más fácil es adaptarse y hacer lo que te piden o sutilmente ordenan que hagas. Eso es lo más sencillo. Después hay otras posibilidades. Creo que los cambios técnicos favorecen mucho estas posibilidades.

Hace treinta o cuarenta años era muy complicado publicar revistas independientes, porque necesitabas conseguir tinta para la imprenta, organizar la distribución, ocuparte de la diagramación. En cambio ahora publicar algo es lo más fácil que hay; lo difícil es publicar algo lo suficientemente interesante para que la gente lo vea y lo lea y, por lo tanto, puedas seguir haciéndolo.

Pero las dificultades técnicas y económicas previas de algún modo desaparecieron. Entonces es más fácil que antes hacer periodismo libre. ¿Hay menos demanda? Eso puede ser, pero depende del momento social y político. Y también se puede hacer una buena combinación de las dos: tener un laburo en algún lado y dedicarle tres o cuatro horas por día a eso que querés hacer. Ahí lo que importa es tener un proyecto que te caliente lo suficiente como para que tengas ganas de dedicarle tu tiempo libre.

Como un exponente de la crónica latinoamericana ¿Cuál es tu opinión de su actualidad? ¿Hay cronistas que llamen tu atención?

Yo siempre dije que la crónica es mucho más lo que los franceses llaman succès d'estime –un éxito de consideración–: siempre hubo mucha más gente para hablar de la crónica que para leerla. Una vez, un periodista de un diario grande de Chile me preguntaba y preguntaba y yo le pregunté ¿Cuánto vas a escribir? ¿Cuánto te dieron? y me dice "tengo que escribir una nota larga, como tres mil palabras”. Ese es el estado actual de la crónica latinoamericana: es mucho más probable que se publique un artículo sobre la crónica de tres mil palabras que una crónica de tres mil palabras.

Hay gente que está trabajando muy bien, hay gente nueva que me gusta mucho... los dos que más me gustan, que más me interesa lo que están haciendo, son un peruano, que se llama Joseph Zárate, y un cubano, Carlos Manuel Álvarez, que le acabamos de dar el premio Anagrama de crónica.

Siempre contás que le dedicás tres o cuatro horas del día a escribir ¿Y qué leés?

Lo último que estuve leyendo es uno que se llama Los libros de Jacobo, de Olga Tokarczuk, una Premio Nobel polaca. Ahora leo en digital, muy rara vez en papel, y me gusta mucho más, me resulta más cómodo y agradable y trasladable. Pero tiene un problema grave, que es que como no ves la tapa, no tenés esta especie de insistencia con los nombres del libro y el autor, y me los olvido. Hay un par de sitios llenos de libros donde uno puede proveerse con cierta facilidad y me alegra mucho que mis libros también estén ahí para que la gente pueda bajarlos como los bajo yo.

"Está bueno que te paguen por un libro pero si no pueden pagarlo y los descargan, no pasa nada"

Caparrós desliza que descarga libros de páginas piratas y alienta a otros lectores a que hagan lo mismo, incluso con los libros de su autoría. “Yo no escribo para que me paguen, escribo para que me lean”, dice, seguro y determinante, para despejar dudas. “Que los libros circulen”, dice. También dice que, igual, antes era más meritorio robar libros porque había que meterse en una librería y afanarlos, que ahora es un poco más fácil. Y confiesa, divertido, que robó muchos libros hasta que se juntó con una librera –la madre de su hijo–, y que fue entonces cuando entendió las cosas desde el otro lado.

Solés ser muy crítico de las centro-izquierdas latinoamericanas ¿cúal es tu lectura del escenario político actual de la región?

En general han hecho poco para conseguir aquello que debería ser la prioridad absoluta de cualquier movimiento de izquierda, que es igualar considerablemente la distribución de la riqueza. Una de mis grandes sorpresas cuando estaba trabajando en Ñamérica (su penúltimo libro, publicado en 2021) fue descubrir que los países que del 2000 al 2015 tuvieron gobiernos que se decían de izquierda, no mejoraron más la distribución de la riqueza que los países que tenían gobiernos de derecha: sin eso no hay diferencias y uno podría pensar que la mayoría de las diferencias son retóricas.

En la apertura de la Feria del Libro, Martín Kohan dijo "si las grietas no son entre explotadores y explotados pierden la gracia" ¿Qué opinás?

Por un lado estoy totalmente de acuerdo; por otro lado, me parece que alguien que trabaja con las palabras debería, quizás, ocuparse de mejorarlas. Es decir, creo que muchísima gente cuando escucha explotadores y explotados piensa en una retórica de los años '30. Creo que ahora hay muchos más que no son explotados pero porque no tienen trabajo, que los que sí tienen trabajo y son explotados. Entonces, para empezar, hay un problema de definición sociológica que complica todo el asunto.

Lo que yo creo y vengo diciendo es que la próxima pelea social va a ser por la plusvalía de los avances técnicos que se están dando todo el tiempo. Me parece genial que nadie tenga que pasarse ocho horas por día pasando papel higiénico por un lector para cobrarte en la caja porque eso ahora lo hace un robot, pero la pelea es por ver quién se apropia de ese superávit que los dueños del supermercado van a conseguir al no tener que pagarle a esa persona.

"No vale la pena defender trabajos de mierda, vale la pena defender vidas mejores"

Son las 11.34 cuando el grabador se apaga, pero Martín continúa la charla. Le interesa, parece, saber con quién está hablando, quién lo está interrogando. Quizá sea el oficio de periodista, la obsesión por preguntar; quizá sea el ejercicio del escritor, la búsqueda de temas que lo calienten lo suficiente para que valga el tiempo de sentarse a escribir. O tal vez, como apuntó alguna vez, en una entrevista uno pregunta cosas que capaz no le pregunta ni a su mejor amigo, y entonces hacemos eso: charlamos como amigos.

Somos el equipo de redacción de Enfant Terrible: el resultado de millones de años de evolución aglutinados en este irreverente existir.

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