JIG Bailecito para nada o la belleza de lo ordinario

«JIG Bailecito para nada» es un unipersonal cómico que exhibe el lado lúdico de lo existente. Bailes, juegos y recursos clown consolidan una obra de teatro graciosa y profunda. En la interrupción irónica de lo esperable, Guille Vanadía demuestra que algo tan sencillo como emprender el juego puede desmantelar la belleza oculta de la emancipación.
Foto: Azul Cooper

En escena predomina la penumbra, el oscuro paisaje de una amplia sala sin telón ni tarima. Esta caja negra permite un pronunciado acento lumínico en los sectores del espacio donde se muestra la materia escenográfica. Bolsas de arena, cartones y baratijas se exhiben como objetos de valor, como si de una instalación contemporánea de museo se tratara. Es impactante notar cómo elementos comunes devienen enmarcado lumínico que arrastra nuestra atención. En un mínimo gesto esceno-técnico se logra darle brillo a lo que suele perderse en la masa indiferente de lo cotidiano.

Lo mundano se sitúa en la centralidad y lo que no parecía algo digno de belleza se transforma en un atrayente cuadro visual

Detenerse sobre aquello que no fue diseñado para ser visto permite descubrir que lo bello puede mostrarse en la austeridad de lo pedestre. La disfuncionalidad de lo existente descubre porciones de belleza que solemos omitir. El mínimo gesto de re-disponer lo ordinario logra cambiar su significado, más allá de si intrínsecamente el objeto es exactamente el mismo. Aquí la reinvención de lo existente no es producto de la alteración física, sino más bien de la posición y el enfoque.

Poner algo donde no va

Junto al cuidado trabajo lumínico se aprecia una sabia manipulación actoral de los elementos escénicos. Constantemente vemos como el actor coloca los objetos donde no creíamos que debían ir. El ejercicio de “poner algo donde no va” causa una risa inmediata: es sumamente cómico observar el insólito uso de un globo, un centímetro o un caballito de madera. A partir de ese extraño empleo de los artefactos emergen situaciones que desbordan el desarrollo de lo calculado por el espectador.

Graciosas representaciones de actividades cotidianas, tales como pescar o andar en tren, aparecen en la configuración de premisas ajenas a la propia actividad desplegada. Se trata de crear semejanza a partir de lo desemejante, descubrir lo común desde lo ajeno, y vislumbrar lo existente en un tránsito ambivalente de cercanía y lejanía. Este método de creación que «JIG» manifiesta esconde una veta irónica, si es que la entendemos en el sentido profundo que la entendía el escritor romántico Ludwig Tieck: “la ironía es un movimiento continuo entre la pertenencia y el alejamiento. Tanto en la producción como en el goce de la obra de arte, no es posible fundirse en el objeto o distanciarse absolutamente de él, sino que hay que moverse sin cesar de uno a otro polo.”

En «JIG» es justamente esa atención a los elementos lo que permite que estos configuren creaciones disimiles a ellos. El gesto irónico de no encontrarse ni dentro del objeto ni fuera de él es lo que permite las risueñas creaciones escénicas que aquí observamos. En el transcurso de la obra aceptamos que cada elemento
visible se sitúa por fuera de la etiqueta de su funcionalidad, pero sin que abandone del todo aquello que lo identifica.

El ingenioso uso de los materiales se complementa con un sobresaliente empleo de la sonoridad: Guille Vanadía hace gala de innumerables recursos vocales que emulan verazmente los sonidos no humanos que componen el mundo. En la extensión no habitual de las vibraciones corporales aparece un salirse de la disposición sonora corriente. El cuerpo como dispositivo lingüístico alcanza ruidos ajenos a su operatividad esperable. La voz se robustece en tanto herramienta disonante capaz de desafiar la norma comunicativa.
De este modo, el virtuosismo irónico de producir semejanza con elementos extraños añade una capa de profundidad mayor.

El impulso lúdico como resistencia obrera

El humor causado por el inesperado uso de los objetos y los sonidos termina de consagrarse con el movimiento corporal. Llama la atención la destreza física del actor debido a la aparente incomodidad que expresa su vestuario de payaso. Un ropaje compuesto por desequilibradas proporciones se muestra en contradicción con el despliegue corporal que vemos en escena. Entre piruetas y acrobacias circenses el cuerpo en escena burla la falsa impotencia que ostentaba. De este modo, los desplazamientos, bailes y saltos que el intérprete realiza son fruto de una tarea esforzada y riesgosa que desafía nuestras erradas suposiciones.

Esta exposición corporal refiere al propio nombre de la obra, ya que el fenómeno del Jig surgió como un acto de danza y comicidad musical que caracterizaba a los clowns de la época isabelina, que eran famosos por mostrar sus mejores habilidades y repetirlas hasta el cansancio. Si nos detenemos en el particular vestuario diseñado por Ana Rojo, notaremos una interesante búsqueda conceptual. El atuendo parece representar una suerte de obrero universal: un overol sucio y desprolijo que transmite el propio desgaste de las extensas
jornadas laborales que sufren las masas.

No es claro si las referencias visuales representan lo masculino o lo femenino, revelando así una muestra abarcadora en lo que hace a la división sexual del trabajo; tampoco es reconocible algún oficio determinado, aunque sí puede apreciarse un collage de telas que sintetiza las vestiduras de un granjero, un albañil y un cartonero.

foto: Azul Cooper

Lo osado de representar la clase trabajadora recae en las actividades lúdicas que realiza el personaje que la encarna. Aquí el trabajador no trabaja, sino que juega. La funcional exigencia mercantil que aplasta la vida del obrero se combate en el sencillo ejercicio del juego. Aunque todos los elementos constitutivos de la escena parecen dispuestos para una actividad productiva, el actor se divierte en un esparcimiento sin finalidad. De esto se trata la danza del Jig: dar vueltas sin dirección clara en una extensa intervención que parece no
avanzar.

Desde la mirada provocadora del Jig isabelino esta obra exhibe la existencia del obrero en un camino reconfigurado. Darle lugar a la diversión es tan simple como revolucionario. Insistir en la tenacidad de la acción lúdica sin pretensiones de utilidad exhala rebeldía: el juego liberado de la producción permite tensar hábilmente las reglas de lo establecido. A veces el mero gesto de ensayar una danza sin rumbo conduce a franquear las barreras de lo esperable. El derecho a reír jugando es más desafiante de lo que se cree. JIG nos invita a que soltemos toda anticipación preconcebida y ensayemos un divertido bailecito desordenado ¿Para qué? Para nada.

Jueves de mayo en Teatro La Chacarita (Jacinto Ríos 1449) Anticipadas en Antesala

FICHA TÉCNICA
Escrita y Actuada : Guille Vanadía
Codirigida junto a : Gastón Casabella
Vestuario: Ana Rojo
Planeamiento Sonoro : Ezequiel Córdoba
Maquillaje : Patricia Ávila
Fotografía: Azul Cooper
Utilería : Natalia Guendulain
Asistencia en Dirección: Mili Centeno
Diseño de Producción : Horacio French
Prensa y Difusión : Tere Martinez

Licenciado y profesor en Filosofía. Especializado en estética y filosofía del arte. Escribo ensayos y críticas sobre el teatro cordobés, también hablo de eso en “TeatroRadio” (Radio Gen 107.5).

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