«El cuerpo de la palabra»: la cocina creativa de grupo de dramaturgas militantes

«El cuerpo de la palabra» es un grupo de dramaturgas cordobesas que producen poesía y teatro en la Córdoba actual. En una entrevista plagada de reflexiones, estas dramaturgas nos comparten las complejidades de su cocina creativa.

«El cuerpo de la palabra» es un grupo de dramaturgas cordobesas que producen poesía y teatro en la Córdoba actual. Además de generar espacios de encuentro en formato de slam perfórmatico-poético a micrófono abierto, esta alianza entre escritoras mujeres ha dado lugar a la publicación de un libro que reúne sus obras bajo la dirección de Soledad Gonzáles, y que fue el número inaugural de la colección “Teatros y Territorios” producida por Editorial Buena Vista.

En una entrevista plagada de reflexiones bellas y profundas con Soledad, Eugenia Hadandoniou, Emilce Martínez, María Inés Prosdócimo, Jesica Lourdes Orellana y Mariela Serra, estas dramaturgas nos comparten las complejidades de su cocina creativa, revelando sus condiciones concretas de producción, sus inspiraciones, sus métodos de escritura y su militancia contra la mirada artística hegemónica, masculina y europea.

-¿Qué es «El cuerpo de la palabra»?

 -Es una colectiva autogestiva movida por el deseo. “El cuerpo de la palabra” se relaciona a que somos escritoras en donde el centro es lo teatral, por ello nuestra escritura tiene un vínculo incondicional con el cuerpo. Muchas veces viene primero el cuerpo y después la palabra.

-¿Por qué se juntaron?¿Fue una decisión política?

 -Es una decisión absolutamente política. Por un lado nos juntó el deseo de darle otro circuito de circulación a lo dramatúrgico en Córdoba, ya que todas las que estamos aquí comparten la sensación de que nuestro ámbito tiene un sesgo sexista. Es político también el hecho de que seamos voces femeninas, lo cual nos abrió muchas preguntas y debates. Las decisiones están estimuladas por cómo nos percibimos y nos encontramos en el medio teatral de Córdoba, además de que tenemos experiencias muy diversas: diversidad en edades, búsquedas, trayectorias, y estéticas. Es un grupo abierto y en movimiento, cada quien hace lo que quiera con la palabra y escribe desde su lugar, nos encontramos en la diferencia.  

Por otro lado, apostamos al encuentro, generamos nuestras escrituras a través de slam de poesía con micrófono abierto. Allí queremos salir de la sesgada visión de la dramaturgia de autor o autores vinculado a lo “autorizado”, el encuentro permite otra dimensión política y poética que se construye con la sinergia del público. Quisimos construir un espacio para darle vida a la palabra. Nos sedujeron las instancias de encuentro como un llamado a la acción, el hecho de poner el cuerpo y de convocar público.

Políticamente hablando, también es un lugar de resistencia frente a la mirada masculina, blanca, hetero cis. Parte del germen de “El cuerpo de la palabra” tiene que ver con el hartazgo: siempre las mismas personas están en los lugares de poder y se visibilizaba un tipo de dramaturgia en el cual no nos sentimos representadas. Desde ahí empezamos a discutir sobre las políticas culturales y sobre quiénes son los que las gestionan. Es pensar cómo sacarle el polvo de tela de araña a esa mirada tradicional, y pensar que estas nuevas voces emergentes que están en los bordes son también parte del territorio, que lo representan mejor que estas miradas europeas, blancas y masculinas. En contra de la academia cordobesa jesuítica tan masculinizante. Estar entre nosotras nos abre un mundo más grande, más poroso y más amable.

-¿Cómo surgió el libro de “El cuerpo de la palabra”?

 -La publicación de este libro es completamente disruptiva, ya que las obras que entran en el circuito de publicación son o de grandes maestros, o de “eminencias” de la dramaturgia o de las obras que ganan concursos. Este libro fue una necesidad o una urgencia que nos permiten publicar saliendo de los esquemas habituales. Es muy interesante que Buena Vista Editora se prendiera con entusiasmo a este libro, ya que esta editorial es de Córdoba y apuesta a un proyecto local y distinto. También tuvimos la posibilidad de acercar estas dramaturgias a escuelas, trabajar con adolescentes y mostrar que hay autoras vivas y de acá que escriben y producen.

-En su perfil de Instagram advierten: “Somos muchas, Instagram no nos deja poner a todas”. No es casual que no entre, las redes no pueden expresar el tipo de conocimiento que ustedes producen, hay una degradación o resignación. Su producción no encaja, queda por fuera. ¿Qué hacen las redes para ustedes?¿Hay una incompatibilidad en sacar un libro con los modos de transmitir informaciones actuales? ¿Por qué insistir en el formato físico?

 -Es muy bueno quejarse de la tecnología con la tecnología. Lo bueno que tiene el PDF, lo virtual o incluso lo pirata es que quienes no pueden acceder al material puedan encontrarse con él. Por otra parte, aunque pareciera un contrasentido, el libro físico tiene la idea datar las cosas, las redes tienen un nivel de datación más liviano que se esparce más, en cambio el libro es un documento que te lleva a lugares que no puede la tecnología. Es por ello que el libro nunca va a morir, aunque existan las redes. Cuesta imaginarse como actriz estudiando el texto desde el teléfono, lo material brinda otro acceso, otra relación. Además, afuera de las grandes ciudades hay lugares en los que no hay fácil acceso a internet y el libro físico es una posibilidad importante, es un arma de defensa, es un objeto de resistencia.

-¿Cómo es su proceso individual de escritura? ¿Es en soledad o es en conjunto? ¿Cómo es escribir en vorágine diaria? ¿Cuándo escriben apagan el mundo o escriben con el mundo?

-Jésica Lourdes Orellana: escribir para mi es escribir en la calle, escribo en los colectivos, caminando, en la bici. Es poco lo que puedo sentarme en el escritorio, eso pasa solo como parte final del proceso, tengo en el teléfono un grupo de WhatsApp conmigo misma en donde anoto ideas, también me mando audios cuando tengo ideas que no puedo teclear, y eso me sirve porque ando todo el día dando clases, tengo diez cátedras, estoy todo el día en la calle. Además siempre estoy con mucha gente, con el grupo de Circo en Escena, con mis estudiantes, con mis compañeras de “El cuerpo de la palabra”. Eso hace que mi escritura sea divergente, en el sentido de que se encuentra habitada por todas las voces que comparten conmigo, lo mío de la escritura está atravesado por la muchísima gente que constantemente me rodea. Escribo con el mundo, con todos sus ruidos. Soy mamá de un nene chiquito, soy docente, soy militante, soy artista, soy tres millones de cosas, eso de la habitación propia de Virginia Wolf no lo tengo, mi habitación propia es la bici.

-Mariela Serra: siento a mi escritura como un proceso intermitente, que está total y absolutamente adentro del mundo. Quizás es lo ideal pensarse como escritora que tiene el tiempo para solo concentrarse y aislarse en un trabajo, pero mi escritura se reparte con otras escrituras, sean académicas, de posgrado, o para preparar clases. Mis escritos son un producto de retazos. Juntándome con las chicas de “El cuerpo de la palabra” me di cuenta de que muchas producimos así, ser mujeres teatristas conduce a escribir de manera intermitente, son nuestras condiciones de producción.

-Eugenia Hadandoniou: suelo ser la directora de las obras de teatro que escribo, por ello mi escritura se relaciona a la escena y lo que pasaba allí. Mi escritura se modifica todo el tiempo en relación a lo que sucede en los ensayos, hay mucho del cuerpo que invade la palabra, es una relación constante entre cuerpo y escritura. Las voces de los actores cambian los textos. De todas maneras, una vez que termina el proceso de construcción de la dramaturgia y necesito darle un cierre final, me siento y me aíslo para lograr concentración y no dispersarme.

-María Inés Prosdócimo: me gusta practicar el vampirismo en la escritura, pero no en el sentido de chuparle la sangre a la gente sino de en constante ejercicio chuparles las historias. Me encanta estar atenta a todas las conversaciones, cualquier lugar puede ser interesante para sacar ideas, observo las formas de decir, me encanta el lenguaje coloquial y las jergas, y eso me enriquece mucho a la hora de escribir. Desde ahí mi escritura es como un rompecabezas, un collage compuesto de cosas escritas a mano o en la compu. Me gusta escribir cosas en paralelo, escribo varios escritos distintos a la vez, a veces algunos convergen entre sí. Me interesa mirar en retrospectiva y tratar de encontrar aquello que se mantiene a lo largo del tiempo en la escritura, más allá de lo diferente que sean los textos que una escribe creo que se puede encontrar una marca distintiva, un sesgo característico del estilo que es similar al trazo que identifica a los pintores a través de sus obras.  

-Emilce Martínez: Escribo con el mundo, a través del mundo y por el mundo. Voy por la calle y se me agolpan las cosas en la cabeza que luego plasmo en distintos cuadernos. Mi escritura tiene que ver con el deseo, el deseo de amar, el deseo de desenamorarse, el deseo de criar, el deseo de morir. Pero siendo consciente de que el deseo está atravesado por el mundo que decidimos ver, el algoritmo nos diseña un recorte del mundo. No sé hacer otra cosa con mis manos que no sea escribir, estoy condenada a ello. También pienso que estamos generando con la palabra un lugar de conexión con otro que desconocemos, pero que le estamos brindando toda nuestra vulnerabilidad y sensibilidad, escribo como un lugar de conexión, escribo para acariciar, para golpear, para hacer un mundo distinto. Cuando no encuentro inspiración recurro al entrenamiento y ensayo distintos ejercicios, produzco de manera artesanal o automática. 

-Soledad Gonzáles: Siempre arranco escribiendo en cuadernos, de hecho la primera parte de las obras que escribo es a mano, y recién cuando llevo un treinta por ciento aproximado del proceso paso a la computadora, la cual uso como lugar de corrección. Antes me encantaba escribir cuando viajaba en colectivo de larga distancia, escribía en muchos lados. Pero ahora que vivo en San Marcos tengo una guarida fija de escritora romántica, tengo un lugar con un escritorio y unas ventanas que lo acondicionan. Nunca pude ser una escritora programática por falta de tiempo, me encanta la docencia pero me demanda muchas horas, quizás cuando me jubile cumpla el deseo de ser una escritora programática. 

“El cuerpo de la palabra” parece insistir en la idea de la materialidad de la escritura y la palabra, pero ¿la palabra tiene algún lugar inmaterial? ¿Qué es lo incorpóreo en la palabra? ¿La palabra es antes de ser leída? ¿Primero el pensamiento o primero la palabra?

Mariela Serra: no puedo dimensionar la palabra de manera inmaterial, porque el teatro no me deja. Escribo desde los quince años desde el teatro, y aún cuando la palabra en el teatro no es dicha, hay algún dato corpóreo que nos lleva a ese silencio no dicho, porque cuando hay silencio, hay un cuerpo que no responde. Siempre pienso en la palabra como una sonoridad, siempre es de alguna manera materialidad, la palabra es el cuerpo que dice o no dice, es el sonido.

Soledad Gonzáles: Más allá del teatro la palabra es la materialización de estados y de emociones, la palabra es respirada, sentida, musical. No puede haber una palabra no leída porque cuando escribe se desdobla, cuando te lees lo haces siendo otra a la que escribió. La palabra es todo cuerpo, no he tenido la experiencia inmaterial de la palabra.

María Inés Prosdócimo: en base a la pregunta pienso en las figuras teatrales del gesto y la pantomima, sobre todo en los títeres se trabaja mucho sin palabras. En la escritura se indica ese silencio, y esa palabra no dicha tiene cuerpo porque cuando se lleva a escena se convierte en acción. Si o sí la palabra necesita del silencio, la luz necesita de la oscuridad, son contrarios que se complementan. La escritura puede ser puramente signos destinados a una gestualidad, aunque no la escuchemos. Pienso también en la asociación del gesto y la palabra, cada palabra con un gesto diferente toma distintos significados. A veces una palabra no dicha esconde otro discurso que sale por fuera de lo nombrado. A veces hablamos sobre algo en específico pero a la vez estamos diciendo otras cosas con el cuerpo, el gesto y el silencio.

Eugenia Hadandoniou: podríamos irnos a Becket o al teatro del absurdo o a textos disruptivos de posguerra, pero la palabra está. Podríamos ir a diferentes formas de escritura en donde la palabra se rompe, puede estar la nada o el espacio, pero la palabra igual aparece. Con respecto a eso, es interesante pensar a la poesía en su espacialidad, en cómo está escrita en la página con sus vacíos y sus lugares. La palabra que se corre de lo cotidiano sigue siendo palabra: lo invisible, el balbuceo, la duda afecta la materialidad de la palabra, pero ella sigue estando.

Emilce Martínez: pienso en la teoría del big bang o la partícula de dios que trabajan los científicos, y allí aparece el no saber cómo comienza todo, y emerge la duda de qué es material y qué inmaterial, o cuando la materia se hace lugar. ¿Qué es entonces lo inmaterial? En nuestro caso tiene que ver con distintos momentos de la dramaturgia, creo que lo material está en nuestras palabras y en la forma en que escribimos una idea, y creo que lo inmaterial puede estar en ese momento entre lo que activó una creatividad o eso que llamó nuestra atención. Lo inmaterial está en ese entre del deseo y la puesta en palabras, o en la lectura de una obra de mis compañeras en la que puedo imaginarla en distintas temperatura, tonos y cuerpos, posibilidades de materia, sin que sea ninguno en específico. Sobre todo pienso en pasajes antes de la concreción. Preguntarnos qué es lo inmaterial dentro de la palabra es una bonita invitación a pensar algo que tiene muchas aristas y que es difícil de determinar. 

Becario doctoral en CONICET donde investiga sobre estética y filosofía del arte. Ensayos y críticas sobre la escena under cordobesa.

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