En «Apnea» una niña-adulta que se interpreta a sí misma en el seno de una encantadora cofradía de mujeres. Una obra partida donde constantemente se expresan polos en contradicción sin mediación aparente
«Apnea» es una obra de teatro que relata la historia de Pilar, una niña-adulta que se interpreta a sí misma en el seno de una encantadora cofradía de mujeres. A partir de la palabra poética y su encarnación teatral, esta propuesta encuentra enlaces insospechados entre el fragmento y la totalidad, la parte y lo absoluto, la singularidad y el ser.
Al inicio, un cuerpo fantasmal toma la palabra para arrojar un poema universal: en una sola dicción se nombra al monte Everest, la Gioconda y la inagotable inmensidad del mar. ¿Qué tendrá que ver aquello con la particularísima historia pueblerina que se desplegará a continuación? Si «Apnea» es una creación teatral que parte de la historia de una individua, ¿por qué se pretende hablar de la totalidad?, ¿por qué se aspira a que el camino hacia lo absoluto inicie en la contingente parcela de una ínfima vitalidad?
«Apnea» es una obra partida. Constantemente se expresan polos en contradicción sin mediación aparente. En un mismo espacio conviven la ficción y la realidad, lo físico y lo metafísico, lo onírico y lo lúcido, lo vivo y lo muerto. ¿Existe alguna intersección que amalgame estas fracciones en oposición?
Una escenografía escindida
La escenografía se presenta en dos sectores bien diferenciados y contrapuestos. Por un lado, tenemos un primer plano claro de colores nítidos en donde los elementos son visibles e identificables. Allí destacan objetos cotidianos que representan los escenarios concretos de la vida de Pilar, tales como una radio, una pelopincho, algunas sillas, bancos y vasos. En este polo se posa lo racional. Allí se desarrollará el hábitat de una crónica coherente que se introduce en el corazón de una cofradía familiar.
Por otro lado, tenemos un segundo plano cuasi vacío y delimitado por una cortina de hule verde y esmerilada. Aquí no hallamos elementos nítidos a la vista a excepción de unos tubos de luz fluorescentes sobre el piso que nos transportan a las instalaciones minimalistas de Dan Flavin —artista que amaba estos dispositivos debido a su naturaleza anónima e impersonal—. En este submundo opaco, similar a la superficie turbia de una pileta tornasolada, priman los colores por sobre los objetos, y, antes de encontrarnos con referencias visuales estables, nos enfrentamos a un constante cambio orquestado por las múltiples disposiciones lumínicas de tonos monocromos. No entendemos bien qué sucede en esta zona; es el terreno propio de lo suprasensible, de aquello que no es susceptible de ser experimentado, que no puede encuadrarse ni en lo físico, ni en lo sensitivo.
Una dramaturgia dialéctica
La dramaturgia de «Apnea» se hace eco de la estructura escenográfica bajo la cual se despliega: la historia de Pilar se ve afectada por la desconexión entre un mundo racional y un mundo surrealista, entre una vida común y corriente y una vida extraña e inexplicable, entre los detalles habituales de un ser individual y las experiencias inusuales que la hacen partícipe de una totalidad indivisible.
El dinamismo de la historia se encuentra en un diálogo de Pilar consigo misma, un diálogo de su yo-adulta con su yo-niña, un diálogo de su pasado y su futuro. Este desdoblamiento se muestra de manera concreta y efectiva: dos actrices encarnan el personaje de Pilar y conversan en escena. Este recurso dramatúrgico es decididamente interesante, ya que permite explorar distintas vertientes de la mimesis y, aunque una actriz interprete a la Pilar adulta (Florencia Rubio) y otra a la Pilar adolescente (Bianca Mitnik), ambas actrices están vestidas con el mismo vestuario y reiteradas veces realizan sus movimientos en espejo.
Asimismo, el ejercicio de mimesis magnifica la diferencia, ya que la búsqueda de lo idéntico entre dos cuerpos distintos desnuda aún más sus costados inimitables. El incompleto reconocimiento mutuo entre dos entidades manifiesta la escisión interna de un personaje sumamente complejo. Los encuentros y desencuentros que la subjetividad tiene consigo misma nos llevan a reflexionar acerca de la identidad personal. ¿Quiénes somos?
¿Nos identificamos con nuestra historia o con nuestro presente? ¿Qué parte de nuestro pasado constituye nuestra identidad? ¿Existe algo fijo que nos acompañe durante toda la vida?
La cofradía de mujeres
La historia de la protagonista se encuentra inserta en la cotidianeidad de cinco mujeres que forman una pequeña comunidad familiar, contexto que resulta ambivalente respecto a los deseos e intereses de Pilar. La alianza femenina funciona como un núcleo de resistencia ante las injusticias del mundo masculino, pero al mismo tiempo sobrevuela un sentimiento colectivo de tristeza y resignación. Si bien es cierto que este micromundo familiar exhala ternura y calidez, también es cierto que su carácter hermético y asfixiante resulta ineludible; el ambiente se envuelve bajo un manto de amor y comunión incompleto en donde se filtran grietas, bajezas y miserias.
Este espíritu de comunidad también se manifiesta en la interpretación concreta de las actrices, dado que su coordinación conjunta les permite trazar distintos momentos sostenidos en la disposición relacional de sus cuerpos. En algunas ocasiones el espacio es conquistado por movimientos coreográficos colectivos que destacan por su ritmo y por su timing, como sucede en una suerte de baile en las que todas se armonizan al calor de la destacada iluminación, o como ocurre en una bella escena de canto lirico en la que el conjunto construye el protagonismo de una voz cantante al compás de la música; en otras instancias este cardumen corporal se descompone en diversas células espaciales que dibujan escenas de dos o tres personajes, las cuales logran consolidar porciones que se esparcen equilibradamente por todo el entorno.
Si bien la constante alianza y descomposición de los cuerpos, que hacen y deshacen estructuras escénicas, se basa en el movimiento, hay momentos precisos en los que se apuesta a la quietud con el fin de construir imágenes pictóricas. Es allí donde esta historia de cronicidad compleja se da un momento de teatralidad autoconsciente para mostrar al público una composición de siluetas fijas, instancia en donde las actrices pasan a relacionarse en simetrías estáticas y frontales con el fin de elaborar imágenes estéticas ocasionales que emulan el lenguaje de la pintura. Bajo esté codígo pictórico se enmarca la cuidada iluminación, ya que esta funciona como una suerte de pincel que habilita el advenimiento y la disolución de las imágenes teatrales, de hecho, la sobresaliente gama cromática que desprende la batería de luces conduce tanto las transiciones entre las distintas modalidades escénicas como la tonalidad y emotividad que cada momento en sí mismo exige.
¿Quién soy?
Pilar, entre las virtudes y defectos de su conmovedora familia, buscará su propia voz. Es la búsqueda de sí misma lo que motoriza su historia. Lo destacable es que la respuesta a la pregunta “¿quién soy?” no se encuentra lanzada hacia el futuro, ni tampoco se responde en el pasado: la respuesta se construye en un complejo campo dialéctico que conecta ambas dimensiones temporales. «Apnea» deja en claro que en el conocerse subyace el redescubrirse, dado que entre el hacer y el recordar siempre nos encontramos abiertos a la reinterpretación y a la relectura. Nada queda fijo en el pasado ni nuestra vida es puro porvenir, antes bien, estamos constituidos por una trama temporal plagada de idas y venidas, encuentros miméticos y extrañezas internas, miradas claras y razonamientos opacos.
El encuentro de la parte con lo absoluto
Esta falta de punto fijo dará lugar a uno de las ideas más bellas e interesantes de «Apnea»: Pilar redescubre su singularidad a partir del encuentro con lo absoluto. Es en la intersección entre su particularísima historia y la inmensidad de lo infinito el lugar en dónde Pilar hallará su integridad, es en el contacto con la infinitud sin demarcaciones, identidades fijas ni edades el sitio predilecto para repensar su verdadero ser.
Para darle forma a la inconmensurable dimensión de lo absoluto «Apnea» recurre al agua. Este elemento, tan originario como corriente, tan abstracto como cercano, es el médium que amalgama las partes inconclusas de una realidad fragmentada. Las gotas de agua presentes en cada rincón de la cotidianeidad son capaces de encausar en la inagotable inmensidad del mar, y en el caso de «Apnea» el fondo de una pileta puede convertirse en la clave para ingresar en la totalidad húmeda de lo vital.
Lo poético y el más allá
La experiencia de la totalidad es inenarrable por una lengua anclada en su sentido proposicional o funcional, pero quizás haya otro sendero que pueda ayudarnos a pensar acerca de ese mundo ajeno que solemos emparentar con lo surreal, lo onírico o lo fantástico. El modo de comprender este micromundo metafísico recae en la palabra poética, creación humana capaz de desbordar la mera representación de objetos, herramienta idónea para la tarea de ir más allá de los límites de la materia. La palabra poética permite expresar escenarios de infinitud, atemporalidad y presencia inmaterial, por lo que en las dicciones estéticas que «Apnea» desliza se llena de sustancia un espacio aparentemente vacío, un espacio que carece del volumen de la materia, pero que se satisface por la vibración del lenguaje en su veta artística.
Lo poético en «Apnea» reside en darle expresión a las verdades que desbordan el mundo condicionado. Es la imponente altura del monte Everest y la acuosa curvatura del pincel que inunda La Gioconda, aquel paraíso perdido que se confunde con el infierno, el agua mezclada con el fuego y el descendimiento dantesco por fosas concéntricas en espiral, la sangre roja que conecta el dolor con el goce, la infancia de la prosa que no se somete a la dictadura funcional de las palabras.
Salirse del yo, experimentar un momentáneo y fugaz encuentro con lo absolutamente otro y volver luego a sí misma es un camino que manifiesta la libertad conseguida por una chica que logró superar su micromundo acotado. La poesía de Pilar expresa la inocencia perdida, el tránsito continuo que no permite identidades fijas ni condicionamientos asfixiantes, el reencuentro con una figura que no responde ni a la vida ni a la muerte, sino al ser.
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