Es domingo al mediodía en la Plaza San Martin de la ciudad de La Plata. La Asamblea de las feministas del Abya Yala nos abrió una aureola multicolor al lado de ese sol radiante que tanto hacía falta en este Encuentro, tras una jornada de lluvia torrencial que inundó calles y escuelas. El taller está por concluir y estoy haciendo la cola para comprar choripán. Converso con otrxs encuentrerxs sobre nuestros talleres. Comento que mi taller está compuesto por chicas con alguna patología y por otro lado por psicólogas: “¿y vos estudias psico?” - me pregunta- “No, yo soy loca” respondí.
Una crónica de Melina Alexia Varnavoglou para Enfant Terrible
El primer piso de la Facultad de Ingeniería de La Plata estuvo copado por las comisiones de Mujeres, Disidencias y Salud Mental dentro del Encuentro -de ahora en más- Plurinacional de mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales y no binaries. ¿Que paso en este taller, qué concluyó y que tareas deja para la lucha por el derecho a la Salud Mental en Argentina?
Somos locxs, podemos ser peores
Lejos de querer ser una letra más en el espectro de las “disidencias” las mujeres, lesbianas, trans, travestis, bisexuales y no binaries que participaron de este taller alzaron su voz y pensaron política con toda la potencia y la complejidad de su problemática. Ciertamente la locura sigue siendo un tema tabú en la sociedad, y como todo tabú redunda en mayor represión y estigma para cuando las que la experimentan son mujeres, lesbianas, trans, travestis bisexuales y no binaries.
¿Qué recuerdos de lucha por el derecho a la salud mental tenemos presentes? Acaso la represión en el Borda en 2013. Sin duda el tema está mucho más en agenda: ayer marchamos en Córdoba en la 6ta Marcha por el Derecho a laSalud Mental, también este año se realizó en Buenos Aires la primera marcha del Orgullo Loco. Escuchamos cada vez con más asiduidad, aunque aún con cierto recelo o ridiculización el término “neurodiversidad”.
Y sin embargo ¿Sabemos algo de las internaciones involuntarias, de todas las que mueren como parte del sistema manicomial?¿Sabemos de la falta de acceso a mediación psiquiátrica, o de las irresponsables altas tempranas, qué hay del sobrediagnóstico y la medicalización excesiva? ¿Sabemos algo de las violaciones a las internas, de las que son separadas de sus hijxs? ¿Qué sabemos, en definitiva, de la trama compleja entre violencia de género y salud mental? En esta nota nos proponemos abrir esta pregunta desde la experiencia de este último Encuentro.
La locura, hija insana del
patriarcado
Soy la única del grupo con el que viajé al Encuentro que va a hacer este taller, así que voy sola. En el largo camino por encontrar me cruzo dos chicas que van al mismo, hablando un poco me dicen “somos del PCR” –el partido que hegemoniza la comisión organizadora e impide el cambio de nombre-, quizás ellas no sepan nada de esto pero trato de perderlas y sigo por mi cuenta hasta “Mecánicas” dentro de la Facultad de Ingenería de la Universidad de La Plata.
Apenas llego al primer piso no hay mucha opción: las comisiones del taller coparon todas las aulas y la que queda abierta es una que se autoconvocó en el hall. Debemos ser un centenar. Entre las que se fueron sumando a última hora quizás hayamos llegado a dos. Como siempre, tengo prejuicios: que si nadie lo coordina no se va a poder llegar a nada, que va a ser puramente testimonial. Sin embargo ante la primera intervención se derriban: la primera chica que toma la palabra es de Chaco y en menos de 5 minutos sintetiza la genealogía de violencia y locura en las mujeres de su familia: “a mi abuela le pegaba mi abuelo, y tenia esquizofrenia, a mi mamá la violaba su ex marido, le hizo bien separarse pero ahora es depresiva”. Eso dispara que hablemos de la familia, como punto de origen de nuestros problemas, el modelo con el que nuestra cabeza se va acostumbrando a naturalizar la violencia. Muchas cuentan afortunadamente con su familia como apoyo, pero para otras ese es justamente el foco del malestar.
Con una sincera sonrisa pero también conteniendo las lágrimas interviene Valentina, de 19 años y de Corrientes. Este es su primer encuentro y la primera vez que pone en palabras esto: “Mi papá es veterano de la Guerra de Malvinas, quedó mal y nosotras sufrimos mucha violencia por parte de él. No me dejaban ir al psicólogo, empecé a tener ataques de pánico, insomnio, me tuve que escapar de mi casa.” Chorros de tinta se han vertido en abordar esta problemática de manera concreta: el mandato de masculinidad, indispensable para la función bélica, dispersa su violencia en quienes aún están ahí para contenerla: esposas, hijas. El trauma histórico genera trauma psíquico.
Esto politiza el debate “La locura de las mujeres, lesbianas, travestis y trans es un efecto de cierta política (patriarcal)”, consignamos. Son varias las que intervienen contando casos de abuso intrafamiliar, padres y madres adictxs, madres golpeadas. Lo que impera es la invisibilización: de la violencia o el alcoholismo de papá nos la bancamos todas pero si te volves loca por eso, aguantate sola. Pasamos a hablar así de patologías asociadas exclusivamente a las mujeres, de cómo se generiza la enferemdad mental, recordamos el ya prehistórico diagnóstico freudiano de la frigidez y la histeria, pero también aparecen chicas que padecen bulimia o anorexia, enfermedades asociadas a mandatos de belleza, de cómo debería ser y verse nuestro cuerpo.
Dos delegadas de ATE contaron que las licencias psiquiátricas no se cumplen, que por lo general cunado se la solicita, terminan quitando tareas hasta que te reubican y después viene el despido. Que no se respeta el proceso. Esto lleva a pensar como muchos tratamientos se guían en realidiad por una lógica no terapéutica sino laboral: el querer rehabilitar al sujeto locx a sus funciones, igualando así la salud con la normalidad. ¿Es tenido igualmente por loco un yuppie empresario que se automedica con Prozac que una operaria de taller textil que sufre depresión y no accede a medicamentos? Me pregunto. Nos pregunto.
El acceso a la salud mental es entonces además de una cuestión de género, una cuestión de clase: para quienes necesitamos pastillas esa marca está bien clara. La caja de 20 mg de escitalopram –un antidepresivo- subió de 1200 pesos a 2400 en menos de 6 meses. La consulta con un psiquiatra ronda entre los 900 y 1000 pesos. Sumando una terapeuta semanal o dos veces por semana –en momentos de crisis se estila- la suma avanza hacia los 7 mil pesos destinados únicamente a un tratamiento.
¿Y qué hay de la salud sexual de las locas? ¿Y la identidad de género?
Zholkin (diagnosticada con TSA, Trastorno de Ansiedad de Separación) intervino en ese sentido: “durante el tratamiento me di cuenta de que me gustaban las mujeres y el psiquiatra me dijo que no me confunda, que yo no daba “con el perfil psicológico” de lesbiana”. Sí, aún hoy se sigue patologizando la identidad sexual, pero lo que ocurre aquí es algo más sutilmente siniestro: se asume que quienes padecemos una enfermedad mental no tenemos derecho a una vida sexual plena.
No es solo una cuestión económica que en los psiquiátricos tampoco existan los insumos básicos para gestionarla, acceso a preservativos; también toallitas y otros elementos de aseo e higiene personal. Se nos niega como sujetas deseantes. Leandra, de CABA, también compartió “cuando le dije a mi psiquiatra que era asexual me miró y me dijo: bueno, esa etiqueta la vamos a meter en una cajita hasta que empiece a tener efecto el tratamiento”. Meter nuestra sexualidad de nuevo en el closet, o en un pastillero.
Desde 2010 tenemos Ley Nacional de Salud Mental. A pesar de esto, estamos lejos de lograr su implementación. Aún con varios baches en su reglamentación, esta ley, en muchos aspectos progresiva que disponía garantizar el cierre de manicomios, u hospitales monovalentes, para 2020 fue modificada por decreto en 2017. Este decreto –que redundó en un anexo a la ley- frenó esta propuesta reinstalando la figura del manicomio y la del profesional como figura “tutelar” de los internos.
Esto desató un debate entre diferentes profesionales de la salud, psicólogas, psiquiatras y trabajadoras sociales. Con diferentes perspectivas todas coincidían en que el manicomio mata, pero de parte de aquellas que trabajan en ellos caracterizaban que tampoco el pasaje de hospitales monovalentes a generales es una cuestión simple. “¿Cómo generaríamos y cuáles serian los “órganos intermedios”’? ¿Un hospital general que apenas puede contener a pacientes ambulatorios está en condiciones de abordar problemáticas de salud mental con herramientas específicas? “comentó Agustina, trabajadora del Hospital Alvear.
También Mailén del Hospital Zonal Gral de Agudos Mi Pueblo, compartió el caso de una interna de 30 años victima de violencia de género que se suicidó en la madrugada del día anterior. “Padecía alucinación iterativa” –comenta “escuchaba una voz que le decía que se tenía que matar”.No me cuesta mucho imaginar que esta voz sea una voz masculina, acaso una voz concreta que le haya dicho lo mismo también repetidas veces. Aquello que en su momento no se visibilizó como violencia ahora aparece como locura. Sin ley de Salud mental y sin políticas públicas de género no es muy difícil tampoco imaginar que esta combinación de por resultado la muerte.
¿Quién cuida a las que cuidan?
El taller avanza y las discusiones se profundizan. Abordamos largamente el tema de los cuidados siempre ejercidos por sujetas feminizadas. Así cómo las diferentes patologías mentales que vienen asociadas en las mujeres, son dadas por no encajar en roles de género. Hablamos de quienes brindan cuidados y contención y terminan enfermándose. De las cargas emocionales y económicas de los cuidados de sus familiares o seres cercanos internados. Se nombran casos de mujeres que duermen toda la noche debajo de las camillas, de la hermana de un interno que no le avisaron que iban a darle el alta y se fue solo.
Nuestros cuerpos no pueden sostener por si solos estos cuidados, no se trata solo de que los varones pasen a encararlos sino de colectivizarlos, de que así como acordamos, la locura no es un problema individual, tampoco debería serlo su tratamiento. Se esboza en el debate la creación de un espacio de ayuda mutua que nos contenga a todas (locxs, cuidadorxs, trabajadorxs de la salud mental) y en eso se presentó Paola, de la Red feminista por la Salud Mental en Paraguay. Contó de la experiencia, animó a que la repliquemos y sumemos esfuerzos bajo una premisa que Silvia Federici en su visita al país lanzó: “¿Cómo puede curarnos el mismo sistema que nos enferma?”
La primera parte del taller ha concluido y siento que, a diferencia de otros espacios donde el enfoque testimonial puede bloquear la discusión política y volverla una mera catarsis colectiva, aquí ha sido fundamental priorizar los relatos en primera persona para constituir un lugar desde el que comenzar a pensar y pensarnos. Al fin y al cabo no es cierto que sean homologables las categorías que locxs y profesionales de salud tenemos para pensar el padecimiento mental.
¡Nada sobre nosotras sin
nosotras!
Es domingo al mediodía en la Plaza San Martin de la ciudad de La Plata. La Asamblea de las feministas del Abya Yala nos abrió una aureola multicolor al lado de ese sol radiante que tanto nos hacía falta en este Encuentro, tras jornada de lluvia torrencial que inundó calles y escuelas. El taller está por concluir y estoy haciendo la cola para comprar choripán. Converso con otrxs encuentrerxs sobre nuestros talleres. Comento que mi taller está compuesto por chicas con alguna patología y por otro lado por psicólogas: “¿y vos estudias psico?” - me pregunta- “No, yo soy loca” respondí.
Hacia el final del encuentro una “de nosotras” pidió la palabra: “Lo que voy a decir tal vez sea incómodo, y aclaro que mi vieja es psicóloga y tengo respeto por el rubro… pero lo que pensé en el taller de ayer es que muy pocas nos presentamos como neurodiversas, la mayoría que habló se presentó como estudiante/profesional de la salud mental. Y lo que terminé sintiendo es que si alguien antes de hablar se presenta como profesional de la salud mentalme está diciendo “hola yo soy científica, autorizada por el poder de la academia. Yo ser científica, tu objeto de estudio” entonces me vino la imagen de un científico que mira el hormiguero, y nosotras lxs neurodiversxs venimos a ser las hormigas-sujeto de estudio.
Tras la intervención el “mea culpa” corrió como un murmullo entre las psicólogas coordinadoras del taller. A pesar de esto se abrió un debate entre las diferentes escuelas y abordajes psicológicos. Estaban también las que seguían sosteniendo casi por sagrado la necesidad de un diagnóstico y el uso del DSM (manual desactualizado, que agrupa “todas” las enfermedades mentales), y del otro lado las defensoras de una visión de una salud mental comunitaria.
“La lógica del consultorio es patriarcal: se establece una jerarquía entre quien trata y quien padece”, se dijo. Entonces se presentó una médica, creo que la única del taller, que además dijo ser bipolar: “Hay que comprender integralmente el problema: no sirve de nada que yo diagnostique y recete si la persona no pude cambiar ciertos hábitos de vida, como comer bien y dormir bien. Si trabaja en un taller clandestino 10 horas o esta sufriendo una situación de violencia no sirve de nada que le de un diagnóstico, es más, le agrega un problema del que no puede hacerse cargo”.
¿Qué es salud y que es lo normal? Lo normal no existe concluimos y la salud… ¡salud es estar dialogando acá y sacando del closet nuestra locura, compañeras! gritamos. Locamente.
Muchas
reflexiones y tareas nos dejó entonces este taller en el último
encuentro y quizás la perspectiva de empoderarnos como sujetas locas
capaces de producir mediante el arte, la teoría y la militancia,
nuestro propio saber feminista y nuestras propias redes. Un feminismo
locx –no capacitista ni patologizante- es posible.
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