OPINIÓN | "Los machos no usan filtro de perritos"

De narrativas urbanas

La narrativa callejera impone, para quien ociosamente los vea, una serie de valores y simbologías sobre cómo ser, cómo pensar, cómo actuar. Hay un ideario que alimenta que ciertas actitudes y comportamientos sean socialmente aceptadas, hay una naturalización de una norma que puede estar falazmente fundamentada o no.

Tal es el caso del macho argentino: una figura cuasi-mítica de la narrativa del país, primo lejano de la figura del gaucho y alimentado a base de estereotipos sobre lo que significa ser un hombre. Poseedor de cierta insensibilidad y una incapacidad de comprensión empática, el macho es el representante más fiel de un hedonismo empático-emocional, equivalente máximo de un régimen heterosexual que hoy tiembla por su analidad vertiginosa. Simbólica y físicamente sostenido por un régimen de distribución desigual del poder, hoy se ve puesto en jaque por movimientos que apelan a una deconstrucción del '¿cómo carajos llegamos hasta acá?'.


De narrativas virtuales

Si consideramos que las narrativas callejeras solamente difieren de las narrativas virtuales por la cantidad de datos que nos pueden transmitir -ruidos, olores, tactos, colores, entre otros-, no nos debería llamar la atención el poder que también ostenta la virtualidad como espacio de inscripción: fenómeno bien explotado durante las elecciones del 2015.

En un momento donde la realidad es equivalente de lo virtual, donde las redes sociales forman una parte importante de la matriz socializadora, no debería llamarnos la atención tampoco cómo las narrativas virtuales funcionan como vía de diseminación de ciertas formas de ser, pensar, actuar.

Desde el 2016, con la implementación del filtro de perro en Snapchat, comenzó una campaña de slut shaming -de desprestigio si se quiere- hacia quienes usaban dicho filtro. Particularmente, hacia las mujeres y hacia quienes escapaban del envase de macho heteronormado.

Artículos como el de Vice, titulado "The Internet is Slut Shaming Women Over Snapchat Filters Now", planteaban que las narrativas virtuales poseían el mismo peso que las callejeras: establecían modos de ser, pensar y actuar en el mundo. Así, en un solo paso, una expresión estética virtual se transforma en un elemento iconográfico de la putez, de las hoe.

En otras palabras, se disputaba un modo de ser, pensar y actuar en tanto mujer. No me corresponde disputarlo ni pretender establecer -si es que se puede- qué es devenir mujer, pero sí resulta de interés por una simple razón: en un mundo de lógicas binarias, donde nos identificamos por oposición a algo, la línea entre ser hombre o ser mujer suele estar más dictaminada por la negación que por la libertad.


La duda como implosión

"Los machos no usan filtros de perritos", un cartel decía al borde de una marcha docente. Fondo rojo y letras blancas, porque así funciona una tecnología discursiva: te atrapa a 50 metros de distancia.

La ironía de semejante cartel en este contexto histórico y a pocos metros del Buen Pastor, donde ciertos dinosaurios vivieron un tiempo, ya me alcanzaba. Veo por un segundo que el 'no' está rayado con un fibrón del mismo color... y ahí dudo.

Memes como narraciones virtuales

¿Los machos usan o no filtros de perritos? Los filtros de Snapchat vuelven en forma de trampa perfecta. Si negamos que lo usan, sostenemos la imagen del macho como esta persona 'curtida', insensible para sus propias dificultades e incapaz de realizar una reflexión introspectiva sobre las narrativas de los placeres que definen ser (o no) hombre. Si aceptamos que lo usan, se sigue sosteniendo la figura del macho, nada más que recubierta de cierto reformismo: el macho puede usar filtro de perritos. De uno u otro modo, el macho como categoría con la cual identificarse persiste: ya sea por sostener su vieja imagen o por ser ahora un macho reformado.

Dicho de otro modo, la figura del macho en la narrativa argentina está tan instituída que termina prefiriendo una salida de compromiso para evitar su eliminacion: prefiere sostenerse, aunque reformado, que ser preso de su propio anacronismo. En otras palabras, no se trata de si el macho es esto o aquello, se trata de hacer implosionar la categoría de macho desde la propia producción social de la masculinidad, desde nosotros mismos, desde nuestros grupos de amigos, desde nuestra familia.

Sinceramente no creo que el terreno en disputa sea sobre si el macho esto o aquello, sino que compete desde la propia masculinidad generar nuevos espacios para habitar por fuera de antañas categorías, donde el único lugar donde brillaron fue en el cine. Lo que está en juego es, precisamente, el pasaje de  la construcción de la masculinidad desde lógicas binarias hacia modos más sanos de vincularnos que integren lo diverso y lo complejo, en una negación directa a la realidad entendida como simple.

Mejor avancemos en la síntesis y digamos: se trata de matar el macho en nosotros, no de reformarlo.


Estudiante avanzado en Licenciatura de Psicología (UNC). Diseñador freelancer de UX/UI.

Te puede interesar

El aguante

Bancá el periodismo de base, cooperativo y autogestivo

Para hacer lo que hacemos, necesitamos gente como vos.
Asociate
Cooperativa de Trabajo Enfant Terrible Limitada.
Urquiza 1740 7A, Córdoba.