1º de enero: las mujeres en las revoluciones haitiana, cubana y zapatista

Para ellas la revolución significó no sólo la recuperación de las tierras que pertenecen al 1% de la población mundial o la reconstrucción de la soberanía nacional-popular-comunitaria, sino también la emancipación de sus cuerpos para ser sujetas plenas de derechos.

Las revoluciones tienen sus propios antecedentes, referentes y fechas constituyentes que marcan hitos en la historia de un pueblo, de una generación y de una reforma cultural, política y social a nivel paradigmático.

En el caso de Latinoamérica las revoluciones se caracterizan por la construcción de un sentido de pertenencia. La concreción de un sincretismo que, producto de la colonización por parte de España, Inglaterra y Francia a mediados del siglo XIV y de Estados Unidos a partir del siglo XIX, llevaron a distintos sectores poblacionales de territorios como Haití (1791), Cuba (1953) y México (1994), a organizarse con el propósito de recuperar sus tierras. Ya que, lo que llamaron “revolución industrial, progreso y futuro”, no fue sino a costa de la explotación de mano de obra barata de esclavos indígenas, negros y campesinos.

El objetivo fue claro desde un principio, la organización hace a la fuerza y a la defensa de la tierra; la resignificación de sus creencias y cosmovisiones previas a la colonización de sus subjetividades y la reconstrucción de una cultura diezmada por una iglesia católica que buscó inculcar el silencio a través del pecado nefando.

La explotación no era sólo para la extracción de los recursos, también servía como disciplinamiento de los cuerpos. Previo a la industrialización del capitalismo de masas, los métodos de sumisión y de ejercicio del poder como la subordinación amo-esclavo, eran moneda corriente. Sin embargo no era igual la violencia que se ejercía sobre mujeres que sobre varones. 

Las mujeres-esclavas al estar asociadas a la reproducción eran en su mayoría violadas para mantener cierto número de nacimientos, ya que la tasa de natalidad era mínima por las infecciones venéreas como la sífilis y porque también eran usados como mano de obra.

La eficacia del control y exterminio de la población consistió en: la jerarquización del poder, nada pasaba por encima del soberano y las leyes divinas; la diferencia sexual al establecer roles marcados sexo-género y la educación colonial como método de borramiento identitario, instalando la racialización de los cuerpos.

Claro está que la historia no es lineal y así como sucedió una colonización, también existió una resistencia que logró ciertas revoluciones que liberaron no sólo a una comunidad sino a un subcontinente entero. Los resabios de esos hitos continúan presentes a través de la memoria.

“Las características de los movimientos latinoamericanos se representan en torno al arraigo cultural que se tiene sobre el territorio, lugar en donde se producen y reproducen sus prácticas sociales, económicas y políticas, además, este corresponde a un espacio ancestral en donde su cosmovisión se logra realizar en la práctica”, comenta Raul Zibechi, escritor Uruguayo.

Vilma Espín habla a milicianas cubanas. Foto: a quién le corresponda

Revolución emancipatoria

La memoria es un músculo que se ejercita, se transmite de generación en generación a través del relato escrito u oral. Asimismo su complejidad radica en que la historia va deformándose según quién y cómo la cuenta, por lo que es necesario mirar el bosque entero.

La participación de las mujeres durante las revoluciones dependió tanto de la necesidad cuántica como del valor de sus experiencias. Así, por ejemplo, muchas de las mujeres haitianas que estuvieron al frente en la revolución que derrocó a la colonia francesa (1791-1804), fueron forzadas a sumarse al batallón. Ya que la esclavitud para ellas significó no ser reconocidas más que como objeto de consumo sexual. El sometimiento era tal que no todas estaban dispuestas a participar. La diferencia y la violencia sexual seguía presente hasta para con sus pares.

De igual modo, destacaron personalidades como Cécile Fatiman, “La Mambo” -sacerdotisa y vudú- quien usó sus conocimientos sobre medicina herbal para curar a los combatientes y también para envenenar a los colonos franceses. A su vez, era quien recibía a esclavos y esclavas que desertaban, volcándose a las prácticas vudús como sentido de pertenencia.

Otras trabajaban como espías, haciéndose pasar por prostitutas y comerciantes en los campamentos para entregar mensajes y obtener información sobre los franceses. De está manera conseguían robar armas, municiones o provisiones para los rebeldes. Se dice, por ejemplo que Dédée Bazile, que guarda un legado similar como mística de la revolución, fue quien, luego del asesinato de Jean-Jacques Dessalines -lider revolucionario-, ensambló sus restos desperdigados para que tuviera un digno entierro.

Mujeres se manifiestan en el Día Nacional de las Mujeres Haitianas, en Puerto Príncipe (2022-Haití). EFE/ Johnson Sabin.

En la revolución cubana (26 de julio de 1953-1 de enero de 1959), la participación de las mujeres fue primordial desde el principio, por ejemplo, en la toma de Moncada participaron mujeres como Vilma Espín -cónyuge de Raúl Castro-, María Antonia Figueroa, Asela de los Santos -posterior Ministra de Educación- o Gloria Cuadras, entre otras.

La insistencia por parte de Fidel de que ellas también formen parte de la organización de la guerrilla no fue sin la oposición de algunos. Más no fue relevante, debido que en 1958 forman su propio pelotón. Y, tras la victoria de la Revolución Cubana en 1959 fundaron la Federación de Mujeres Cubanas, organización con el objetivo de acabar con la discriminación de la mujer y buscar la participación en todas las facetas de la sociedad.

Un dato no menor fue que Melba Hernández y Haydée Santamaría, fueron quienes redactaron y dieron a conocer “La historia me absolverá”, el famoso discurso que pronunció Fidel Castro durante el juicio en Céspedes y que sirvió a posteriori como símbolo de la revolución.

Por último, las mujeres indígenas partícipes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) aportaron más que sus conocimientos ancestrales sobre el manejo y cuidado de la tierra para el trabajo comunitario, también lograron el reconocimiento y la distribución equitativa de tareas sin distinción de roles sexo-género.

Una de sus referentas principales fue la Mayor Ana María, quien dirigió la insurrección en 1994 en San Cristóbal de las Casas. Era del grupo etno-lingüístico Tzotzil y alcanzó el rango militar más alto en su área, los Altos de Chiapas. Como Mayor de Infantería, dirigió su propio batallón. Comenzó a participar a los 8 años de edad en propuestas pacíficas y a la edad de 14 años se unió al EZLN, siendo una de las primeras mujeres que lo hacía.

“El zapatismo relanzó una crítica mucho más integral que la hasta entonces elaborada al proponer una descolonización del modelo de modernidad y al poner al centro –desde un inicio– la participación, palabra y creación femeninas”, comenta la doctora en antropología Márgara Moncayo.

De está manera las zapatistas son una presencia constante en la historia de la revolución de liberación nacional. Así, por ejemplo, dentro del ejército se encuentran las mayoras y comandantas; en lo político está la Coordinadora Política del Movimiento, y en lo civil (o zapatismo comunitario) están en los cordones que protegen las asambleas de la paz en San Cristóbal.

En 1994 presentaron “Ley Revolucionaria de Mujeres”, la cuál estaba dirigida, según Márgara Moncayo, a 4 interlocutores: el Estado mexicano, la clase social dominante (los patrones), la comunidad, y el movimiento y la organización zapatista. En dichos niveles, sin decirlo explícitamente, las mujeres reconocen sistemas de opresión patriarcales, capitalistas y coloniales frente a los que tienen derechos.

Mujeres zapatistas. Foto: a quién le corresponda.

Revolución de mujeres y matronas

La participación de mujeres organizadas en las revoluciones de puebladas que posibilitaron la independencia colonial, forman parte de la historia popular y de la memoria ancestral. Si no se las conoce es porque la colonización no es sin el patriarcado como símbolo de jerarquía de poder, como el capitalismo lo es en la acumulación de riquezas.

“Las indígenas compartimos esta lucha y opresión, por un lado, de la historia colonial y, por el otro, la ejercida por los Estados-nación junto con el patriarcado y el capitalismo”, puntualiza Yásnaya Aguilar, lingüista y escritora mexicana.

Para ellas la revolución significó no sólo la recuperación de las tierras que pertenecen al 1% de la población mundial o la reconstrucción de la soberanía nacional-popular-comunitaria, sino también la emancipación de sus cuerpos para ser sujetas plenas de derechos.

Foto de portada: a quién le corresponda.

Profesora y licenciada en psicología (UNC). Me dicen Chora. Editora de Género y de lo que se presente.

Te puede interesar

El aguante

Bancá el periodismo de base, cooperativo y autogestivo

Para hacer lo que hacemos, necesitamos gente como vos.
Asociate
Cooperativa de Trabajo Enfant Terrible Limitada.
Obispo Trejo 365, Córdoba.