Crónica de la sentencia Barreiro: Genocidas condenados y un sentir intergeneracional

Ayer concluyó la “Causa Barreiro”, donde se condenó a los genocidas Ernesto Barreiro, Carlos Alberto Díaz y Carlos Villanueva por delitos de lesa humanidad contra tres militantes y trabajadores peronistas. “Cárcel común y efectiva” fue el canto unívoco de las más de 200 personas presentes en Tribunales Federales. Conversamos con familiares de las víctimas y también con alumnas secundarias del Colegio San José sobre la importancia de habitar la memoria y valorar la democracia en un contexto de auge del fascismo.
Foto: Rodrigo Savoretti

Ayer martes los jueces integrantes de Tribunales Federales (Av. Concepción Arenales y Wenceslao Paunero) leyeron la sentencia del decimotercer juicio por delitos de Lesa Humanidad desarrollado en Córdoba.

Los tres genocidas imputados, Ernesto “Nabo” Barreiro, Carlos Alberto “HB” Díaz y Carlos “El Principito” Villanueva recibieron condenas a 24 años, de prisión efectiva y prisión perpetua respectivamente, por los delitos de “privación ilegítima de la libertad agravada” (en tres hechos), “imposición de tormentos agravados” (en dos casos) e “imposición de tormentos agravados por resultado mortal” (en un hecho), todos en concurso real.

La decisión de los magistrados de hallar a los genocidas como coautores penalmente responsables de estos crímenes, fue por unanimidad. Julián Falcucci, Presidente del Tribunal, advirtió que la próxima semana entregarán los argumentos finales de la sentencia.

Las víctimas del accionar militar que luego de 44 años obtienen “Memoria, Verdad y Justicia” son Rubén Amadeo “Pocho” Palazzesi, su compañero de trabajo José Jaime Blas García Vieyra y el delegado sindical del SMATA y cuñado de Rubén, Nilveo Teobaldo Domingo Cavigliasso, quienes eran militantes del Peronismo de Base y de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP).

Los hechos juzgados corresponden al año 1979 cuando el Ejército se apropió de la “Quinta en Guiñazú” de la Familiata Viotti. Este lugar donde se cultivaban frutas y verduras, fue convertido en un centro clandestino de detención de torturas psíquicas y físicas. Los familiares de los desaparecidos exigen que el lugar sea declarado y señalado como sitio de Memoria.

“Hay que mantener la memoria viva”

El celular marca las tres y media de la tarde. La densa y opaca arquitectura de los Tribunales Federales se ve gratamente afectada por una escenografía que le aporta nada más y nada menos que vida. Pues las flores rojas que representan la memoria, las cientos de fotografías con los rostros de lxs desaparecidxs que cuelgan en su entrada, y lxs familiares, militantes y juventudes que suben por sus infinitas escaleras con carteles, claveles y pañuelos blancos, no pueden menos que apropiarse del gris espacio con entera dignidad.

Pibxs de 16 y 17 años que visitan por primera vez una de las sedes judiciales más importantes de Córdoba, suben a la Sala del Tribunal sin saber muy bien cómo es ese lugar, qué cara tiene un juez federal y qué significa eso que sus profes les advierten que sucederá: la justicia.

Una vez en la sala, se ubican en una especie de tribuna popular, arriba de todxs lxs familiares de desaparecidxs, ex presxs políticxs, abuelas, madres e hijxs, que comienzan a sentarse para presenciar una vez más un juicio de lesa humanidad. Ya acomodadxs, lxs jóvenes despliegan los carteles que han hecho durante la semana pasada con consignas como: “no olvidamos no perdonamos”, “ya dijimos Nunca Más”, “Memoria, Verdad y Justicia”.

El ambiente es de fiesta popular. La sala está oficialmente tomada. Las más de 200 personas presentes se saludan, abrazan, sonríen y sacan fotos a pesar de que un secretario lo prohíbe sin mucho éxito, pues se ve desbordado por los flashes de la desobediencia civil que registran un hecho histórico. Lo único que intenta opacar tanta algarabía son los viejos y ensombrecidos rostros virtuales de los tres genocidas imputados que padecen un nuevo juicio, pero muy cómodos desde sus casas, todos beneficiados con la prisión domiciliaria. Se ven en perfecto estado de salud. Pero la bronca e impotencia no son más fuertes que las ganas de ver sus caras cuando reciban las condenas.

Lxs familiares aplauden a lxs alumnos, les agradecen su compañía, y ellxs les devuelven la generosidad con el mismo gesto. El momento se siente como un abrazo mutuo de dos generaciones distantes en edad, pero que habitan una memoria y un presente signado por las ganas de lograr justicia para lxs compañerxs que no están en vida pero sí en espíritu.

“Que reconfortante es saber que ustedes continúan la lucha”, les dice una mujer.

Una alumna de quinto año del Colegio San José accede a una breve entrevista antes de que lleguen los magistrados, y los federales procedan a dar la orden al grito de “todo el mundo de pie”. Le pregunto por qué está aquí hoy, cual es la importancia de habitar un juicio de lesa humanidad, a lo que responde:

“Es un evento muy importante porque más allá de que no es algo que nosotros vivimos contemporáneamente, es algo que nos interpeló en un pasado muy reciente y que no se debe repetir. Y sobre todo para hacer conciencia porque a veces no somos conscientes de esto, y la dictadura todavía vive en las pequeñas y grandes injusticias. Somos nosotros en definitiva quienes debemos encargarnos de cambiar y no olvidar, porque somos el futuro”.

“¡De pie!”, grita un oficial. Entran los jueces y se procede a leer la sentencia. Su lectura no dura más de cinco minutos. Los familiares de las víctimas se abrazan hasta convertirse en un solo grito de justicia. “¿Dónde están los demás? ¡Que digan dónde están nuestros compañeros! ¡Devuelvan a los niñxs robados!”, se escucha decir a varias personas antes de que comience el canto “Como a los nazis les va a pasar, a dónde vayan los iremos a buscar...”. Y se repita una y otra vez : “30 mil compañeros, presentes, ahora y siempre”.

Lxs alumxs del Colegio San José que acompañaron el final del juicio posan para la foto con sus carteles. Luego les pregunto a un grupo de chicas cuál es la sensación con la que regresan a sus casas.

“Participar de los juicios y estar, seguir haciendo memoria, es muy importante. Por que como dijeron los familiares, nuestra generación está cada vez más alejada de lo que fue la dictadura, y lo vemos como algo impensable a que haya existido un momento donde no vivimos en democracia, pero sí pasó y es necesario no olvidar para que no pasé nunca más”, señala Milena, y afirma que estudiará abogacía porque siente que hacen falta más abogadxs que acompañen este tipo de causas.

Martina, otra alumna, me responde: “es importante porque hay que mantener la memoria viva. Fue muy fuerte lo que sucedió y no podemos permitir que estas personas puedan estar libres de nuevo. Esta lucha es mantener viva la voz entre todos y llevarla de generación en generación”.

Por su parte, Sofía, agrega: “como juventud debemos recordarlo más que nadie, porque fue justamente la juventud a quien más desaparecieron. Nosotros como jóvenes tenemos que pelear como ellos”.

Alumnas de sexto año del Colegio San José/Foto: Rodrigo Savoretti

-Sofi, ¿Cuál crees que es la importancia de reivindicar a las mujeres que luchaban en aquél contexto represivo?

-“Peleaban por la igualdad de derechos en un contexto de máxima represión y hoy por hoy nosotras estamos en un Tribunal viviendo un juicio muy importante. En aquellos años era imposible y ahora nosotras sí podemos. Es un avance que nadie puede negar. Y actualmente tenemos que seguir dando la pelea porque la derecha de ahora es la misma derecha que nos hizo el golpe. Quieren volver a hacerlo para acumular más poder del que ya tienen de por sí. Entonces nosotras, como proletariado, debemos darnos cuenta de esto y pelear para que básicamente no pasé más”.

Carola, otra alumna que llega tarde pero segura a la charla, toma la palabra y expresa: “es importante estar acá, acompañar a los familiares en el juicio, para que esta injusticia tan grande que pasó no nos sea indiferente y quede en el olvido”.

Estella Palazzesi y Claudia Cavigliazzo/Foto: Rodrigo Savoretti

Antes de bajar a la planta baja y a la realidad de lo que se siente como un sueño político y colectivo cumplido, me encuentro con Estella Palazzesi, hermana de Rubén Palazzesi, y esposa de Nilveo Cavigliazzo, y tambien con la hermana de este último, Claudia Cavigliazzo.

-¿Con qué sensación se van a su casa?

-Estoy feliz y muy emocionada porque yo no creí que llegaríamos a tener justicia, pues estoy acostumbrada a la desconfianza de los años pasados. Me voy contenta porque llegamos al proceso que queríamos.

-¿Cree que hoy los tres compañeros sienten justicia?

-Yo creo que sí, sin dudas, finalmente tienen paz.

La alegría de Estella y Claudia, quienes bajan emocionadas y abrazadas por las escaleras de Tribunales luego de esperar más de cuarenta años una sentencia como la que escucharon, me hacen creer que la justicia es posible y que lxs 30 mil a los cuáles desterraron por el pecado de luchar por un mundo mejor y más digno, viven en cada unx de nosotrxs.

Compañerxs desaparecidxs: ¡no nos han vencido!

Alumnxs de quinto y sexto año del Colegio San José/Foto: Rodrigo Savoretti
Técnico y profesor en Comunicación Social (UNC). Periodista. Guevarista y peronista.

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