Un punto azul pálido en la oscuridad, una utopía cercana

Una distopía no tan distócica donde la tecnología amortigua el derrumbe y la decadencia de un mundo destruido. Esta obra de Ariel Dávila despliega una cuidada estética atomic-age y nos invita a adentrarnos en la narrativa alucinada de un mundo cyborg de la mano de sus tres protagonistas Amelia, Betty y Álex. Una reseña de Nacho Bisignano para Enfant Terrible

Por Nacho Bisignano para Enfant Terrible

No es habitual encontrar producciones locales sobre temáticas de ciencia ficción, y menos aún en el ámbito del teatro independiente. Por eso, "Un punto azul pálido en la oscuridad una distopía cercana" es una obra que llama la atención dentro de la escena cordobesa. Su distinción no recae únicamente en su temática osada, sino también en el elevado nivel que consigue en todo su desarrollo.

En su escritura y dirección Ariel Dávila expresa en una elevada magnitud estética. Las actuaciones, la escenografía, el vestuario, la dramaturgia, la iluminación y el sonido consiguen desplegar una notable calidad creando una pieza artística a la altura del desafiante tema que se ha decidido explorar. podríamos decir que se trata de un melodrama distópico con dosis de humor, pero lo más interesante reside en las reflexiones profundas que subyacen en el transcurrir narrativo. Al compás de la amable y atrapante historia se encuentran múltiples interrogantes filosóficos que interpelan la mirada habitual de nuestra condición humana.

El futuro distópico de Un punto azul pálido en la oscuridad funciona como un contexto acertado para profundizar acerca de problemáticas sociales que se insertan en el centro del debate público actual

Una distopía muy real

En un futuro devastado por el cambio climático se desarrolla la cotidianidad de una vida atravesada por increíbles artefactos tecnológicos capaces de facilitar nuestros intereses. Los peligros de un afuera difícil de habitar parecen atenuarse frente a las comodidades que habilita un hogar intervenido por avanzadas tecnologías. Las tres mujeres presentes en escena, Amelia, Betty y Alex (Nadia Budini, Mercedes Coutsiers y Priscila Sancisa), hacen uso de diferentes medios tecnológicos con el fin de refugiarse de una vivencia caótica. Las herramientas especializadas por la técnica garantizan un hermetismo apacible y placentero. De algún modo, el aislamiento en un micromundo artificial encubre un costado deseable.

El desentendimiento del mundo conduce a una calma inesperada en la que nuestros deseos más caprichosos prometen una concreción sin obstáculos. Antes de una tortuosa soledad, se manifiesta “una magnífica desolación”. Dicha frase del astronauta Buzz Aldrin refiere a aquella sensación de extrañeza que él mismo sintió al pisar la luna y observar la tierra como un punto azul pálido en la oscuridad del universo. La “magnífica desolación” surge en el desconcierto de observar la inmensidad del macrocosmos desde el minúsculo punto de vista de un humano.

Si bien esa visión de Aldrin representa un escenario contrario al hermético hábitat en el que transcurre la obra de teatro que aquí analizamos, en ambos casos emerge una sensación idéntica: un exquisito encanto en el horror de lo vacuo

En el caso del escenario central donde se despliega la pieza teatral, la impotencia humana ante la decadencia social de un mundo colapsado se muestra estilizada en la aparente calma del confort tecnológico. El placer de cumplir los caprichos inmediatos anestesia la desesperanza que ocasiona la incapacidad de cambiar el curso de un caos inabarcable. Sea en el más allá o en el más acá del mundo resulta inevitable el sentimiento de goce y horror que aparece al notar nuestra impotencia frente al abismo.

Esta terrible pero gozosa sensación parece remitir a la idea de sublimidad kantiana. Justamente en Kant lo sublime implica la renuncia a nuestra libertad en tanto incapaz de enfrentar un poder inmensamente grande. En esa renuncia humana aparece un deleite turbio e indescriptible que sólo emerge en la contemplación de una potencialidad superior, que violenta todos nuestros deseos, intereses y acciones. En la imposibilidad de actuar y modificar lo establecido ¿Sólo queda estetizar lo real y conformarse en una posición contemplativa? ¿En la aceptación de nuestro minúsculo escenario vital frente a la inmensidad de un mundo desolador la mirada sublime sobre el mundo es el único antídoto factible?

Un punto azul bello y desolador

En el despliegue escénico, la estetización de todos los órdenes de la vida distópica se desarrolla en una cuidada atmósfera atomic-age. El registro visual de la obra exhibe una intensa gama de colores brillantes que emula una visión futurista acorde a la era de las clásicas distopías de Huxley o Bradbury.  Las exquisitas proyecciones audiovisuales sobre la estructura central de la escenografía, la iluminación emitida desde diversos ángulos y los sobresalientes vestuarios, manifiestan en conjunto un espectro cromático sólido y seductor. Esa seducción se extiende a la interpretación de las tres actrices en escena, las cuales se desenvuelven con una hábil naturalidad.

Su manera de transitar el desarrollo de la obra permite insertarse en la cotidianidad de un mundo extraño. Gracias a la soltura en el trabajo actoral podemos empatizar con personajes poco habituales para hacer de esta distopía algo realmente cercano. El registro cómico y suelto en un sitio distante al nuestro permite preguntarnos cuan lejanxs y cuan cercanxs nos encontramos de Amelia, Betty y Alex, tres personajes que en su presencia invitan a cuestionar algunos presupuestos que teníamos sobre la identidad y la naturaleza humana. 

El alcance tecnológico en todas las dimensiones imaginables desacredita el trazado de una división tajante entre artificio y naturalidad. Debido a que ya no es posible esgrimir con contundencia un límite entre lo humano y lo artificial la obra permite abordar una serie de interrogantes vinculados a nuestra condición existencial ¿Somos cyborg? ¿Qué nos queda de humanidad? ¿Qué es lo vivo? ¿Qué significa ser alguien?

El fetiche de la tecnología

La desmitificación del carácter natural y orgánico de nuestra identidad personal se ve acompañada por una exacerbada expectativa de las extensiones de nuestra mente y nuestro cuerpo. Un punto azul pálido en la oscuridad desarrolla en toda su trama la falsa ilusión de la superación de los conflictos sociales a través de la intervención de la tecnología. Los avances técnicos están, pero los problemas humanos persisten. Los beneficiarios de las conquistas técnicas son solo los más adinerados. La lucha de clases sigue intacta y los “sin techo” se ven expuestos a los peligros del caos reinante de la crisis climática. Sin embargo, los privilegiados deben resignarse al aislamiento. En este futuro distópico la única salida para los ricos es individual. En la atomización de la sociedad solo queda edulcorar lo existente para una vida retraída que bordea el solipsismo. Es posible observar en la obra un genuino sentimiento de desesperanza de algún cambio de la sociedad. La imposibilidad de intervenir lo existente como colectivo social expresa la existencia de un mundo desgarrado en donde todos los lazos parecen rotos. 

Mas allá de la evidente resignación que Un punto azul pálido expone, el decurso mismo de la obra deja entrever una ventana de esperanza. Al final de esta pieza teatral se evidencia que no todo está dicho de antemano y que los acontecimientos son capaces de derribar cualquier pronóstico

La tecnología habilita una fantasía de control absoluto sobre lo que sucede. La intervención de la máquina en nuestra vida nos hace pensar que todo rincón del mundo puede ser anticipado, de tal modo que creamos posible una existencia sin sorpresas ni sobresaltos, tal como querían Amelia, Betty y Alex. Lamentablemente esa creencia se desintegra a medida que el curso de los hechos demuestra que lo imprevisto es inevitable. Lo contingente se encarga en cada paso en herir el deseo de una vida sin fallas ni anomalías. 

Es allí en donde lo humano aparece en toda su dimensión. Lo poético de Un punto azul pálido en la oscuridad reside en liberar la categoría de lo humano de un esencialismo orgánico o natural para desplazarlo a la angustia de lo inesperado. No interesa si somos cyborg o naturalezas de carne y hueso, lo importante es nuestra molesta capacidad de desafiar lo esperable. Como decía Schiller, la humanidad reside en nuestro impulso de juego, en el peligroso acto de cuestionar las coordenadas de lo real creando lúdicamente otro reparto de lo existente. Queramos o no la poesía se impone, y la conflictividad propia de nuestra especie destruye toda planificación. Por encima de todo calculo o diseño el conflicto se entromete y no nos queda más remedio que actuar en la turbulencia.

La calma contemplativa de una magnifica desolación se encuentra condenada a interrumpirse por nuestra inconveniente humanidad. Por suerte, no todo está dicho. 

Las funciones son los sábados de abril y mayo a las 21 en Espacio Blick (Pasaje Pérez 11). Entradas $ 800. Duración 1.15'. Anticipadas en 351-5059716. 

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