La puta mejor embalsamada, santa profana de la argentina cartonera

«La Puta mejor embalsamada» es una obra de teatro en la que cinco bufones en escena dan a voz a una Evita embalsamada. Se cuenta la abominable historia del secuestro de su cuerpo. El odio clasista de sus detractores llegó al extremo de quitarle a los humildes su esperado panteón de adoración ¿Cómo llevar a escena este incómodo episodio de la historia argentina? ¿Cómo hacer una obra de teatro que trate un tema tan delicado? Descartando una presentación solemne y medida, esta obra dirigida por Julieta Daga desarrolla con grandeza e inteligencia un episodio doloroso para el pueblo peronista.
Fotos: Juan Cristian Castro

Un episodio oscuro de nuestra historia

El cuerpo sin vida de Evita fue secuestrado y escondido. El odio clasista de sus detractores llegó al extremo de quitarle a los humildes su esperado panteón de adoración. Durante años Eva Duarte estuvo sepultada bajo una lápida falsa a miles de kilómetros de su santuario correspondido. Cuesta imaginar mayor humillación para el pueblo peronista. Pero el ultraje no termina en la morbosa tarea de trasladar un cadáver adorado a la clandestinidad: los restos de Evita sufrieron actos morbosos que repelen en su mera ocurrencia. ¿Cómo llevar a escena este incómodo episodio de la historia argentina? ¿Cómo hacer una obra de teatro que trate un tema tan delicado?

La propuesta de «La puta mejor embalsamada» es tan sorprendente como eficaz: cinco bufones burlescos e histriónicos son los encargados de contar la perversa historia del cuerpo profanado de Evita. Descartando una presentación solemne y medida, esta obra enuncia lo abominable con la irreverencia típica del bufón. Este abordaje provocador permite darle una tónica inesperada a la bella dramaturgia de David Metral. Las palabras de un relato conmovedor se expanden en una dirección que habilita reflexiones políticas de impensada magnitud.

El bufón

Los bufones hacían acrobacias, bailes y juegos con el fin de entretener a reyes y poderosos. Su costado humorístico abría una ventana para expresar frente al poder lo que ningún otro ciudadano humilde podía. Los bufones son personajes excluidos y disidentes, exhiben los márgenes de toda planificación o lógica hegemónica. Por ello, la comicidad bufonesca podría interpretarse como un gesto implícito de resistencia, una muestra desvergonzada de la injusticia social, de aquella que el peronismo creía poder erradicar.

En esta obra es la propia Evita enterrada la que cuenta la historia, aunque su extensión viva les corresponda a los bufones. Bajo este código «La Puta mejor embalsamada» utiliza estos desvergonzados personajes para darles entidad a aquellos que “la abanderada de los humildes” quería representar. Aquí el acto de “representar” no indica el uso que el sentido común confiere a esta palabra, no estamos hablando de una duplicación o una reiteración de algo real que se “representa”, antes bien, es lo que Luis de Tavira indicaba sobre la etimología del término: “Re” proviene del latín res, es decir, “cosa”. “Representar” es “presentar la cosa” en un aquí y ahora, es traer la presencia al lugar del teatro, mostrar de manera viva lo que suele ausentarse. Quizás sea eso lo que impacta al comienzo de «La puta mejor embalsamada», ya que nos conduce a ver de frente aquello que la sociedad desplaza hacia lo residual.

Una Argentina cartonera

«La Puta Mejor embalsamada» manifiesta una imagen indecorosa de la Argentina. Lejos de las clásicas simbologías patrióticas, en escena vemos referencias visuales que disputan la construcción identitaria de nuestro país. El principal artefacto escenográfico es una carreta sin ruedas que parece exigir una fuerza desmedida para su desplazamiento. La carreta expresa un símbolo incómodo de la Argentina cartonera: el crecimiento exponencial del cirujeo transforma esta austera herramienta en un elemento esencial para cientos de miles de marginados.

Distintos artistas han exhibido este modesto vehículo como triste símbolo de un país despojado, como ocurre en la obra «Carro Blanco» de la artista visual Liliana Maresca. Pero aquí la carreta no es una pieza de museo, sino un elemento dinámico que permanentemente se reconvierte, ya que esta peculiar estructura de madera se consagra como un dispositivo escénico capaz de configurarse en un féretro, una balsa o un altar según lo exija el momento.

La misma versatilidad observamos en el uso de los instrumentos musicales situados en la propia carreta, mostrándose capaces de manifestar el contraste entre momentos de ruido caótico y momentos de melodías alegres. Aquí se descubre otro elemento central que entrelaza la totalidad de los segmentos desplegados: el juego dialéctico entre contrarios. Podemos observar un enérgico baile disonante seguido de una estática escena de proporciones visuales en armonía. Se turnan el orden y el desequilibrio, la desmesura y la medida, la serenidad y la confusión. Es en este diálogo de opuestos donde detectamos que el impacto grotesco que inicialmente manifestaban los bufones puede reconvertirse en un exquisito deleite estético. Es admirable el imperceptible camino que permite a la vulgaridad consolidarse como belleza atrayente. Obviamente no se trata de la apariencia bella tradicional, sino de una seducción visual construida por elementos ajenos a los cimientos estéticos habituales.

Parte de esta belleza sorpresiva corresponde a los encuadres pictóricos que componen los cuerpos en escena. En muchas escenas, los anárquicos movimientos que realizan los bufones se resuelven en una calibrada imagen estática que emula la composición clásica de la pintura. Las refinadas disposiciones de las siluetas, que conjugan una imagen digna de contemplar, advienen como coronación de una previa plagada de estímulos. Por ello, el considerable tiempo de quietud que el encuadre conseguido ofrece para su merecida contemplación, se agradece con creces.

Una diosa profana

Los vestuarios de «La Puta Mejor embalsamada» se componen de restos de tela sucios y arrugados que cubren casi todo el cuerpo de los intérpretes. La larga extensión del vestuario solo deja el rostro descubierto, como si de una virgen santa se tratara. De este modo, cada bufón porta un manto deteriorado que parece emular las vestiduras religiosas del cristianismo, salvo que aquí el ropaje no ostenta el lujoso lapislázuli renacentista que pretende exaltar la “pureza” inmaculada de la Virgen María, sino que en su lugar muestra una paleta desteñida y opaca. Sin embargo, esta gama de colores se ve pronto alterada por los efectos escenotécnicos del humo y las luces. El impacto aéreo de la iluminación redefine la tonalidad cromática de las austeras vestiduras, convirtiendo su fría opacidad inicial en un matiz pictórico delicado.

Por momentos, esos ropajes cosidos a base de retazos de tela sobrantes se transforman en finos lienzos oscuros sobre los cuales el azul, el rosa, el verde o el amarillo imponen su encanto. Añadido a ello, el maquillaje de los bufones inunda sus caras de prominentes rayas rojas y negras sobre un fondo blanco, exhibiendo allí una composición desprolija. Este rostro de anchas líneas cruzadas parece digno de combatientes preparados para ir a la guerra; referencia que contrasta violentamente con la angelical inocencia de la Virgen que observamos habitualmente en las Iglesias.

Los bufones encarnan una Santa despojada de todo sesgo de inocencia virginal, son los embajadores combativos de una diosa profana que desestructura la falsa imagen del sesgado mundo conservador. La estética lavada del arte celestial enfrenta a una mártir poderosa que responde con descaro y contundencia.

Siga el baile

Luego de atravesar una obra que expone las heridas desagradables de una nación bastardeada por el poder dominante, queda preguntarse cómo podemos interpretar el futuro de la Argentina, y sobre todo de la propia Evita. Al saber que la representante de los humildes fue humillada grotescamente por los odiadores acérrimos del pueblo, nos invade una sensación dolorosa capaz de desestimar nuestras ilusiones en proyectos emancipatorios.

Sin embargo, «La Puta Mejor embalsamada» nos enseña que el daño recibido puede agigantar la figura de una mujer que trasciende las limitaciones biológicas de su cuerpo. Si ser “puta” era un insulto, ahora es una virtud combativa. Evita no está realmente en ese abominable espectáculo de perversos decadentes, ya que se asoma en cada lucha popular que es necesario asestar, en cada reapropiación de los agravios recibidos por aquellos que defenestran la potencia del pueblo, en cada intento de cambiar lo que parece inamovible.

Evita siempre estará presente como santa profana de los humildes, no obstante, más allá de este legado, los desplazados tendrán que volver a dar pelea. La huella histórica de Evita tiene sentido en tanto se pueda crear un mundo capaz de darle más alegrías que penas a un pueblo golpeado. El dolor, como aprendimos de Evita, puede crear una feroz estampida transformadora. El ruido confuso de un incómodo alarido puede desatar una bella melodía guerrera. “Siga el baile, siga el baile. De la tierra en que nací. La comparsa de los negros. Al compás del tamboril”.

Viernes de mayo en Teatro la Brújula (Rivadavia 1452 – entre Bedoya y Del Campillo)

Ficha Técnica:
Directora: Julieta Daga
Dramaturgia: David Metral
Iluminación, diseño y operación: Mariela Ceballos
En escena: Mariana Mansilla, Laura Bringas, Claudio Castillo, Agustín Alesso, Nelson
Balmaceda
Diseñadoras de vestuario y realizadoras: Agustina Blanc y Thelma Cataldi
Dispositivo escénico: Mac Giver
Asistencia de dirección: Mariela Ceballos

Licenciado y profesor en Filosofía. Especializado en estética y filosofía del arte. Escribo ensayos y críticas sobre el teatro cordobés, también hablo de eso en “TeatroRadio” (Radio Gen 107.5).

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