Guuula, aullido apocalíptico: La última misa antes del fin del mundo

Guuula aullido apocalíptico es una obra de teatro que trata la crisis ambiental desde un punto de vista cómico y reflexivo. Ante la inminente llegada de la catástrofe ecológica el cura Santos y la Hermana Abigail convocan a los fieles a la última misa antes del fin del mundo. Las consecuencias de la agroindustria se enfrentan en la ingeniosa combinación de los ritos religiosos y el show interactivo. Esta obra dirigida por Nuria Cardona Conci dos ceremoniosos litúrgicos predican sus sermones con una exquisita irreverencia rockstar.
Foto: Fiorela Reybel

Se avecina el día del juicio final. Nuestra especie acelera sus prácticas contaminantes conduciendo este mundo finito a un colapso inimaginable. La voracidad humana sufre sus propias consecuencias y el único camino parece conducir a la destrucción. No queda más remedio que lamentarse a la espera de una salvación espiritual ajena a un mundo que se desmorona. Se traza el escenario perfecto para que curas y ceremoniosos litúrgicos recuerden sus vaticinios bíblicos en un sermón acusatorio.

Los expertos en el caos, los castigos y la redención inmaterial toman la palabra para remarcar la culpa y el justo destino de los pecadores. De esto se trata Guuula aullido apocalíptico, una obra de teatro en la que somos testigos de una última misa antes del fin del mundo.

Guuula atraviesa una temática seria y preocupante desde un costado humorístico y ameno. Al ser consciente del carácter inocultable de la crisis climática que transita el planeta, esta pieza teatral rescata con irónica agudeza las premoniciones más severas del culto cristiano. La racionalidad de la militancia ambiental contemporánea coincide inesperadamente con el discurso místico de la doctrina religiosa. Aquellas lecciones morales que desarrollaban la culpa, los pecados y la aniquilación del mundo se resignifican en una realidad actual insoslayable. Guuula se hace eco de esta extraña concordancia y construye una obra ingeniosamente hilarante en la que las insólitas lecciones de los curas esconden un costado veraz.

Un show sobre el pecado

El estado apocalíptico de la tierra se relata en una suerte de show interactivo en la que se despliega un festival de estímulos visuales, musicales y corporales. El cura Santos y la hermana Abigail se desenvuelven en un escenario que ofrece música en vivo, proyección audiovisual y números cómicos La misa se convierte en un espectáculo y los protagonistas religiosos se consagran como rockstars. Los segmentos que componen la función expresan una sabia selección de escenas estereotípicas que emulan el cine de entretenimiento y las
series mainstream.

Destacan la versatilidad de Gonzalo Parejas y Sol Merlina Veiga, que hacen gala de una amplia gama de recursos escénicos en su afán de interpretar múltiples personajes en diversos sketches. Es meritorio cómo ambos actores vitalizan la letra dramatúrgica, manifestando en sus cuerpos movimientos de una llamativa complejidad rítmica: las extremidades de sus figuras se desarticulan en posiciones extravagantes que impactan tanto por su extrañeza como por su seducción. Dicha amplitud del registro actoral permite que la cruda exposición del daño ambiental se manifieste en un vaivén virtuoso entre el lirismo y lo grotesco, lo ridículo y la seriedad.

El trabajo oscilante entre opuestos también tiene su expresión en el cuidado trabajo de vestuario y maquillaje que exhibe una hábil sinergia entre el conservadurismo puritano de la religión y la sensualidad atrayente de una celebrity
Foto: Fiorela Reybel

La gula como impulso atávico

Guuula desarrolla una comicidad irónica sobre la religión cristina evidenciando su azarosa actualidad respecto a la catástrofe ambiental que vivenciamos. Sin embargo, esta obra no reduce sus referencias bíblicas tan solo al humor. Guuula reivindica la biblia en tanto pieza literaria, tomando de ella algunos elementos estructurales y estéticos. La problemática de la crisis ambiental se introduce desde el Génesis del Antiguo Testamento para seguir luego con las ideas centrales correspondientes a los siete pecados capitales.

La literatura de los textos bíblicos sirve como punto de partida para explorar la condición humana en su carácter más profundo. Hay un intento de encontrar algún patrón de conducta que ilumine el decurso inconstante de la historia de la humanidad, y es aquí donde la reflexión sobre los pecados conduce a encontrar en la gula una figura poética reveladora. La gula se define como el obstinado ejercicio de devorar de manera insaciable. La ferocidad de este impulso atávico se expande hacia el deseo de consumir y agotar todo lo que se interponga a nuestro paso.

Desde las tribus de las cavernas hasta nuestros días, parece primar el anhelo de destruir lo ajeno en provecho de lo propio, de adiestrar apresuradamente lo diferente por miedo a que aquello nos someta de antemano. El temor a la ajenidad conduce a un bélico desequilibrio en todas las magnitudes de lo vivo. La condición para controlar el mundo a imagen y semejanza de lo humano supone una violencia descontrolada. La desenfrenada explotación de los animales y los recursos naturales responde en última instancia a dicha voracidad originaria que sintetiza el concepto de la gula.

Esta obra de Pururú Teatro exhibe con riqueza el carácter primigenio de la gula, ya que hace uso de un encantador dispositivo escenográfico capaz de crear bellas sombras en un “fuera de campo” escénico, las cuales ostentan la magia de aquellas impresiones sobre la pared que el fuego de las cuevas arcaicas regalaba a los nómades temerosos.

Foto: Belén Magnante

Entre las soluciones mágicas y la resignación

Observar cómo el mundo se sumerge en un caos climático provoca pasividad y resignación. Mientras la problemática ambiental crece a pasos agigantados las posibles soluciones se presentan estériles. Ante este escenario desolador algunos optan por la indiferencia y la negación. Otros anhelan la aparición de soluciones mágicas e irreales. En parte por ello Guuula apela a la liturgia religiosa para encarar la devastación.

Se esconde la fantasía de que exista un Dios todopoderoso capaz de pulverizar los conflictos en un chasquido. Sin deidades nos encontramos solos y a la deriva, no existe criterio que indique la forma correcta de intervenir en el catastrófico porvenir. Guuula manifiesta esa sensación terrible: el mundo no tiene sentido y no existe lugar donde buscar soluciones o certezas. El culto religioso no garantizaba la vida en la tierra, de hecho anunciaba la irremediable llegada del juicio final, pero al menos en esa amenaza prometía un rumbo claro. Si no tenemos salvación, aunque sea queremos el consuela de una tragedia épica.

Los griegos amaban la tragedia precisamente porque en ella se evidenciaba un orden armónico del cosmos. Los sujetos sufrían y estaban condenados a un destino cruel, pero las desgracias de Antígona, Edipo o Prometeo mostraban que todo lo que existe sucede por alguna razón y que el universo se sostiene en verdades indubitables. Lamentablemente es casi seguro que lo único trágico de nuestra contemporaneidad tenga más que ver con el sufrimiento que con el hallazgo de un sentido universal.

Desafiar las coordenadas de lo existente

A pesar de este nihilismo desesperante no todo está perdido. Se vislumbra una luz al otro lado de un río turbulento. Esta obra de teatro propone desplazar los límites de lo pensable desde diversos recursos estéticos. La creación artística da lugar a correr las barreras autoinfligidas. Sobre esto, Schelling decía que "el arte despierta la capacidad de erigir lo inconcebible, de generar pensamientos que van más allá de la finitud observable. Por ello, el impulso artístico habilita una independencia inesperada de las condiciones que trazan lo existente, prescribe una salida de lo establecido en la búsqueda de otro modo de crear nuestro mundo".

Para turbar el sórdido desquicio de la voracidad capitalista es preciso repensar lo que hacemos. Antes de disponernos a actuar desesperadamente resulta inteligente alterar la comodidad de nuestro actuar irreflexivo. En este sentido Guuula desarrolla el problema del colapso ambiental a partir de una reflexión minuciosa sobre nuestras prácticas. Una de las dificultades que acarrea la crisis climática responde a una serie de hábitos enquistados y automáticos que no estamos dispuestos a desnaturalizar.

Para interpelar la despreocupada inercia de las mecánicas sociales actuales Guuula hace uso de un recurso narrativo ingenioso: ¿Qué pasaría si un ser de otro planeta observara nuestro modo de organizar la vida? ¿Qué cosas nos resultarían racionales y que otras se convertirían en rarezas?
Foto: Belén Magnante

Hay un ejercicio de reflexión exquisito en el esfuerzo de aclarar lo que creíamos que no merece explicación. La contemplación externa desnuda tanto la obscenidad de la agroindustria como la irracionalidad de nuestra
conducta alimenticia. La mirada antropológica de un “otro” ayuda a ampliar nuestros horizontes habilitando el pensamiento de nuevas coordenadas socio-económicas que permitan trazar una vida diferente. Como decía Ranciere, "para que otro corte de lo sensible sea posible, es necesario la suspensión de las formas ordinarias de la experiencia".

El arte político implica volver visibles a aquellos que no eran percibidos más que como animales ruidosos. La lucha contra el apocalipsis precisa de un aullido potente capaz de desmontar lo que dábamos por obvio. Guuula propone el comienzo de la emancipación en el osado gesto de la indagación permanente sobre lo que hacemos. Quizás antes de buscar respuestas ante los desalentadores pronósticos ambientales sea adecuado plantear bien las preguntas. Previo a la acción, es necesario el pensamiento.

Licenciado y profesor en Filosofía. Especializado en estética y filosofía del arte. Escribo ensayos y críticas sobre el teatro cordobés, también hablo de eso en “TeatroRadio” (Radio Gen 107.5).

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