Las dueñas de la calle: las taxistas en Córdoba

En una Córdoba dominada por el tráfico y las aplicaciones de transporte no reguladas, un grupo de mujeres taxistas pelea por su lugar en un oficio históricamente masculinizado. Una crónica sobre representar y disputar la calle, el tránsito y el espacio público.

Por Lucía Ceresole

Ella no es Vanina titular de la Asociación Femenina de Taxistas de Córdoba, ella es Vanina 5093. Sale del bar de la estación de servicio Shell en plena avenida Amadeo Sabattini. Vive cerca, nos encontramos antes de empezar su turno que a veces dura diez o doce horas y se extiende hasta entrada la noche. Tiene el pelo rubio atado y engominado y una camisa blanca impoluta con el logo de la asociación en lila en un bolsillo.

Se sienta en su Chevrolet Cruze y empieza: deja su cartera roja en el piso del asiento del acompañante, saca su botella de agua, baja el vidrio de la puerta del conductor, acomoda los dos celulares, el posnet y me dice, “cada app tiene su celular, porque entre ellas se tapan. Cómo nos envuelven en un mundo de consumo”. Además de que “el cobro electrónico es esencial. Hay que evolucionar”. No hay ningún rastro en el piso ni en los asientos que delate las doce horas del turno de ayer.

Apoya un codo en la ventana y una mano en el volante. Arranca. La Avenida Amadeo Sabattini es una de las más anchas y más transitadas de la ciudad, conecta el centro con el sureste, forma parte de la RN 9 y, por eso, es la principal vía de acceso a Córdoba para quienes llegan desde Rosario o Villa María. De los 8.4 kilómetros que tiene, recorremos 3.5 hacia el centro, mientras Vanina esquiva autos, colectivos y motos. Es dueña en su territorio.

Mi marido tiene su taxi, sus dos hijos también son taxistas. A la mañana el varón y a la noche la mujer. La mujer ya está saliendo a la noche y cuando vos le agarras la maña, chau. Él me ayuda en este auto por la mañana. Mi hija salió sorteada, me anoté como chofer. Compramos un auto y ahora logré mi licencia. Ella, en cambio, es chofer de colectivo. Hay algo con el tema de conducir”, cuenta. 

Una familia dedicada al volante. Cuando pasamos por el Parque Sarmiento y por la terminal de ómnibus me dice que el novio de su hija también es colectivero y que en los viajes largos se disputan el manejo, que los pasajeros ya se acostumbraron a ver a las mujeres taxistas y a respetarlas, incluso que algunos de noche se tiran el lance por otros favores.

Después de cruzar el puente Illia, la Avenida Amadeo Sabattini se transforma en Boulevard presidente Dr. Arturo U. Illia que tiene tres carriles por cada uno de los dos sentidos circulatorios, separados por un cantero central. Un embudo de autos, colectivos, motos y peatones que se juegan el cruce entre bocinazos. Cruzarlo es un evento que se debe hacer bien despierta.

Horacio Quiroga en su estancia en París durante la Exposición Universal de 1900, describía que “no es fácil atravesar impunemente los bulevares; hay que correr, detenerse, apartarse, volver a correr, retroceder: pararse, correr de nuevo, y esto en sólo quince metros. Sucede a cada momento que hay cien personas esperando que haya un claro en la cuádruple fila de carruajes, para cruzar”.

Vanina Brizuela / Fotografía cortesía de Lu Ceresole

Representar la calle

Un jueves cualquiera de febrero la Plaza Jerónimo del Barco ebulle. Los que hacen gimnasia se cruzan con los niños que arman un partido en el medio, la música de la calesita se mezcla con los ladridos de los perros vecinos, los humos de los carritos compiten con las propuestas de los vendedores ambulantes. Todo tiene un halo de movimiento tapado por el tráfico incesante de las seis de la tarde entre Monseñor Miguel de Andrea, 9 de julio y Garzón Maceda.

En la cafetería Marvic, el lugar de la cita, hay solo una mesa disponible. Pero la distancia de rescate entre una taxista y su auto hace que la cita se mueva a la panadería del Pilar, justo al frente. Cruzo la plaza y a la mitad ya lo veo, un Corsa bien amarillo estacionado en la esquina. Ella no es Claudia González presidenta de la Asociación de Mujeres Taxistas de Córdoba, ella es Claudia 3531. Tiene el pelo negro acomodado en un corte shaggy, como esos que usaban los rockeros en los 80. De su cuello le cuelga un dije de alpaca plateado que es un autito. 

Claudia empezó a los 20 años manejando los troles, a los 22 se subió a un taxi y no se bajó más. Hace 30 años que maneja y en los 90’ era una de las tres mujeres que trabajaba en el turno noche. Para ella, la puerta grande de la conducción del transporte urbano se abrió con los troles, así pudieron ingresar las mujeres al campo laboral.

Siempre fui así como media revolucionaria en el trabajo, de fijarme las horas que me daban, quería ser delegada y a algunos trabajadores no les convenía eso. Siempre me gustó el quilombo en ese sentido, de defender los derechos laborales. Ahí empezó como un problemita y por eso deje el trole, porque me robaban horas”, comenta.

El centro, Tribunales, Mercado Norte, Rivadavia, La Tablada, San Martín, Nueva Córdoba, Irigoyen, Plaza San Martín, San Jerónimo y 27 de abril. Claudia me enumera las calles, los barrios, las zonas donde el municipio redujo la circulación de autos, taxis y remises. Antes eran cuatro viajes por hora, luego fueron tres y ahora es uno y medio.

Soy muy callejera, de dar muchas vueltas. Te pueden hacer seña o que entre un viaje por la app (Transmitaxi o SheTaxi). Por ahí tomo un café en algún lado y si no, me vuelvo a mi casa un rato. Ahora no tengo responsabilidades, pero yo tenía hijas chicas y trabajaba de noche. Entonces volvía, las mandaba al colegio y dormía. Doce horas son muchas, te perdés la vida, pero tenés esta flexibilidad”, cuenta.

Taxistas de Córdoba / Fotografía cortesía de Lu Ceresole

Las taxistas de Córdoba

Mientras hablamos en el café frente a Plaza Jerónimo del Barco, una bocina la interrumpe. Un auto se frena en la esquina del semáforo, un hombre saca medio cuerpo por la ventana, grita “Claudia” y saluda con la mano. Ella corta lo que estaba diciendo, le sonríe y le devuelve el saludo. 

El que no me conoce a mí no es taxista. Me entran a buscar cuando ven el auto. Encima tengo un grupo de 120 hombres que quieren ser representados por nosotras. Pensar que había tipos que no querían ni vernos”, refiere Claudia.

Para Claudia y Vanina el sorteo de licencias para taxistas mujeres significó un antes y un después. Después de 15 años de trabajar arriba del auto, Claudia empezó a tocar puertas para que ellas pudieran ser dueñas de sus taxis. Así salieron beneficiadas 25 mujeres y empezó a armar la Asociación de Mujeres Taxistas de Córdoba que reúne hoy a 300 conductoras

Al principio el enojo era porque les dieron licencias a las mujeres, eso reflejaba el machismo. Manejar un taxi no es tan solo sentarse y manejar. La gente cree que es eso y nada que ver, es salir a la vida, te salís a enfrentar otro tipo de cosas. Estás en un sector masculino, es salir a enfrentarte con el hombre, con el machismo. Cuando vos estás arriba del auto lo aprendes”, continúa. 

Que toda mujer que maneje un taxi tenga su licencia, esa fue la premisa de la unión con la Asociación Femenina de Taxistas Córdoba, que dirige Claudia. Antes el sorteo era junto con los taxistas varones y las chances eran casi nulas. Hoy son 40 las conductoras con licencia de taxista. Ella recuerda cómo, hace años, llamar para un empleo de taxista significaba escuchar la pregunta: “¿Es para su marido?”.

Fotografía por Juan José García para Página 12 / Taxistas en reclamo contra las app no reguladas

“Los ilegales”

En la Córdoba de hoy, las taxistas no solo enfrentan el tráfico caótico, sino también un nuevo actor: las apps no reguladas de transporte. La tecnología, como el progreso que Quiroga admiraba en París, redefine la forma en que la ciudad se mueve. Claudia y Vanina dicen, con firmeza, que los ilegales, los truchos, los autos particulares y otros sinónimos son los que “les han achicado el trabajo”.

Nos están invadiendo los particulares. Antes el taxi era monopolio. Todos los monopolios son malos, tenés que tener un surtido. Eso es contraproducente porque de la mano de que nos dieron muchas licencias hay poca demanda y hay que trabajar para pagar los autos”, acusa Vanina. 

Claudia aclara que ella no compite con los ilegales: trámites, responsabilidades, normativas y seguros tienen los taxis, los otros no. “Yo digo que cuidemos los pasajeros que nos quedan. Esto es cíclico. Estamos en un sistema caótico, en una economía muy pobre, todo el mundo hace lo que puede y pega un manotón”.

¿Qué es lo que funciona para el taxi? Vanina dice que la demanda espontánea: “Es lo que todavía nos sigue dando trabajo porque nos reconocen. La gente está muy ansiosa. Hay mucho más tráfico y las líneas de colectivos están colapsadas. Ahí es cuando salen a buscar taxis”.

Por su parte, Claudia considera que el pasajero continúa consumiendo taxi, “el taxi es el taxi. Vos viajas seguro. Es como cuando vas a la carnicería que querés que te atienda tu carnicero de confianza. Yo me siento una profesional del volante, soy solidaria, trato de que la persona viaje cómoda”.

Conocer al pasajero es saber que cuando falten pocos minutos para las seis de la mañana las enfermeras van a caminar por Avenida Colón buscando taxi, saber que cuando falten pocos minutos para las seis de la mañana se van a abrir las puertas de los boliches y todos van a querer volver a sus casa.

Otro viaje

Ya no queda café en las dos tacitas diminutas que ocupan un espacio en la mesita del bar de la Shell. Vanina se ríe fuerte, con una risa contagiosa, mientras hablamos de la siesta en Santiago del Estero. Afuera, la ciudad sigue su ritmo implacable, pero ella ya está lista para volver al volante.

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