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El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) es hoy la principal institución de promoción científica de Argentina. Aunque su historia comenzó antes de su fundación oficial, en un contexto global post segunda guerra mundial, donde la ciencia se consolidó como una herramienta estratégica para el desarrollo de las naciones. E influyó en la creación de instituciones similares en todo el mundo, y nuestro país no fue la excepción.
En 1951, cuando la ciencia y la tecnología adquirieron un rol central en la agenda de los Estados modernos, el gobierno de Juan Domingo Perón creó el Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas (CONITYC) -el primer antecedente del CONICET-, con el objetivo de coordinar y fomentar el desarrollo científico en el país. Un año antes, se fundó la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), lo que representó un gran paso estratégico en la planificación estatal del conocimiento.
A pesar de sus limitaciones, el CONITYC sentó las bases para la creación del CONICET, que sí logró consolidarse como la principal institución de promoción científica de Argentina. Fue recién el 5 de febrero de 1958 cuando nació formalmente. Su primer presidente fue Bernardo Houssay, una de las figuras más influyentes de la ciencia argentina, quien ya había dejado su huella en la historia al recibir en 1947, el Premio Nobel de Medicina, siendo el primer latinoamericano en lograrlo en el ámbito de las ciencias.
En los fundamentos del Decreto Ley 1291/58, que dio origen al CONICET, se estableció que el organismo sería un ente autárquico del Estado con las funciones de “coordinar y promover las investigaciones científicas”, remarcando su objetivo de “contribuir al adelanto cultural de la Nación…”. Además, el decreto subrayaba el rol estratégico de la ciencia “en cuanto éstas propenden al mejoramiento de la salud pública, a la más amplia y eficaz utilización de las riquezas naturales, al incremento de la productividad industrial y agrícola, y en general al bienestar colectivo”.
Hoy, más de 11.800 investigadores se desempeñan en el CONICET, acompañados por más de 10.300 becarios de doctorado y postdoctorado y más de 2.800 técnicos y profesionales que respaldan su labor. Además, alrededor de 1.400 administrativos trabajan para hacer posible la actividad de investigación que se desarrolla en todo el país. Desde la Antártida hasta la Puna y desde la Cordillera de los Andes hasta el Mar Argentino. El CONICET está presente en 17 Centros Científico Tecnológicos (CCT), 8 Centros de Investigaciones y Transferencia (CIT), un Centro de Investigación Multidisciplinario y más de 300 Institutos que dependen directamente del organismo o en colaboración con universidades y otras instituciones.
La actividad del CONICET abarca cuatro grandes áreas del conocimiento: Ciencias Agrarias, de Ingeniería y de Materiales, Ciencias Biológicas y de la Salud, Ciencias Exactas y Naturales, y Ciencias Sociales y Humanidades.
Nacido en Buenos Aires en 1887, Bernardo Houssay se graduó como médico en la Universidad de Buenos Aires (UBA) a los 23 años. Su fascinación por la farmacología y la medicina experimental impulsó su carrera desde sus inicios. A temprana edad, se formó con científicos como Carlos Spegazzini, lo que le permitió acercarse a la investigación de vanguardia. A lo largo de su vida, no solo investigó, sino que también promovió una visión amplia de la ciencia, conectándose con avances internacionales.
En la década de 1930, Houssay se trasladó a Francia y luego a los Estados Unidos, donde trabajó junto a destacados científicos y desarrolló su investigación sobre la hipófisis y su influencia en el metabolismo de los hidratos de carbono.
En 1947, recibió el Premio Nobel de Medicina por su descubrimiento sobre cómo la hipófisis regula el metabolismo de los hidratos de carbono, en particular la glucosa en la sangre. Un hallazgo clave en la comprensión de enfermedades como la diabetes y revolucionó la endocrinología.
Uno de sus legados más importantes fue la creación de la Carrera del Investigador Científico en 1960, un paso clave para consolidar la profesión científica en el país, lo que garantizó estabilidad laboral y financiamiento estatal para los investigadores.
Gracias a su visión estratégica, el CONICET se fortaleció y dio lugar a institutos emblemáticos como el Instituto Nacional de Limnología (1962), el Instituto Argentino de Radioastronomía (1962) y el Centro Nacional de Radiación Cósmica (1964), que aún hoy son pilares de la ciencia nacional.
Houssay no solo dejó su huella en la medicina, sino que su impulso fue crucial para poner la ciencia en la agenda del Estado argentino. Esto contribuyó a la autonomía de la investigación y aseguró los recursos necesarios para que la ciencia se transformara en una herramienta clave para el desarrollo del país.
Desde su creación, el CONICET fue -y es- cuna de innumerables avances científicos que impactaron de manera directa en la sociedad argentina.
A lo largo de las décadas, el organismo fue protagonista de investigaciones que pusieron a Argentina a la vanguardia en diversas áreas del conocimiento y transformaron la vida cotidiana de miles de personas.
Uno de los primeros logros se dio en los años 60, con el desarrollo de la vacuna contra la fiebre hemorrágica argentina. Bajo la dirección del Dr. Julio Isidro Maiztegui, y siendo un modelo de colaboración entre el CONICET y el Ministerio de Salud, esta vacuna logró combatir una enfermedad viral endémica que afectaba principalmente a los trabajadores rurales. Salvó miles de vidas en la región pampeana.
En la década del 70, Argentina fue testigo de uno de los descubrimientos más importantes en paleontología: los restos fósiles de Herrerasaurus ischigualastensis. El Dr. José Bonaparte lideró la expedición que halló estos fósiles en la provincia de San Juan. Reveló información crucial sobre la evolución de los dinosaurios, y puso a la ciencia argentina en el mapa internacional de la paleontología.
Durante los años 80, se volcó a la mejora genética del trigo, un cultivo clave para la economía nacional. Equipos de investigación del CONICET, en colaboración con el INTA, desarrollaron nuevas variedades de trigo más resistentes a enfermedades y adaptadas a condiciones climáticas extremas, aumentando la productividad agrícola y contribuyendo a la seguridad alimentaria del país.
En los años 90, los estudios sobre el agujero de ozono en la Antártida fueron fundamentales para comprender la disminución de la capa y sus efectos sobre el medio ambiente. Equipos multidisciplinarios, con apoyo estatal, realizaron investigaciones pioneras que contribuyeron a la creación de políticas internacionales como el Protocolo de Montreal, que busca proteger la capa de ozono y la salud humana.
Ya durante la crisis sanitaria mundial desatada por el COVID-19, el CONICET demostró que la ciencia es un motor crucial para superar desafíos históricos. Desde el comienzo de la pandemia, los investigadores del organismo trabajaron sin descanso para ofrecer soluciones innovadoras y estratégicas para enfrentar la emergencia sanitaria en Argentina.
Uno de los grandes logros fue el desarrollo de ARVAC, la primera vacuna 100% nacional, un avance logrado por más de 600 profesionales. Además, contribuyó con kits de diagnóstico rápido, barbijos, respiradores y la validación de terapias locales, como los sueros equinos hiperinmunes. También, sus estudios sobre la propagación del virus ofrecieron modelos científicos fundamentales para una respuesta efectiva. Como institución, demostró que, en tiempos de crisis, el conocimiento y la innovación son los mejores aliados para un futuro más saludable y equitativo.
A pesar de estos logros, el presente del CONICET enfrenta grandes desafíos. El financiamiento sigue siendo inestable y el organismo sufre las consecuencias de los recortes presupuestarios. Mientras otros países apuestan al conocimiento como motor de desarrollo, Argentina sigue oscilando entre períodos de expansión y crisis.
La pregunta no es solo cómo se sostiene el CONICET, sino qué lugar queremos que ocupe la ciencia en la Argentina del presente y del futuro. ¿Seguiremos formando científicos para que desarrollen sus carreras en el exterior, o apostaremos por un modelo donde la ciencia sea una verdadera política de Estado, un motor de desarrollo para el país?
A 67 años de su fundación, el CONICET es un reflejo de la historia argentina: talento de sobra, recursos limitados y un debate abierto sobre su destino. Lo que está en juego no es solo su supervivencia, sino la posibilidad de construir un país donde la ciencia sea un pilar del desarrollo.
Fotografía de portada: Cristian Rodríguez.
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