AMMAR Córdoba, entre la sindicalización y el trabajo sexual clandestino

El sindicato de AMMAR Córdoba lleva 25 años organizando a las trabajadoras sexuales. Sin embargo, no pueden dejar de estar en ese gris social, político, económico y cultural que es la clandestinidad. Enfant entrevistó a la secretaria de prensa del sindicato, Blanca Mendoza, para conversar al respecto de las condiciones de vida de las trabajadoras

La semana pasada, una trabajadora sexual parte del sindicato de la Asociación de Mujeres Meretrices de Córdoba (AMMAR Córdoba), luego de pautar el precio con el cliente, subió a su auto y fue secuestrada. Las cámaras de seguridad captan el movimiento del auto que iba en contramano, por lo que la policía detiene al hombre de 47 años y liberan a la trabajadora.

El accionar inmediato del sindicato, conformado por trabajadoras sexuales, conoce al dedillo lo que es trabajar en condiciones precarias, producto de la clandestinidad. Ésta última no es sinónimo de ilegalidad, es un gris en términos sociales, culturales y judiciales. La connotación refiere más a la incertidumbre de tener que negociar todo el tiempo con todos; más que la seguridad o la inseguridad que representa.

La efectividad por parte del sindicato fue la red política que gestó a lo largo de 25 años. La facilidad que algunos tienen de levantar un teléfono y ser correspondidos a la demanda, a ellas les llevó décadas que se reconozca que su práctica, no es un delito.

Agradecemos a Claudia Martínez -secretaria de la Mujer y encargada del Polo- de que levantamos el teléfono y nos atendió ese día. Esto da fe de lo que AMMAR Córdoba ha demostrado: no estamos pidiendo más que derechos básicos, tener jubilación, obra social, una vivienda digna y que dejen de criminalizar nuestro trabajo”, comenta Blanca Mendoza, trabajadora sexual y secretaria de prensa de AMMAR Córdoba.

No hay delito tipificado para el trabajo sexual, y sin embargo, no hay trabajadora que no esté bajo la línea de pobreza, teniendo que realizar tejes con la policía para las coimas; con el gobierno provincial para que atienda el teléfono; y con la sociedad que paga por sexo y se desentiende de las necesidades básicas de quienes lo ejercen.

Fotografía cortesía de Blanca Mendoza / Blanca Mendoza capacitando en salud sexual integral

No son víctimas, son trabajadoras

El feminismo -ese gran significante- fue un parteaguas en la cultura argentina de mediados del 2015. Hace una década. Luego de llevarse puesto todo y casi como una tragedia griega, terminó por institucionalizarse. El resto, afuera. En el ojo mediático quedó una discusión que fragmentó al propio movimiento: abolir o no el trabajo sexual.

A las leguas la discusión es finita. La única manera de abolir -aunque prolifere sobre los márgenes- es a través de la colonización de pensamientos. Ya sea evangelizando como los cristianos, que hicieron de la práctica un pecado nefando -aquello que no ha de ser nombrado-; ya sea el higienismo, como lo hizo el Estado argentino en el siglo XIX; o, a través del castigo y la pena, con los edictos policiales y la ley de Trata de Personas.

En el compendio “Párate en mi Esquina” (2015), se describe que a partir de 1917, el desplazamiento de médicos a policías -es decir el pasaje del ‘reglamentarismo’ al ‘contravencionalismo’- permitió que “la policía lleve el control pero bajo otras figuras jurídicas contenidas en los códigos de faltas y ordenanzas municipales”.

Hoy podemos decir que en Córdoba dejamos de ser perseguidas por la policía. Derogamos el artículo 45 que nos llevaban presas hasta 180 días. Hubo avances, pero nos falta el reconocimiento de nuestros derechos y ser reconocidas como trabajadoras sexuales”, comenta Blanca.

Aún derogando el artículo 45 y haciendo de AMMAR Córdoba un sindicato nucleado en la CTA Autónoma; además de ser una asociación civil que, en un principio fue rechazado el pedido por “no hacer el bien común”, las trabajadoras sexuales lograron sobreponerse a la rigidización de sus prácticas, como así también a la victimización de la cultura patriarcal.

Las trabajadoras conscientes de nuestros derechos, de nuestra autonomía, exigimos ser escuchadas. No somos víctimas, ni objeto de compasión. Somos mujeres adultas que tomamos decisiones sobre nuestras vidas, nuestros cuerpos y rechazamos las narrativas que nos reducen a víctimas sin voz, ni voluntad”, cuestiona Blanca.

De esta manera, el trabajo sexual es más que el intercambio de sexo por plata. Así como la acumulación del capital no es solo economía; el sexo, nunca es solo sexo, menos cuando las trabajadoras han logrado hacer de la clandestinidad un espacio de disputa dentro del sector informal del trabajo.

La batalla cultural de las putas

AMMAR Córdoba, en el presente, cuenta con una sala cuna, ubicada en Oncativo 427, además de un espacio de formación para hijos e hijas de trabajadoras sexuales y un polo sanitario integral, ubicado en San Martín 723. Empero, la precarización económica, política y cultural del gobierno nacional, recorta cada vez más las posibilidades de sostener ambos espacios.

El recorte es grandísimo, ¿Cómo pudieron sacar leyes que nos llevó tantos años de lucha? En lo económico, vos fijate, nos enfrentamos a mayores riesgos por la situación economía que atravesamos”, comenta Blanca.

Para ellas el acuerdo con los clientes, es la comida, la ropa y el saneamiento para sus hijos o para sus compañeras. “No podemos perder un cliente porque capaz no venga otro y te arriesgas, lo que nos subsume más en la clandestinidad. Somos de riesgo. Todo por no reconocer que existimos”, sintetiza.

Las discusiones que planteó el gobierno nacional como campaña fueron a través de la “batalla cultural”. Pasado un año y meses de su ejercicio en el poder, se puede entrever que el detrimento de lo simbólico no es sin la restricción de derechos en políticas públicas y la criminalización hacia las trabajadoras.

En esta compleja realidad sucederá el 8M, que se presenta bajo el slogan “Transfeminismo, Antirracismo y Antifascismo”. Sin embargo, ni en la letra chica del documento que será leído en el escenario principal, se menciona que las trabajadoras sexuales están atravesadas por el racismo, la precarización y la persecución policial.

Invitamos a la discusión y escuchar cuáles son sus posturas y cuáles son las nuestras; que obvio, es la reivindicación de los derechos laborales. Llega el 8M y no podemos tener una consigna dentro del feminismo. ¿Por qué no? ¿Hay un grupo que decide que no tenemos derechos o por qué no encuadramos en la discusión que solo se dan entre ellas?”, concluye Blanca.

Fotografía de portada: Lourdes Catalfamo

Profesora y licenciada en psicología (UNC). Me dicen Chora. Editora de Género y de lo que se presente.

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