Las personas privadas de libertad también lloran

Una reflexión sobre la construcción del imaginario social sobre las personas privadas de libertad. ¿A cuánta gente vi llorar en mi vida? ¿Sé cómo lloran mis amigues? ¿Vi llorar a mi papá? ¿A mi mamá? ¿Por qué nos llama la atención “ver llorar a un preso”?

por Julia Pascolini para Enfant Terrible

En muchos años de trabajo en el contexto de encierro punitivo -más de 15- Jorge, no había visto nunca llorar a un preso. “Yo tampoco” le contesté. ¿A cuánta gente vi llorar en mi vida? ¿Sé cómo lloran mis amigues? ¿Vi llorar a mi papá? ¿A mi mamá? ¿Por qué nos llama la atención “ver llorar a un preso”? Evidentemente nos llama la atención ver llorar a una persona privada de la libertad porque olvidamos usar el sustantivo “persona”. ¿Cómo nos la imaginamos? Dura, mala, agresiva, violenta, ignorante, fuerte. ¿Por qué? Porque hay un empecinamiento en construir en la persona privada de la libertad un enemigo. De otra forma, no podrían justificarse las múltiples violencias que sufren.

Derecho penal del enemigo y derecho a llorar

El derecho penal del enemigo, explicado por Zaffaroni en reiteradas oportunidades y abordado desde múltiples perspectivas en el libro Políticas de Terror. Las formas del terrorismo de Estado en la globalización tiene que ver a grandes rasgos, con la construcción de múltiples marcos legales que criminalizan a cierto sector social por su condición socio económica, política, ideológica, entre otras. A partir de esta teoría se justifican códigos contravencionales, represiones, leyes de espionaje y vulneraciones a los derechos humanos de todo tipo. Las personas privadas de la libertad y aquellas por “convertirse en”, cumplen con las bases y condiciones que exige ser parte del “enemigo”. Este enemigo debe ser construido y demonizado a un nivel que permita justificar su cacería.

En la misma línea, Judith Butler plantea en Marcos de Guerra: Las vidas lloradas que el mundo se divide en personas que merecen ser dueladas y personas que no lo merecen, consecuentemente, existen quienes tienen derecho a duelar y quienes no cuentan con ese privilegio. Es la situación exacta de las personas privadas de la libertad y sus familias. Le detenide, pierde su derecho a ser considerade persona incluso antes de caer en cana. Su familia, mientras tanto, es víctima de otro tipo de prisionización pero prisionización al fin. Entonces, el duelo se constituye como un privilegio y no como un derecho. Por ende, llorar no es para todes. Si llorás en la cárcel “jodete por lo que hiciste”, piensa una parte de la sociedad.

Entonces, ¿quizás la sorpresa en torno a ver llorar a un preso tiene que ver con un mito? Probablemente. A quienes trabajan en ámbitos de encierro punitivo les dicen bastante seguido cosas vinculadas al llanto, la desolación, la soledad, por ende, es difícil creer que “no se llore” en la cárcel. Por otro lado se juegan cuestiones vinculadas al género y a lo patriarcal del sistema en el cual se enmarcan las unidades penitenciarias. La masculinidad, y esto es un hecho, se ve reforzada por ciertos agentes sociales. Que al violador lo violen o lo obliguen a migrar de pabellón por encontrarse en riesgo su vida, da cuenta de lógicas de poder muy propias de este sistema capitalista y patriarcal.

En este sentido, es cierto que las masculinidades son educadas para no llorar, todo lo contrario a la feminidad. Ambos, géneros que se constituyen de forma relacional con el otro. Es decir, soy varón porque: no lloro, soy fuerte, soy proveedor. En las cárceles, sin dudas estas teorías prevalecen y se ven reforzadas por ciertos tipos de violencia ejercidas por parte del Sistema Penitenciario Bonaerense. Por ejemplo obligar a les detenides a desnudarse, humillarles, negar a las personas menstruantes el acceso a productos de higiene y otros tipos de violencia que bien dan en describir la Procuración Penitenciaria de la Nación y el Comité contra la Tortura en algunos de sus informes.

Ahora bien, la noción de que “los presos no lloran” ¿tiene que ver con que son en su mayoría varones cis, o con que no les percibimos como personas? Creo, que en algún punto, tiene que ver más con la segunda noción. La idea de “algo habrá hecho”, “por algo está ahí” hilada a que “no lloran”, da cuenta de un grupo de personas sin sentimientos ni arrepentimiento. La persona que no llora no siente, no puede modificar su conducta y su conducta, sea la que sea, será criminalizada, como la persona que la comete. No importa qué hicieron, no importa si se demostró o no su culpabilidad (ya que prácticamente la mitad de las personas privadas de la libertad en la Provincia de Buenos Aires se encuentran en carácter de prisión preventiva), esa persona será para los medios hegemónicos de comunicación y consecuentemente  para la sociedad (aunque es una relación bastante dialéctica) como un monstruo, un sujeto insensible, incapaz de creer en una sociedad: de ser colectivamente.

Al contrario de todo eso que se legitima en torno al “preso” las cárceles exponen -para quienes tienen la oportunidad de desarrollarse dentro como trabajadores- grandes redes de contención y solidaridad. ¿Cómo si no, se constituyen cada vez más Centros de Estudiantes Universitarios en las cárceles? ¿Cómo se llevan a cabo eventos en los cuales les pibis y adultes logran reunir a dos unidades para festejar un cierre lectivo? ¿Cómo entonces las madres, amigas y hermanas de personas detenidas se organizaron y crearon asociaciones civiles como Acifad para hacer frente a la violencia que ofrece el Sistema Penitenciario Bonaerense? Todo eso es producto de lazos construidos a costos altísimos (traslados, buzones, castigos) en pos del bien colectivo. Queda claro entonces que la cuestión no era tanto si las personas privadas de la libertad lloran o no, sino ¿conocemos a alguien que esté privade de su libertad? Miro a mi alrededor. ¿Puedo ponerle cara, cuerpo e historia a esa persona detenida, o solo puedo ver una placa de noticias que da cuenta de que “un delincuente” o un “un ladrón” fue “abatido” en un “enfrentamiento” donde la policía salió heroica?

Somos el equipo de redacción de Enfant Terrible: el resultado de millones de años de evolución aglutinados en este irreverente existir.

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