Niñez y adolescencia: el derecho a tener derechos

A raíz del asesinato de un niño de 5 años en manos de su progenitora y la pareja de esta, quedó expresa una catarata de comentarios vinculados a que “la violencia no tiene género” y que “el PBI se va en políticas con perspectiva de género que “son una mentira”. “Derogación de la ley de matrimonio igualitario basta de sodoma y gomorra” y “Sigan promocionando lo bueno que es ser tro... y tortas…” son solo algunos de los comentarios que gratuitamente podrán leer en algunos portales digitales de comunicación. Las confusiones en torno a los motivos que llevaron a la muerte del niño, son muchas. Sin embargo, la mayoría de los comentarios apuntaron a la ineficiencia del sistema judicial que, valga decir, también es patriarcal. Tal como lo expresó Claudia Cesaroni en sus redes sociales, creer que una niñez debe estar con la figura materna irremediablemente, es sinónimo de asumir que su rol es natural y no una decisión política de crianza.

Ser progenitor no es ser madre ni padre

Hace unos días, fuimos testigo del asesinato de un nene de 5 años. Las responsables: su progenitora (o madre) y su pareja. Las redes explotaron de comentarios en relación a la orientación sexual de ambas y sobre todo a sus vinculaciones ideológicas. “Derogación de la ley de matrimonio igualitario basta de sodoma y gomorra” y “Sigan promocionando lo bueno que es ser tro… y tortas…” fueron solo algunos de los comentarios en esta línea. Sin embargo, sobre lo que es urgente preguntarnos es por los derechos de las niñeces y adolescencias, ¿quién vela por ellos? En este sentido, no es la orientación sexual de las responsables de su asesinato ni sus ideales políticos lo que debería desvelarnos, sino que los servicios locales, juzgados de familia, organismos de niñez del Estado y privados, puedan atender a estas urgencias de forma integral.

La integralidad tiene que ver, entre otras cosas, con la evaluación de la situación desde una perspectiva de género que incluye que la persona que es progenitora mujer puede no estar en condiciones de ejercer esa maternidad y que, por ende, se puede poner en riesgo la vida de la niñez y adolescencia. Tener perspectiva de género incluye -aunque parezca obvia la aclaración- considerar que una mujer no es madre sólo por tener un hijo y que siéndolo puede no cumplir con las expectativas sociales de ser “madre ideal”. Sin dudas en este caso no sólo no cumplió con las expectativas del “ser buena madre” sino que le quitó la vida a su hijo.

También es cierto que este hecho despertó comentarios de todo tipo. Inclusive algunos que vincularon este caso con el de Nahir Galarza y de cómo “las feministas defienden a las violentas”. Si vamos al caso, el hecho de que sólo puedan tirarnos por la cabeza dos casos ultra conocidos y no uno por día, tal como nosotres hemos sabido denunciarlo desde hace mucho, habla de una comparación a lo menos miope. El ejercicio de la violencia sí tiene género. Porque la performatividad del género se construye a partir de un mundo violento. “¿Qué se tiene que hacer con una persona que hace eso?” me preguntaron recién. “Lo mismo que se hace en cualquier hecho semejante, se judicializa y va a la cárcel”. Mi respuesta no fue suficiente porque la expectativa era otra. ¿Qué se hace con un varón que mata a su hijo/a/e? Lo importante es: lo hizo la madre. Las expectativas que hay sobre la madre son mayores. Porque como tal debe ejercer su rol de forma responsable, segura y amable. Las mujeres son amables.

Creer que una mujer es amable, buena, buena madre, obtura los análisis que puedan hacerse cuando es el varón el que denuncia que su hijo está sufriendo maltratos. En nombre de ese universo patriarcal, la vida de les niñes y adolescentes queda a la deriva de una toma de decisiones arbitraria e intermediaria por la cultura. Todo está intermediario por la cultura, claro. Pero en casos semejantes queda muy explicitado, dolorosamente explicitado. Ser madre y matar a tu hijo supone una doble condena: por el asesinato y por el vínculo. La segunda lleva a cuestas el peso de la moral.

Niñez y adolescencia: en el ojo de la tormenta

En muchas oportunidades el asesinato de una niñez o adolescencia tiene que ver con la venganza con algún familiar. Esto refuerza la idea de que ni una ni otra es percibida socialmente más que como un objeto, una cosa sobre la cual puede ser ejercida la fuerza y no hay reconocimientos de derechos. De la ley a la acción sigue habiendo un abismo.

Si bien en Argentina las niñeces y adolescencias están contempladas en la ley como sujetas de derechos a partir de la incorporación de la Convención del Niño, en la práctica, los actos aberrantes siguen siendo los mismos y parecieran ser cada vez más difíciles de abordar. El femicidio vinculado, por ejemplo, es una figura legal que contempla, según La Casa del Encuentro: “personas que fueron asesinadas por el femicida, al intentar impedir el Femicidio o que quedaron atrapadas “en la línea de fuego” o personas con vínculo familiar o afectivo con la mujer, que fueron asesinadas por el femicida con el objeto de castigar y destruir psíquicamente a la mujer a quien consideran de su propiedad.” En muchos casos, la víctima son hijes de la madre. Del total de femicidios vinculados que registró el Informe de Femicidios del Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina (16), 8 fueron perpetrados contra una persona menor de 12 años. En el 2020 en cambio se registraron 36 víctimas de femicidio vinculado de los cuales 11 tenían menos de 12 años y dos tenían entre 13 y 17 años. Según datos de MuMaLá, en 2021 se registraron 142 femicidios, entre ellos 19 vinculados y 151 niños, niñas y adolescentes quedaron sin madre. Para eso se crearon leyes como la Ley Brisa que presenta muchas dificultades a la hora de ser aplicada.

Lo que debe ocuparnos acá es el lugar en el cual quedan las niñeces y adolescencias para un mundo en el cual su vida no vale y sus voces tampoco. El hecho de que existieran denuncias en contra de la persona responsable de matar a su hijo de 5 años y que ningún organismo de niñez osara preguntarle a el niño cuál era su opinión sobre los hechos para poder intervenir, es grave, pero no es la primera vez. No sorprende que el foco se ponga en la madre y su novia. Difícil es que sea de otra forma viendo y considerando que vivimos en una sociedad marcada por una línea hetero cis patriarcal. Pero fuera de eso, el ojo se pone sobre las niñeces y adolescencias sólo cuando suceden tragedias o cuando son víctimas de abusos. Cuándo las niñeces y adolescencias son percibidas como víctimas solamente, se olvida el hecho de que además son sujetas de derechos. La re victimización de esa población -que sin dudas tiene otras debilidades producto de su edad- paraliza una discusión necesaria y urgente: la justicia debe escuchar la voz de esas niñeces que piden a gritos ayuda, entender que tienen sus propias ideas y que pueden defenderlas.

Fomentar una justicia con perspectiva de género o una justicia feminista tiene que ver con la transversalización de estas cosas, que exceden a las cuestiones de género. El hecho de que muchas veces haya que judicializar, por ejemplo, el cambio registral de una persona menor de edad que se auto percibe con un género diferente al asignado al nacer tiene que ver con desconfiar de su palabra y deseo. “Después capaz se arrepiente”, “Es muy chico/a, todavía no sabe qué quiere ser” cuando efectivamente lo está enunciando.

Lo mismo sucede cuando pensamos en el ejercicio de la violencia en la adolescencia. Según datos de 2015 aportados por la Dirección de Política Criminal, en Argentina había 1.142 menores de edad (a continuación jóvenes) en conflicto con la Ley Penal privados de su libertad de los cuales un 61% manifestó haber recibido castigos de tipo físico o psicológico en su niñez, el 85% había abandonado la escuela, el 71% no llegó a iniciar el nivel secundario, el 45% inició el consumo de alcohol entre los 7 y los 13 años y el 37% empezó a consumir drogas en la misma franja etárea. Estos números son representativos de la falta de acompañamiento que reciben muches niñes en nuestro país. Pero además, debate con el discurso de la baja de edad punible que busca criminalizar cada vez más a les niñes y adolescentes. ¿Son pobres víctimas o las juzgamos como adultes? ¿Fomentamos más castigo o más políticas públicas que reconozcan que son sujetos de derechos y garanticen los propios? ¿Seguimos haciendo oídos sordos a sus pedidos y reclamos, o seguimos encontrando nuevos casos como este?

Por Julia Pascolini para Enfant Terrible.

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