La masacre que no fue: a 21 años de los escapes de cloro y amoníaco en Bahía Blanca

Ayer se cumplieron 21 años de un suceso ambiental que pudo convertirse en una masacre: la fuga de gas de cloro del Polo Petroquímico Bahía Blanca. Mientras una nube amarilla de gas mortal se expande por la ciudad, el soplido del viento de la costa atlántica salva a los pobladores de Ingeniero White de la catástrofe mientras se juega un partido de básquet en el Club Atlético Puerto Comercial. Una crónica personal de Joaquín Montico para Enfant Terrible.

       El barrio entero celebra una victoria de la que no está enterado.
Damián Tabarovsky, Una belleza vulgar

El 20 de agosto del 2000, tuvo lugar un encuentro amistoso de mini-básquet en Club Atlético Puerto Comercial de Ingeniero White en la localidad bonaerense de Bahía Blanca. Muchos equipos de niños entrando en calor. En las canchas o canchitas, se escuchaba un rumor sostenido pero con alteraciones fruto de las voces, charlas, gritos y directivas técnicas.

En paralelo, a unos cientos de metros en dirección a la ría, una empresa que en ese momento se llamaba Solvay Indupa, tenía una fuga de cloro. Probablemente haya habido alguna cara de disgusto de algún padre enojado con algún árbitro o hijo, pero era imposible saber que a cientos de metros de ese galpón con familias aficionadas al básquet una nube amarilla de gas asfixiante se expandía sin control.

Ni sirenas ni advertencias: nada. Nada de nada.  A la inversa, en el estadio de básquet se vivía una escena de lo que llaman sana competencia.

Por suerte (?) el viento que todo los días sopla de la ría hacia el barrio, ese 20 de agosto, fue uno de los  17 días al año que sopla en dirección contraria (este-sudoeste a 25km por hora, para ser más precisos) que disolvió la nube lejos de la población. Había una probabilidad del 4,5% de salir victoriosos (es decir, vivos), de esa situación.  Un 4,5% de posibilidades de no morir asfixiados por un químico que justamente fue empleado como arma en la Primera Guerra Mundial A diferencia de la guerra, el “enemigo” a exterminar, eran los escabrosos gastos de mantenimiento.

Un ejercicio despabilador sería imaginar a la nube amarilla haciendo el recorrido contrario. La nube arrasando desde White, pasando por Villa Rosas,  Mapuche, B° San Martín, centro bahiense, Parque de Mayo, Palihue...

 De mala suerte, como suele decirse de Bahía Blanca, no hubo un ápice.

Lo que llamamos cariñosamente “el Polo”

La instalación del Polo Petroquímico comenzó en los setenta con la construcción del complejo bajo legislación nacional. Si bien una parte se puso en funcionamiento en el año 1981 y en su totalidad en 1986, no fue hasta mitad de los 90 -proceso de privatización y extranjerización- que se dio lugar a que se amplíe el Polo a partir del llamado Proyecto Mega.

Este proyecto fue parido por la asociación de los gigantes Dow Chemical, Petrobras y Repsol YPF y que fue puesto en marcha a partir de tres eslabones: una planta de separación ubicada en el mayor yacimiento de gas natural de la Argentina, Loma La Lata (Neuquén); un poliducto de 600 kilómetros de longitud para el transporte de los líquidos retenidos hasta Bahía Blanca; y una planta fraccionadora situada en el Polo Petroquímico para recuperar los componentes ricos del gas natural. Será motivo de otro artículo poner sobre el tapete el conflicto desatado en Loma La Lata, donde habitan dos comunidades Mapuche expropiadas del control material y simbólico de su territorio.

La instalación en Ingeniero White no fue casual. Allí confluyen un puerto de aguas profundas para barcos de gran calado, la unión de tres gasoductos y una red vial.

En la tónica de las privatizaciones menemistas, se da en Bahía Blanca un proceso llamado “Tercera Fundación”. Una operación de marketing estatal en  torno al Polo, en un marco de privatización/liquidación de los otrora resortes de la economía (ferrocarriles, Junta Nacional de Granos, etc), la desocupación en la ciudad superaba el 20%.

Una afluencia de capitales hacia el Polo Petroquímico apuntaba a sortear esa situación. En ese marco se puso en pie el Plan Estratégico. Emilce Heredia Chaz, docente e investigadora de Universidad Nacional del Sur, ligada intelectual y físicamente a la problemática ambiental puso de manifiesto esta cuestión en un texto académico llamado La tercera fundación de Bahía Blanca.

En una entrevista, Emilce me contó que la mano derecha del intendente, el arquitecto Zingoni, quien se había puesto al hombro el Plan Estrátegico le dijo a ella en el marco de sus investigaciones, que Bahía era “un bajón”(sic) y la llegada de (más) capitales puestos al servicio de la industria petroquímica, era una bendición. En ese entonces, los radicales bahienses tenían línea directa con el Gobernador Duhalde.

En otro artículo de la misma autora llamado La ingeniería social del Polo Petroquímico de Bahía Blanca, expone detalladamente cómo, luego de los escapes,  comenzó a funcionar un gigantesco dispositivo de comunicación por parte de las empresas del Polo a través de la creación de la Asociación Industrial Química de Bahía Blanca (AIQBB).  Conformada por cuatro gigantes asociados (Dow, Mega, Sovay y Profertil), con el objetivo, no sólo de desarticular el conflicto generado por los sucesivos escapes, sino que también orientaron su imagen a mostrarse  amigables, confiables e indispensables.

Por supuesto que se necesitaron de multimedios como La Nueva Provincia y agencias como Rex Comunicaciones para desplegar el asunto. Con la AIQBB,  el Polo dejó de ser una bomba de tiempo, por el contrario creó una imagen ecologista con apuesta al desarrollo artístico y deportivo de la ciudad. Más buenos que el pan.[1]  En las escuelas de White, después de los escapes, se realizaban simulacros, tapiando ventanas, mojando trapitos por los que debíamos respirar, lo cual volvía menos mortífero la inhalación de cloro. En paralelo, las empresas responsables de las emanaciones,  pintaron las fachadas, las aulas y construyeron una pista de bicicross. En el marco de una de las mayores crisis sociales y políticas del país, las empresas contaminantes sacaron pecho y ocuparon el rol del Estado. Por supuesto que con motivaciones ajenas al altruismo. 

Los funcionarios bahienses no tuvieron el tino ni de preocuparse (de ocuparse ni hablar). Más por el contrario se dedicaron a negar la responsabilidad de las empresas. Está en los archivos: en la entrevista para el programa Punto doc, Jaime Linares  (entonces intendente) declaró “muy difícil” responsabilizar a las empresas porque siempre llegaron tarde a las mediciones. Qué mal.

 Sobre esta cuestión el entonces Director de Medio Ambiente, Braulio Laurencena, en una entrevista por mail que realicé hace tres años, comentó que ese día “con mi auto fui hasta la planta de Indupa, cuya guardia no me permitió el acceso, alegando que el control le correspondía a lo que hoy se conoce como OPDS (Organismo Provincial para el Desarrollo Sustentable), con sede en La Plata”. Es decir, que el Polo Petroquímico de Bahía Blanca era en ese momento una zona liberada, ajena al control estatal. En palabras de Laurencena:“ en ese momento, la Municipalidad carecía de poder de policía en el interior de las plantas del Polo Petroquímico; sólo podía realizar observaciones desde el exterior”.

 ¿Y Ahora?  “Aún hoy, con la llamada Ley Tunessi, si bien la Municipalidad puede ingresar a las plantas, debe elevar sus observaciones a la OPDS, que las evalúa y tiene el poder sancionatorio” sentenció el ex funcionario. Habría que completar esta afirmación aclarando que Juez José Luis Ares solicitó al considerar “sospechoso el sistemático y burdo accionar dilatorio de los funcionarios del OPDS”

Lurencena, consultado por las medidas de seguridad que debían tomar las empresas del Polo después de los escapes, respondió que se tomaron algunas, pero la más importante recomendada por el Instituto del Cloro de instalar una doble tubería, no se concretó. Una curiosa voluntad de mejorar las cosas. 

 Emilce Heredia Chaz advirtió que la maquinaria comunicacional de las multinacionales con el respaldo del Estado, puesta en marcha a principios del milenio, fue tan efectiva que calcificó en la población la idea de que hay que coexistir con el riesgo potencial del Polo cotidianamente. Puso como ejemplo un  taller que dio en el colegio Sarmiento de White. En ese taller hablaron sobre los riesgos de ser colindante con el Polo Petroquímico y las posibles salidas a esta situación.

Una de las propuestas que salió por boca de los chicos fue la de crear centro comunitarios de confinamiento. Tétrico. Hay un contraste si se tiene en cuenta que en el marco de la heroica lucha del pueblo whitense, donde se cortó el acceso al Polo por un mes, las asambleas auto-convocadas planteaban que las se empresas se tenían que ir. La consigna era “La industria o la vida”.  Una suerte de “que se vayan todos” prematuro, pero dirigido al sector capitalista. Como se ve, la diferencia entre una realidad y otra, no es exigua.

Un aporte audiovisual

En el documental White, un pueblo que están matando de María Giovis, se grafica de manera sintética (porque dura poco más de hora y media). Mediante el testimonio de vecinos, profesionales de la salud y académicos construye la narrativa integral del derrotero whitense, que va desde la fundación, la creación de los ferrocarriles y su desmantelamiento, las explosiones del elevador 5,  la construcción y privatización del Polo Petroquímico, las consecuencias mortales de la tercerización laboral, emanación permanente de gases cancerígenos (cloruro de vinilo, por ejemplo), la instalación de un buque regasificador (el buque bomba) y la respuesta de la población a todos estos atropellos a través de los años.

Sería digno de la extensión de una película de Mariano Llinás para poder abordar todos los elementos que expone el documental. 

En ese marco, el documental señala cómo las consecuencias del “progreso” generó la eliminación de la fauna marina a causa de los desechos contaminantes. La expulsión de los pescadores fue otra de las consecuencias de la instalación del Polo. Se liquidó la fuente laboral de un tercio de los habitantes de White. Pero no es un problema exclusivo de la localidad puerto. La problemática ambiental y laboral afecta a la ciudad toda. A cambio de emanación constante, el peligro de escape, la contaminación de la ría y la pérdida de puestos de trabajo, no se sostiene con el porcentaje bajísimo de habitantes de la ciudad que trabajan allí que ronda en el 5%.

La última parte de dicho documental podría llamarse “Los descartables de overol” (como la gran crónica de Santiago Menconi). Se exhibe a través de testimonios familiares de trabajadores fallecidos, ex trabajadores con secuelas que terminaron despedidos. Todo por la misma ecuación: ahorro en gastos de mantenimiento, muertes obreras. Es una lógica que no se pone en cuestión, y que, por el contrario, se profundiza.

La problemática ambiental y sanitaria está más vigente que nunca. La prioridad de acceso al agua la tiene el Polo Petroquímico, no la población. Es lo normal. Es la norma, la ley. De nuevo, la prioridad de acceso al agua es de las empresas del Polo, NO de la población. Para el municipio bahiense, de nuevo, el acceso a un derecho fundamental como el agua no rige para la población.

Como se ve, los hechos ocurridos hace 20 años no fueron aislados. Es más, ocho días después hubo un escape de amoníaco de la planta Profertil que hospitalizó a un centenar de vecinos. Y muchísimos más ejemplos de explosiones, olores, y fuegos que ocurren permanentemente.

Pensar el soplido de ese viento exiguo, casi único en el año; pensar en el hecho que sopló justo el 20 de agosto, en los  que dio vuelta la nube asfixiante de color amarillo, lo extremadamente cerca que competíamos esos cuerpos mínimos de basquetbolistas. Al pensarlo, por el ejercicio mismo de hacerlo, es inevitable que mi racionalidad científica sea perturbada por cierta curiosidad religiosa.


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