RE/LECTURAS DE/COLONIALES:“Monumento a la Madre India" por Homero Carvalho Oliva

Hace 528 años se producía la llegada de un grupo de europeos, genocidas y extractivistas, colonizadores y evangelizadores, a las tierras que hoy conocemos como América Latina. Hoy, 15 de octubre del 2020, compartimos el cuento “Monumento a la Madre India” [1992] del escritor boliviano Homero Carvalho Oliva (1957), considerándolo una narrativa que desde una perspectiva decolonial sobresalta en la voz enunciataria las desigualdades sociales impregnadas en el discurso gubernamental, naturalizando la opresión racista y patriarcal hacia las mujeres indígenas con respecto al trabajo doméstico. Lectura compartida de un cuento que simboliza la política y el discurso de una comunidad nacional, multiculturalista y funcional a la matriz colonial de poder, permitiéndonos re/pensar la explotación, denigración e inclusión subordinada que sufren las subalternidades del Abya Yala.

Por Matías Morano para Enfant Terrible.

Hace 528 años se producía la llegada de un grupo de europeos, genocidas y extractivistas, colonizadores y evangelizadores, a las tierras que hoy conocemos como América Latina. Los estados nacionales, como proyectos de políticas territoriales gestionados por una determinada elite autodenominada fundadora de una identidad centralizada, implementan las bases del discurso moderno-colonial en las nuevas comunidades metropolitanas, concebida bajo una idea totalitarista, homogeneizadora y supremacista, donde se profesa la diferencia ahistorizada entre los que gobiernan y los que son gobernados.  A 528 años, te invitamos a releer una narrativa, que a través de un pensamiento decolonial, y utilizando la ironía, denuncia la cristalización del modelo extranjero y la reformulación de los discursos de odio que constriñen nuestra situación en el sistema mundo capitalista. A partir de esta idea de nacionalismo que presenta nuevos marcadores con perversos sesgos racistas, patriarcales y clasistas, las mujeres originarias, los roles de género y el trabajo doméstico emergen en la idea de ciudadanía, y configuran una idiosincrasia social etnocéntrica orgullosamente valorativa y objetivadora, como afirma el representante del pueblo en el cuento. Madres indias que “por ahí están arrastrándose por las calles y avenidas afeando la imagen de nuestra pulcra y bella urbe ciudadana”. Posiciones identitarias que avalan la explotación laboral de las minorías étnicas y de género que aún hoy, después de 528 años, como práctica neocolonial continúan controlando cuerpos, trabajos, decires y existires de alteridades históricas. 

“MONUMENTO A LA MADRE INDIA” POR HOMERO CARVALHO OLIVA

«Uno, dos, tres... probando, probando... bien. Muy buenos días señoras y señores. Queridos amigos y amigas que nos acompañan en esta fecha muy significativa para nosotros y que pasará a la historia como uno de los acontecimientos de la década y, ¿por qué no decirlo?: del siglo XX. Nos encontramos reunidos en esta magna ocasión, todas las fuerzas vivas de la ciudad y las principales autoridades del departamento. Nos sentimos honrados con la grata presencia del presidente del gobierno moral de los cruceños, del señor prefecto y del Honorable Alcaldia Municipal, así como la presencia de nuestros representantes nacionales, nuestros senadores y diputados que tan dignamente nos representan.

Me complace de sobremanera ver presentes a los compañeros rotarios y los ejecutivos del Club de Leones, a los dirigentes de las fraternidades y a las bellas damas del Círculo de Beneficencia, a quienes les debemos eterno agradecimiento por su desinteresado sacrificio, pues, descuidando sus ocupaciones familiares y desvelándose hasta altas horas de la madrugada organizaron los “té-bingos” para recaudar los fondos económicos que hicieron posible la creación e instalación de este monumento a la “Madre India” (en ese momento se escucha una cerrada ovación del público).

Creo, amigos míos, que se trata de un merecido homenaje a aquella mujer que con su honesto trabajo contribuye a la grandeza de nuestra patria. A esa indigena que nuestros ilustres antepasados ibéricos lograron, derramando su propia sangre, incorporar a la civilización e inculcaron la fe cristiana en sus bárbaros corazones. Díganme amigos, ¿quién de nosotros puede negar su valiosa contribución a nuestra sociedad? Les pregunto, damas y caballeros, ¿quién cuida de nuestros hijos y asea nuestros hogares? ¿Quiénes nos atienden día tras día y soportan, estoicamente, nuestro mal humor? ¿Quiénes cocinando nuestros platos favoritos y lavan y planchan las ropas que vestimos?»

El orador se detiene, mira a todo el auditorio y continúa: «Ellas, amigos míos, ellas, nadie más que ellas. Obviamente que no intento desmerecer la esforzada y sacrificada supervisión y cariñosa vigilancia que nuestras abnegadas esposas ejercen sobre ellas, como dedicadas y excelentes amas de casa que son (el público mueve la cabeza en señal de aceptación de las palabras y estalla un caluroso y entusiasta aplauso).

Mujeres como ésta, que hoy inmortaliza el bronce, ya que dan muy pocas y es por esa razón que nuestra generosa sociedad ha decidido protegerlas, brindándoles su afecto como si ellas fueran de la casa, como si fueran familiares nuestros. Si señores, por eso es que hoy en día las denominamos “domésticas”, así familiarmente y ya no les gritamos ¡sirvientas!, ¡cunumis! o esa palabra tan fea que trajeron los altiplánicos: ¡imilla! Esas horribles palabras que antes se usaban para ordenarles el trabajo bien hecho del hogar (un breve descanso en la oratoria).

Sin embargo, y debemos reconocerlo hidalgamente, así sea doloroso, por ahí andan algunas de estas indígenas, rebeldes y flojas, mendigando centavos, sucias, llenas de hijos, enfermas y hambrientas. Por ahí están arrastrándose por las calles y avenidas afeando la imagen de nuestra pulcra y bella urbe ciudadana. Pero, esto no debe preocuparnos, de ninguna manera, tenemos la conciencia tranquila, pues sabemos que son ellas las que no quieren trabajar (murmullos de aprobación entre los asistentes, “indias flojas”, “cholas miserables”...)».

El orador cambia de tono, levanta las manos para hacer callar a los asistentes y prosigue:

«No tienen la culpa, hay que tener en cuenta que su pureza étnica y su ignorancia respecto a nuestras buenas e higiénicas costumbres son también la causa de todos sus males y enfermedades.

Bien, por todo lo expuesto y para no extenderme demasiado, porque veo que el vino de honor nos espera, quiero recordarles que hoy día y con este emotivo acto brindamos un merecido homenaje a esta gran mujer, pilar de la nacionalidad, inaugurando esta escultura, efigie que la preservará para la eternidad. De este modo, cuando la última de ellas desaparezca de la faz de la tierra (el orador hace una nueva pausa mira el cielo, sus ojos se llenan de lágrimas, mientras tanto el público aguarda en silencio) nos quedará el consuelo de mirar este pedestal y recordaremos lo felices que fuimos cuando ellas atendían todas nuestras necesidades. He dicho, gracias».

(El público, al borde del delirio, aplaude hasta que las manos le duelen).

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La memoria histórica está en disputa. La historia se escribe todos los días. 528 años de resistencias y rebeldías indígenas, negras y populares en Abya Yala fortaleciendo semillas.

Por Matías Morano para Enfant Terrible.

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