Pantaleón, sinfonía humana: la animalidad desde la máscara

Los domingos en La Nave Escénica se presenta Pantaleone Sinfonía Humana, una reminiscencia del teatro de máscaras del siglo XVI en la que cada intérprete se transforma en animale escénico capacz de expresar la más cruda precariedad de lo humano, sin por ello resignar el carácter sinfónico del despliegue escénico. Una escenificación instintiva que no responde a un esencialismo de la especie, sino que es abordado como una naturaleza mediada e intervenida por la cultura moderna.

Por Ignacio Bisignano para Enfant Terrible

Pantaleone es un personaje mítico en la historia del teatro que representa un viejo comerciante rico, avaro y miserable. Proviene de La commedia dell´arte, género nacido en la Italia del siglo XVI. En el flyer principal de la obra observamos una prominente y extraña careta blanca, que solemos asociar a los carnavales, pero que en realidad corresponde la silueta zoomórfica de la máscara que portaba Pantaleone.

La expectativa en la hermosa antesala de La Nave Escénica se acrecienta y los interrogantes sobre aquello que estamos por ver se precipitan ¿Cómo aparecerá en escena ese histórico personaje nacido hace cinco siglos? ¿Qué nos dice hoy ese disfraz facial tan característico? 

Una animalidad urbana

Según Fernando Taviani, la commedia dell’arte nace de una mezcla entre dos universos culturales muy distintos: por un lado los bufones varones dedicados a las farsas, las danzas grotescas y la comicidad vulgar y por otro lado las cortesanas honestas, mujeres formadas en la alta cultura, la poesía refinada y las artes eróticas.

En el siglo XVI el Concilio de Trento prohibió el trabajo sexual y a partir de allí, las “cortesanas honestas” encontraron en las compañías teatrales un sustento artístico y un modo de vida. Esa mixtura entre la cultura clásica y la bufonería que caracteriza a la commedia dell’arte se encuentra desarrollado de una manera eficaz y novedosa en Pantaleone Sinfonía Humana.

La obra dirigida por Valentina Etchart Giachero combina una elevada belleza estética con la comicidad de las bajezas humanas. Una propuesta teatral que logra armonizar la caótica y grotesca expresividad de nuestros impulsos más básicos. Los actores se transforman en animales escénicos capaces de expresar la más cruda y vergonzante precariedad de lo humano, sin por ello resignar el carácter sinfónico del despliegue escénico.

Cada actor protagoniza un acto temático referido a algún instinto de nuestra condición animal tales como la pulsión de muerte, el apetito sexual, la subordinación o el poder.

Lo instintivo aquí no responde a un esencialismo de la especie, sino que es abordado como una naturaleza mediada e intervenida por la cultura moderna. Es allí donde emerge una animalidad urbana, consumista, competitiva y bélica

La inocencia de esta animalidad urbana es retratada de modo complejo ya que no sólo despierta rechazo o incomodidad sino también, y -sobre todo-, ternura y agrado. Por más que el reflejo desnudo de nuestros impulsos más bajos sea mostrado de modo irreverente, el efecto que causa en el público es la risa y el disfrute. Estamos ante una obra que domestica estéticamente aquellos costados de la humanidad que desearíamos no ver, consagrando así un despliegue artístico encantador. La desmesura de una animalidad liberada de prohibiciones cotidianas se exhibe en una partitura armónica y calibrada.

La máscara como recurso central

Las compañías teatrales de La Commedia dell’Arte del siglo XVI estaban formadas por actores con necesidades económicas. La escasez de dinero dio lugar a la invención de un método de creación artística basada en la división del trabajo: si cada integrante se dedicaba a realizar un trozo de la obra, era factible crear y adaptar diversas obras velozmente, permitiendo conquistar distintos pueblos y ciudades de Europa.

Cada actor se especializaba en un personaje arquetípico con determinados líneas, gags y recursos específicos capaces de adaptarse a diversas comedias. De este modo nacen figuras estereotípicas tales como Arlequín, Brighella y por supuesto Pantaleone. A cada personaje se le atribuía una máscara y vestuario particular con el fin de que el público pudiera identificarlos fácilmente.

¿Cómo se utiliza la mítica careta de Pantaleone en la propuesta teatral cordobesa de Compañía Errante? Los cinco actores en escena (Mercedes Coutsiers, Nadia Budini, Natalia Pardal, Alejandro Ramos y Joaquín Torres) utilizan el mismo disfraz. Por lo tanto, vemos cinco representaciones distintas del mismo personaje. Cada actor le ofrece su impronta y construye su propio Pantaleone resignificando su expresividad según el costado de la animalidad urbana que desarrolla.

El personaje estereotípico del que se parte habilita una rica cantidad de versiones diversas y disonantes. Aquella versatilidad que la Commedia dell’Arte del sigloXV exigía para su adaptabilidad en pueblos ajenos es la misma que logra Pantaleone Sinfonía Humana en la interpretación de cada uno de sus cinco actores. Esa máscara fija que parecía inmovilizar la gestualidad funciona como una plataforma de expresividad en la que cada intérprete imprime su sello. A través del trabajo corporal se crea el artificio de una máscara en movimiento. Creemos ver gestos y expresiones en un artefacto inmóvil gracias a la soltura que consigue el cuerpo en cada una de sus adaptaciones. Es por ello que la máscara no reduce la expresión, sino que la agiganta. El cuerpo deja de subordinarse al rostro y expande su potencialidad. 

El Grammelot

Al compás de la liberación del cuerpo Pantaleone Sinfonía humana explora la liberación de la lengua. El discurso que articula cada intérprete no es identificable con ningún lenguaje definido. Lo que oímos es más bien lo que el actor y dramaturgo italiano Darío Fo llamaba Grammelot, es decir un juego onomatopéyico articulado de forma arbitraria, pero que es capaz de transmitir un discurso completo.

La primera forma de esta lengua gestual se puede encontrar en la fantasía lúdica de los niños en su afán por comunicarse y crear. Es por ello que no estamos ante una anulación de la comunicación sino más bien en una apertura hacia un código lingüístico de otras características. Antes de encontrar palabras definibles contamos con tonos y sonoridades particulares que asemejan un balbuceo gestual. Estos timbres rítmicos emitidos por la voz emulan la lógica de cualquier lenguaje tradicional sin utilizar los enunciados compuestos por palabras definidas.

El Grammelot concede un poder de síntesis impresionante. La falta de definiciones claras obliga a la construcción de una gestualidad limpia, evidente y fresca.  Pantaleone Sinfonía Humana encuentra en este instrumento lingüístico una ventana certera para manifestar la impulsividad instintiva de la sociedad contemporánea. La frescura de un lenguaje directo sin demasiadas mediaciones conceptuales permite reflejar lucidamente esa niñez temerosa y tierna que transita cada cuerpo. 

Las verdades del cuerpo

Bernand Shaw advertía que la máscara obliga a decir la verdad, ya que nadie tiene la costumbre de mentir con el cuerpo. El disfraz anula los tabúes de nuestra impredecible espontaneidad. Por ello es que Pantaleone Sinfonía Humana logra expresar sin miedo la cruda verdad de nuestras pulsiones primitivas. La libertad que gana lo corporal permite esa irreverencia directa que espanta y agrada a la vez. El encubrimiento despierta lugares ocultos de la subjetividad que solemos reprimir. Las verdades del cuerpo subliman su incomodidad en una representación bella y seductora. Ese costado atávico de nuestra condición humana es matizado por la inocencia de su aparición estética. La ajenidad de la máscara permite el advenimiento de aquello que no es más propio y que, quizás por ello, preferimos ocultar. 

Domingos de Mayo a las 21hs en La Nave Escénica (Ovidio Lagos 578 - B° General Paz)

Reservas por @antesala.com.ar

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