Desafíos para pensar la celebración del carnaval en la Ciudad de Córdoba

Guillermo Díaz, artista carnavalero e integrante de la Murga Vientos del Sur, del barrio, Villa El Libertador, escribe sobre la complejidad del carnaval y llama a “reflexionar seriamente sobre el futuro del carnaval en nuestra ciudad”

Por Guillermo Díaz para Enfant Terrible

El Carnaval en la ciudad de Córdoba es por excelencia uno de los momentos trascendentales del calendario de muchos barrios en general, y de los barrios populares en particular, por el peso simbólico que representa para esos sectores. Es una celebración cultural que implica la movilización de la voluntad de miles de vecinas y vecinos, organizaciones sociales y comunitarias, gestiones de centros vecinales y agrupaciones artísticas que, con elencos grupales y masivos como sello estético característico, nos vemos en la necesidad de generar grandes sumas de recursos económicos, desafiando la capacidad organizativa de esas comunidades que celebramos.

A su vez, es relevante considerar esta capacidad de acción social en un momento específico: el receso escolar de verano. La ausencia de las instituciones escolares en barrios de alta vulnerabilidad suele evidenciarse con mayor intensidad y es allí donde aparece el arte carnavalero de las barriadas para dinamizar la vida comunitaria para contenernos y acompañarnos. Es en las agrupaciones carnavaleras donde familias y comunidades nos encontramos para intentar sostener a puro arte, el verano.  Porque nuestros niños y niñas de familias pobres no tienen recursos para vacacionar y el Carnaval en la comunidad se convierte en su “escuela de verano"; un lugar donde transitar ese período, en el que la cultura es un factor de sostén y desarrollo tanto personal como comunitario.

Muchas agrupaciones carnavaleras somos elencos con un funcionamiento anual, con prácticas colaborativas que nos permiten sostener una estructura organizativa, que en algunos casos implica también mantener una personería jurídica. Todo ese movimiento económico se caracteriza por la capacidad de autogestión, de sostenernos por voluntad y esfuerzo colectivo para financiar ese proyecto común.

De este modo, la demanda al Estado queda limitada a algunas pocas variables en las que se requieren apoyos para reforzar la calidad de la producción artística. Porque son estas producciones las que impulsan la celebración popular de una comunidad que se propone movilizar su capacidad creativa desde la participación. Llegado ese punto, cada inversión que aporta el Estado tiene un impacto social ascendente en territorios que afrontan cotidianamente serias problemáticas sociales.

Sin la actividad de las agrupaciones carnavaleras muchos barrios pobres verían los índices de sus problemáticas seriamente intensificados en ese período de verano.

Foto: Taller de Cine Comunitario del Centro Cultural de Villa El Libertador

Y luego aparece necesariamente el gran circuito comunitario de la ciudad de Córdoba. Porque miles de personas que nos juntamos en nuestras comunidades a tratar de mejorar nuestra calidad de vida desde la cultura y el arte del carnaval tenemos producciones artísticas para compartir; entonces es necesario hacer circular todo ese esfuerzo comunitario. Es allí donde se expresa el segundo gran desafío que se le demanda al Estado: ayudar a que toda producción artística que involucra a la mayor cantidad de ciudadanía en el rol de crear y compartir circule por todo el territorio de la ciudad. Donde miles de vecinas y vecinos esperamos cada febrero que esas agrupaciones lleguen a nuestros barrios para poder disfrutar la celebración con cada comunidad.

La demanda al Estado se traduce entonces, en generar políticas que aumenten la capacidad de circulación de las agrupaciones, y lograr desarrollar los festejos comunitarios, que son el principal circuito de las agrupaciones de la ciudad, extendiéndose por casi dos intensos meses de actuaciones y salidas, celebraciones compartidas con vecinos, que al volver de cada salida guardarán probablemente muchas anécdotas felices y divertidas, de esas que da gusto contar tantas veces a lo largo de la vida. “¿Te acordás de aquel corso en que nos pusimos de novios?” Yo se lo preguntaré toda la vida a mi compañera y esposa. Y así también, “¿Te acordás de ese viaje que hicimos con la Murga donde nos pasó tal o cual cosa?”.

Foto: Taller de Cine Comunitario del Centro Cultural de Villa El Libertador

Porque cuesta creer que a pesar de las contradicciones y problemáticas que atraviesa nuestra gente, alguien ponga en duda que esas vivencias colectivas que se recuerdan con tanta alegría, y que reímos cada vez que las contamos como anécdota una y otra vez, tengan un valor relevante. Porque es absolutamente demostrable que tienen un impacto positivo en la calidad de vida de personas y comunidades.

Son prácticas que ayudan a sanar, a desarrollarse, a mejorar sus posibilidades emocionales y motrices, a desarrollar lenguajes que permiten expresar y transitar las vivencias complejas e injustas que se intensifican en los barrios más pobres.

Claro, nadie que tenga una perspectiva humanista pasaría por alto la responsabilidad que tiene una sociedad de sostener vivo ese movimiento cultural, porque su impacto en la calidad de vida de muchas comunidades de vecinas y vecinos es algo absolutamente demostrable.

Foto: Taller de Cine Comunitario del Centro Cultural de Villa El Libertador

Lamentablemente, las políticas públicas para los sectores comunitarios no tienen el reconocimiento y desarrollo que otros sectores reciben. Es un tema en el que  tanto el Estado como los sectores culturales de la ciudad tendremos mucho camino por construir y transitar. Porque nuestras comunidades suelen ser los sectores más desfavorecidos de la ciudad, y cargan pesadas mochilas de las condiciones de vida en las que habitan los días.

Los problemas de un barrio afectan profundamente a las comunidades vecinales. Si la inseguridad crece en la ciudad, si la pobreza crece en la sociedad, será en los territorios de esos barrios donde se disparen los índices sociales primero. Cuesta entonces entender a una sociedad que no vea esto y no apueste a toda esa capacidad solidaria y creativa para que su impacto sea mayor todavía. Pareciera que los barrios más desfavorecidos históricamente aún tienen mucho terreno que recuperar. Y no es fácil sostener la comunidad organizada, menos en momentos de crisis profunda, pero es sumamente necesario en los tiempos que corren.

Se cuela entonces necesariamente en la discusión la situación de inseguridad que gana terreno en los barrios desfavorecidos. Aquellos cuyas comunidades llegan más expuestas y vulnerables a la situación de crisis. Los riesgos de seguridad en los barrios de la ciudad han presentado una aceleración preocupante este verano. En muchos espacios públicos la convivencia se altera por el miedo ante los hechos de inseguridad. Y cabe destacar que las líneas editoriales de algunos grandes medios de comunicación no suelen tener un enfoque equilibrado y justo sobre los hechos.

Es así que los corsos barriales han sido injustamente responsabilizados, de manera indirecta vale recalcar, por esos tratamientos periodísticos.

Foto: Taller de Cine Comunitario del Centro Cultural de Villa El Libertador

Es sabido por todas las comunidades de barrios populares que el padecimiento de la inseguridad es algo constante, que no se limita a un solo día de corso. Pero la inseguridad que afecta a la comunidad también afecta al espacio de celebración, como pasa en muchos espacios públicos del barrio. Y justamente esas comunidades apuestan a no entregar sus espacios públicos a que queden marcados sólo por la dinámica de las problemáticas sociales. ¿O acaso existen casos en los que una comunidad no reclame si sus plazas quedan expuestas cuando se enfrentan barras de modo violento? Y ante ese problema hay quienes entienden que la respuesta es represiva y así lo demandan.

Pero es evidente que también hay comunidades organizadas en la que vecinas y vecinos deciden poner el hombro de manera solidaria y pretenden transformar esa realidad. Defienden sus espacios públicos desde otros modos de habitarlos, donde la experiencia sea educativa y enriquecedora. Y allí la actividad cultural y artística, junto a otros modos de recreación, se convierten en el vehículo más efectivo que esa comunidad encuentra para defender su bienestar. Un modo que se basa en la convivencia y el diálogo colectivo como modo de trabajar en conjunto más allá de diferencias e intereses, que son propios de toda experiencia humana colectiva.

Es por eso que debemos reflexionar seriamente sobre el futuro del carnaval en nuestra ciudad. El acelerado deterioro de las condiciones de vida es un factor clave para saber la dimensión hasta cuánto esta crisis pueda escalar.

¿Será otra vez la reacción primaria la del planteo de quienes siempre han desmerecido a estas festividades populares? ¿Llegaremos a debatir nuevamente si la solución es prohibir a aquellas expresiones culturales de sectores desfavorecidos que quedaron expuestos y vulnerables ante una crisis social sin precedentes cercanos? ¿O en cambio podremos estar a la altura de lograr, aún en momentos de crisis profunda, la sostenibilidad de aquellas expresiones comunitarias que deciden poner el hombro de manera colectiva y necesitan que esa capacidad sea apoyada y acompañada por el Estado?

¿Alguien podría creer que una comunidad vecinal estaría conforme con la pérdida de sus espacios públicos, que son factor clave de accesibilidad a derechos que las niñas y niños pobres no tienen garantizados por capacidad de consumo?

Foto: Taller de Cine Comunitario del Centro Cultural de Villa El Libertador

Habrá que evaluar en este tiempo cuánto más podamos caer. Porque aún para quienes acepten que esta caída es un camino necesario, todos los efectos de la crisis están por venir y nos tendremos que encontrar desde esa solidaridad comunitaria, de aceptar pensar distinto, pero trabajar juntos cuando la calidad de vida de una comunidad se vea comprometida.

Sabemos que ninguna actividad política, ni siquiera la comunitaria, se manifiesta de manera unívoca ni uniforme. Que los enfoques e intereses son diversos hacia adentro de cada sector y su dinámica. Y quienes militamos en este sector de lo comunitario tenemos trayectorias personales que también son representativas de las problemáticas que desearíamos poder dejar atrás. Hemos aprendido a prueba y error, y con escasos recursos tenemos proyectos cuyo tiempo medio de sostenibilidad supera más de 10 años en la mayoría de los casos. Donde hemos demostrado que cada recurso que pone el Estado se busca que siga impactando muchos años.

Puedo decir que parte de los equipos de sonido que la Agencia Córdoba Cultura donó al Centro Cultural Villa El Libertador en el año 2002, hace ya 22 años, aún se siguen utilizando tras el mantenimiento y reparaciones que la institución realizó desde su propia gestión a través de los años. Puedo dar fe que muchos instrumentos conseguidos con apoyo del Estado han superado los 15 años de vida útil, y siguen siendo el material de trabajo de talleres culturales que se sostienen todas las semanas de manera mayoritariamente autogestiva.

Hemos aprendido que lo comunitario es diverso y complejo. Que cada rincón de la ciudad tiene una realidad diferente. Hemos tenido que afrontar discusiones y errores de los que tendremos que aprender a hacernos cargo. Ante cada limitación tendremos que generar experiencias nuevas que nos ayuden a sostener la capacidad solidaria del vecindario, mientras corregimos y mejoramos lo que nos hemos propuesto ser y hacer.

Porque al fin de cuentas, con miserias y contradicciones, con nuestros aciertos y errores, el camino a recuperar deberá ser hacia adelante. Con lo que podamos y tengamos a mano intentar encontrarnos de nuevo a construir lo que sea posible.

Porque al fin de cuentas, decía Eduardo Galeano que “somos lo que hacemos, pero sobre todas las cosas, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.

Foto de portada: Taller de Cine Comunitario del Centro Cultural de Villa El Libertador

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