Somos los engranajes de la misma maquinaria que nos oprime

El período de confinamiento obligatorio ha dejado de manifiesto y ha hecho aún más visibles las situaciones de desigualdad y vulnerabilidad en las que se hallan algunas personas dentro de la sociedad, una de ellas es la del trabajo doméstico que recae sobre las mujeres.

Desde hace un tiempo la frase “Eso que llaman amor es trabajo no pago” acuñada por Silvia Federici viene resonando en los medios de comunicación, en la calle, también en las conversaciones cotidianas. Estas palabras no son inocentes y al interpretarlas no podemos dejar de lado hacer un análisis desnaturalizante de la situación de opresión de la mujer y el rol que cumple dentro del ámbito privado y social.

Por Eliana Casalánguida

Desde hace un tiempo la frase “Eso que llaman amor es trabajo no pago” acuñada por Silvia Federici viene resonando en los medios de comunicación, en la calle, también en las conversaciones cotidianas. Estas palabras no son inocentes y al interpretarlas no podemos dejar de lado hacer un análisis desnaturalizante de la situación de opresión de la mujer y el rol que cumple dentro del ámbito privado y social.

Es por ello que desde el año 1983 el 22 de julio se conmemora el Dìa Internacional del Trabajo Doméstico, declarado en El Segundo Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe. 

Considero importante citar a Simone de Beauvoir en El segundo Sexo donde expresa “La conciencia que la mujer adquiere de sí misma no está definida por su sola sexualidad: refleja una situación que depende de la estructura económica de la sociedad, estructura que traduce el grado de evolución técnica alcanzado por la Humanidad” Es decir, en esta evolución a la que hace referencia la filósofa, la mujer queda enajenada en detrimento de su posibilidad de trascendencia.

Pensemos en cuántas de nuestras abuelas e incluso madres han dedicado su vida entera a la crianza de sus hijos y a la organización de sus hogares como único horizonte posible, dejando de lado sus sueños y proyectos. No declaro que esto esté mal, pero en un alto porcentaje no ha sido por mera decisión propia y reflexiva.

El capitalismo y sus intereses tiranos, desde sus comienzos, ha relegado al hombre el trabajo fabril y asalariado y a la mujer las tareas de cuidado. ¿Es esto inocente? Claramente no lo es. Sin el sexo femenino no pueden llevar a cabo sus propósitos. Las mujeres realizamos el trabajo reproductivo para que luego se pueda dar el productivo.

Es más, cuando las mujeres lograron trabajar fuera de sus hogares, en primera instancia el sueldo percibido era manejado por los esposos, pero siempre las tareas hogareñas fueron ejecutadas por ellas, nunca fue opción pensar otra cosa. ¿Por qué?  La idea de amor está aparejada con el cuidado de la madre desde sus raíces etimológicas, así como la palabra trabajo relacionado al sacrificio y a las actividades de campo. He aquí un sesgo naturalizado, la jerarquización de los sexos, la sensibilidad es atributo de lo femenino, la fuerza del masculino.

En la actualidad, las estadísticas marcan que las mujeres dedican seis horas en promedio al día a tareas del hogar y cuidado, mientras que los hombres sólo dos. Aunque dada la situación de pandemia  sabemos que las horas se han acrecentado. ¿Qué sucede por ejemplo con el acompañamiento de las tareas escolares de los niños? ¿Qué sucede ante la condición de que estén todo el día dentro de casa?

 Sumemos además que de acuerdo al informe de CIPPEC publicado este año, las medidas de aislamiento vinculadas al Covid-19 incrementan el riesgo de las mujeres de padecer violencia doméstica. A mediados de abril, la cantidad de denuncias ya mostraba un alza del 39 por ciento respecto del mismo período del año pasado. He aquí la marca del hostigamiento perpetuado, del miedo a la violencia y al femicidio, siempre latente.

Además cabe señalar que en muchos casos de parejas separadas, en hogares monomarentales,  el cuidado de los hijos es plena responsabilidad de las madres mientras que el rol del progenitor se limita sólo al cumplimiento de una cuota alimentaria y a visitas esporádicas, como si de eso sólo se tratara la crianza.

Otra cuestión a examinar es la de las mujeres que trabajan como empleadas domésticas fuera de sus hogares percibiendo un salario, pues bien, estos son en mayoría precarizados y por ende la feminización de la pobreza no para de crecer. ¿Hasta cuándo soportaremos esta situación? Es difícil tener una respuesta cuando la necesidad económica está a la orden del día y no queda otra más que soportar la opresión y la injusticia sin otra alternativa que dignifique.

Sabemos que de a poco algunos paradigmas están cambiando y con muchas familias las actividades son repartidas y realizadas por todos sus miembros, lo que implica una mejor convivencia, más sana y equitativa, donde sin lugar a dudas los hijos crecerán con otra visión de mundo y con el patriarcado un poco menos latente. Pero sabemos también que falta mucho por andar y deconstruir.  

Desde el feminismo ponemos sobre la mesa la situación opresiva que venimos soportando, “Sin nosotras no producen” viene siendo el lema de Huelgas de Trabajadoras y también de los 8M. Las mujeres realizamos todas las tareas esenciales para que la sociedad funcione, somos esenciales y lo saben. Participamos de todos los espacios de la vida.  Poe eso, es esencial y exigimos que el Estado tome un rol activo con políticas públicas que amparen y sostengan  la creación de un  Sistema Integral y Federal de Cuidados que garanticen nuestros derechos.

Concluyendo, creo que es necesario desarmar para volver a armar todo desde cero, analizar la historia, mirar hacia el pasado sin perder el rumbo presente y la marcha hacia el futuro, hacia ese futuro que merece ser justo, no sólo con nosotras sino con toda la sociedad en su conjunto.

Cuando nacimos el patriarcado y el capitalismo ya lo habían abarcado todo, pero seguimos creyendo en el cambio, somos conscientes que la revolución es colectiva, que no se hace de un día para otro y hacia ella vamos. Por nosotres y por los que vienen y…también en honor a nuestras ancestras.

 ¡Somos los engranajes de la misma maquinaria que nos oprime y ya no lo queremos!

Por Eliana Casalánguida - Profesora de Lengua y Literatura. Militante Feminista

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