Junio Arde Rojo: 19 años lucha en el Puente Pueyrredón
Este 26 volvimos a recordar que suelo regado con sangre compañera, crecen otras generaciones que no olvidan. Pero también de que la impunidad se sostiene en el tiempo. Una crónica en primera línea a 19 años de la masacre de Avellaneda
19 años es la edad que tenía Darío Santillán cuando empezó a militar y construir con el MTD. 19 años es, también, el tiempo que llevan muertos -asesinados- Darío y Maxi.
El 26 de junio de 2002 Darío y Maxi participaron de un piquete, esa modalidad de protesta surgida en el sur y el norte argentino que poco más tarde fue imitada en la provincia de Buenos Aires.
Darío y Maxi no se conocían. no hay registro de que haya habido vínculo previo entre ellos. Pero, claro, estaban unidos por otro tipo de vínculo -más elevado, más profundo, más concreto: eran, aún sin conocerse, compañeros.
La orden, ese día, era romper la protesta a cualquier costo. El gobierno incipiente de Eduardo Duhalde sospechaba que permitiendo piquetes y otorgándole concesiones a los movimientos solo los fortalecía; y eso, sabemos, para el juego democrático no sirve.
Las itakas fueron gatilladas, las porras agitaron el aire y entre toda esa escaramuza se colaron armas reglamentarias cargadas de plomo.
Maxi fue el primero en caer. Su cuerpo se desangraba en el suelo del hall de la estación Avellaneda (hoy estación Darío Santillán y Maximiliano Kosteki). Darío corría de las mismas balas que habían herido de muerte a su compañero. Y nadie nunca le hubiera reprochado nada si efectivamente concluía su huida: se trataba de sobrevivir.
Pero, dijimos, entre personas hay un vínculo más elevado, profundo y concreto que cualquiera: compañeros. Y Darío -justo Darío- no iba a dejar tirado a uno.
Las fotos las conocemos: Darío arrodillado al lado de Maxi. Darío con la mano en alto pidiendo que no tiren. Darío en el suelo sobre un charco de sangre. Darío muerto, Maxi muerto.
19 años, que son una vida y una muerte, encuentran a los responsables políticos de la Masacre de Avellaneda en el gobierno nacional y en los medios. Nunca se fueron, de hecho. Estaban antes y se mantuvieron después. Porque la democracia funciona así.
En 2017, el mismo Felipe Solá, sentado en la banca que ocupaba como opositor, denunció que detrás de cada represión hay una orden política. "Siempre hay una orden política", señaló. Y muchos pensamos que se estaba incriminando a sí mismo. Después quedó claro que la impunidad, como la democracia, funciona así.
Este 26 fue un nuevo recordatorio de que del suelo regado con sangre compañera crecen otras generaciones que no olvidan. Pero también de que la impunidad se sostiene en el tiempo. Y muchas veces la sostenemos lxs que decimos repudiar la impunidad.
Leo Santillán, desde el camión montado como escenario, gritó:
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