Hoy se cumplen 76 años desde la experiencia fortuita donde Albert Hofmann terminaría experimentando los efectos del LSD en 1943.
Desde 1929, Hofmann trabajó con el laboratorio Sandoz -actualmente Norvartis- bajo la dirección de Arthur Stoll. En esa institución pero ya en 1938, Hofmann sintetizaría por primera vez la dietilamida de ácido lisérgico, hoy mejor conocida como LSD o simplemente ácido. El descubrimiento no pasó a mayores: quedó cajoneado por 5 años más.
El 16 de abril de 1943, el Albert al darle una vuelta de tuerca más a la cuestión, sintetizó nuevamente LSD y sucedió lo que espantaría a más de un metodólogo de la ciencia: absorbió accidentalmente parte del ácido recién sintetizado a través del contacto con la yema de sus dedos. El informe que dejaría documentada la experiencia fue entregado a Arthur Stoll.
Viernes 16 de abril de 1943: me vi forzado a interrumpir mi trabajo en el laboratorio a media tarde y dirigirme a casa, encontrándome afectado por una notable inquietud, combinada con cierto mareo. En casa me tumbé y me hundí en una condición de intoxicación no desagradable, caracterizada por una imaginación extremadamente estimulada. En un estado parecido al del sueño, con los ojos cerrados (encontraba la luz del día desagradablemente deslumbrante), percibí un flujo ininterrumpido de dibujos fantásticos, formas extraordinarias con intensos despliegues caleidoscópicos. Esta condición se desvaneció dos horas después.
La historia cuenta que el 19 de abril del mismo año Hofmann formalizaría la experiencia con 250 microgramos de LSD, lo que se transformaría en el día de la bicicleta, hoy celebrado de manera informal en conmemoración.
Frenarse a describir la experiencia de aquel día es un contrasentido, porque ninguna descripción es detallada ante los límites de la percepción. Lo importante, sin embargo, es lo que siguió a continuación de aquella experiencia.
Una terapia lisérgica
Por 1947, el laboratorio Sandoz comensaría a comercializar el LSD como fármaco de uso psiquiátrico: el Delysid. El prospecto era bastante detallado pero también curioso: venía en dos formatos, de 25 o 100 microgramos, y se recomendaba que también lo consuman lxs terapeutas para comprender mejor la experiencia de lxs pacientes.
La introducción a Estados Unidos fue recién en 1949 de la mano de Max Rinkel en la búsqueda de un modelo análogo de la esquizofrenia. La investigación sería descartada por no encontrar relaciones más que superficiales, pero eventualmente esto sería un punto bisagra hacia el futuro.
Para 1950, las investigaciones ya se habían disparado. El LSD eventualmente se encontraría con una corriente de la psicología que es bastión en Argentina: el psicoanálisis. El psicoanalista Sidney Cohen, luego de su consumo explorativo un 12 de octubre de 1955, comenzaría a trabajar con un personaje que recientemente había publicado su icónico ensayo: Aldous Huxley, autor de Las puertas de la percepción. Eventualmente, Cohen terminaría trabajando con la psicóloga Betty Eisner sobre la eficacia del LSD como herramienta psicoterapéutica.
Uno de los estudios históricos vendría de la mano del psiquiatra Humphry Osmond, quien trabajando con Alcohólicos Anónimos a finales de la década del 50, usó el ácido en alcohólicxs que ya habían presentado fracasos al intentar dejar el acohol. Los resultados arrojaron que, después de un año, había personas que no volvieron a beber desde la administración del LSD.
La expansión del ácido lisérgico fue tanta que desde la época de 1950 hasta su prohibición, se presentaron cientos de artículos científicos y fue administrado a miles de pacientes, sin contar aún la experiencia hippie de los 60 que lo sacaba del contexto clínico. La interpelación a la sociedad norteamericana fue tan grande que hasta el presidente Nixon había declarado a Timothy Leary, un psicólogo militante del consumo de LSD, como el hombre más peligroso de Norteamérica por haber ayudado a la propagación hacia la población general.
No todo era un camino de rosas: el LSD también fue usado por programas y departamentos gubernamentales norteamericanos, ya sea por parte de la CIA o por el Ejército como herramienta de control mental y guerra química. Lo que siempre se piensa que es algo conspiranoico pero de hecho es una de las pocas cosas que no: el programa MK ultra.
Todo comenzaba a decaer cuando en 1962, el Congreso norteamericano aprobaba una regulación que transformaba al LSD en droga experimental, prohibiendo su uso clínico -pero no militar ni gubernamental-. Al promediar los 60, la Enmienda para el Control del Abuso de Drogas penalizarían la producción y venta (aunque no la posesión). Ya por 1966, los laboratorios de Sandoz dejaron de comercializar LSD gracias a que la Administración de Alimentos y Medicamentos revocaba los permisos de investigación. Para 1968 se declaraba delito tanto la posesión como la venta.
Post crucifixión
Si bien la investigación clínica fue ralentizada por las legislaciones nacionales de cada país, se está observando una tendencia a su resugimiento con investigaciones con aprobaciones especiales por parte de las instituciones pertinentes en cada país.
La Asociación Multidisciplinaria para Estudios Psicodélicos (MAPS en inglés) actualmente está con ensayos clínicos en fase 3 respecto al uso de MDMA para el tratamiento del síndrome de estrés postraumático crónico. Todo con aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos.
En 2014, MAPS publicó un estudio piloto -avalado por el Ministerio de Salud de Suiza- sobre el uso del LSD como herramienta terapéutica para la reducción de la ansiedad, en 12 participantes que experimentaban ansiedad asociada a una enfermedad severa. Los resultados fueron que 200 microgramos en el marco de sesiones psicoterapéuticas pueden ayudar a la reducción de ansiedad por un período de hasta 12 meses.
En ese estudio del 2014, en el equipo de MAPS se encontraba un personaje casi mítico: el psiquiatra Peter Gasser. La historia de Gasser con el LSD se remonta hasta conocer al propio Hofmann. Ambos de nacionalidad suiza, Gasser fue uno de lxs primerxs psiquiatras en tener permiso especial de la Oficina Federal de Salud Pública de Suiza para experimentar con LSD y MDMA en 1988. Un país adelantado que volvió a declarar la ilegalidad del LSD en 1993, pero adelantados en fin.
En una revisión sistemática del 2016, sobre los ensayos clínicos llevados a cabo en los últimos 25 años respecto de las propiedades antidepresivas, ansiolíticas y antiadictivas de la ayahuasca, psiolocibina y el LSD, evidencian que pueden ser herramientas útiles para al depresión resistente al tratamiento, para la ansiedad y depresión asociados a enfermedades severas y para la dependencia al alcohol y el tabaco.
De a poco, lentamente, algo va cambiando: ya sea porque la investigación de drogas psicodélicas puede favorecer el entendimiento de enfermedades como la esquizofrenia o porque ciertas prácticas ancestrales -como el consumo de hongos con psilocibina en México o la ayahuasca en Latinoamérica- hoy demuestran sobrepasar la convencionalidad de lo ritual y ejercer su peso sobre el campo de la farmacología hegemónica.
Esto último sin liviandad: en la medida que comenzaba el boom de la farmacologización de la vida cotidiana entre 1950 y 1960 con el Valium, se declaraba la ilegalidad y se imponían prácticas burocráticas a la investigación del LSD.
La vara está puesta: se necesitan estudios más grandes, con más participantes, porque la mayoría de los estudios actuales son de naturaleza piloto o ralentizados por la burocracia estatal. Es momento de entender, el mundo se merece mejores drogas y ese momento es ahora: en palabras de Leary, turn on, tune in, drop out.
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