Fabián Amaranto Tomasi: testimonio de lucha contra los agrotóxicos

Tras ser diagnosticado de polineuropatía tóxica metabólica severa, Fabián Tomasi dejó para siempre la avioneta con la que fumigaba campos, y se convirtió en un ícono mundial de lucha contra el uso de agrotóxicos. Murió a los 53 años en su Entre Ríos natal.

En 2005 Fabián entró a trabajar para una empresa agroquímica de la ciudad de Basavilbaso Entre Ríos, preparando y cargando los bidones con endosulfan un producto de Bayercon el que fumigan los campos de su provincia, “la más fumigada del país”. Tras cinco años bajo tratamiento por diabetes, sacó una conclusión sobre el intenso dolor que le atenazaba las manos: era el veneno y no la diabetes lo que lo estaba matando.

Tuvo que luchar para que los médicos reconocieran el vínculo entre los agroquímicos y su dolor intenso en piernas y manos, la degeneración de su sistema nervioso, o la pérdida de casi el 50% de su masa muscular, hasta que al fin le diagnosticaron la “enfermedad del zapatero”, como se conoce a la polineuropatía tóxica metabólica severa, por ser la inhalación y contacto con venenos solventes para la fabricación de calzado, lo que motiva la enfermedad.

Desde entonces hizo de su padecimiento y de su maltrecho cuerpo de apenas 44 kg, una herramienta de lucha contra el modelo que las multinacionales agroquímicas, el poder político y el poder judicial, han impuesto en Argentina en las últimas décadas. Se convirtió en un ejemplo lúcido, una conclusión clara sobre las consecuencias de muerte

Carta Póstuma

Compartimos la última carta que escribió para La Garganta Poderosa,esperando que la lucha por otro modelo de producción agrícola termine con el sembradío de muerte que los gobiernos y las multinacionales imponen a los más humildes.

Desde muy joven, durante muchos años, trabajé en el campo guiando avionetas, en contacto directo con agrotóxicos. Y yo soy de Basavilbaso, Entre Ríos, donde la gente aprendió a pasar por encima de la frustración sobre las carrozas de los carnavales. Pero lamentablemente, detrás de sus coloridas luces o debajo de sus majestuosos escenarios, hoy sólo puedo ver la cara de Antonella González, una nena que murió de leucemia en el Hospital Garrahan, hace apenas 4 meses. Había nacido en Gualeguaychú, hace apenas 9 años. Y falleció, víctima de los agroquímicos. Los médicos lo sabían, todos lo sabíamos. Como también sabemos que un 55% de los internados en el Garrahan por cáncer, provienen de nuestra provincia…

La más fumigada del país, una de las más envenenadas del mundo.

Nunca participé de ninguna fiesta. Ni antes, porque jamás me alcanzó el dinero, ni ahora, porque hace mucho tiempo me diagnosticaron polineuropatía tóxica severa, con 80% de gravedad: afecta todo mi sistema nervioso y me mantiene recluido en mi casa. Mis primeros síntomas fueron dolores en los dedos, agravados por ser diabético, insulinodependiente. Luego, el veneno afectó mi capacidad pulmonar, se me lastimaron los codos y me salían líquidos blancos de las rodillas. Actualmente tengo el cuerpo consumido, lleno de costras, casi sin movilidad y por las noches me cuesta dormir, por el temor a no despertar.

Tengo miedo de morir. Quiero vivir.

Tal vez, ese miedo me pueda servir de escudo, una especie de anticuerpo, como el humor. O como tanta gente que me ayuda para que pueda estar escribiendo, en vez de largarme a llorar, porque la enfermedad me hizo adelgazar 50 kilos y he visto mucha gente fallecer por consecuencia de las fumigaciones, pero nadie se anima a hablar. Mi hermano Roberto, sin ir más lejos, fue otra víctima más de las lluvias ácidas que arrojan sus avionetas: el cáncer de hígado no lo perdonó. Jamás voy a olvidar su agonía, escuchándolo gritar toda una noche de dolor. Mi papá falleció así, con esa tortura en la mente y tragándose silenciosamente la impotencia de verme así. Ahogado, de rabia y de temor.

Yo no quiero ahogar mis palabras. Quiero gritar.

Muchas provincias del litoral son arrasadas por el glifosato y el resto de sus químicos, como si desconocieran que los seres humanos tenemos un 70% de similitud genética con las plantas. ¿Cómo esperaban que sus venenos aprendieran a distinguirnos? No lo hacen. Por eso, cuando se fumiga, sólo un 20% queda en los vegetales y el resto sale a cazar por el aire que respiramos. ¿Entienden? No todo es brillantina y diversión en lugares como San Salvador, el “Pueblo del Cáncer”, donde la mitad de las muertes derivan de la misma causa. Allí, el carnaval nunca llega… Y sí, recibí muchas amenazas por visibilizar lo que nos hacen comer, respirar y beber a diario. Pero ya no basta con decir “Fuera Monsanto”, porque las cadenas de maldad hoy se extienden al resto de las compañías multimillonarias y se enredan con el silencio. Pues no hay enfermedad sin veneno y no hay veneno sin esa connivencia criminal entre las empresas multinacionales, la industria de la salud, los gobiernos y la Justicia. Hoy más que nunca, necesitamos que paren y para eso debemos luchar, aun en el peor de los escenarios, porque nuestro enemigo se volvió demasiado fuerte…

No son empresarios, son operarios de la muerte.

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